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27.4.13

Fotos de Juliette Igier

En este sábado gris una fotógrafa, Juliette, me hizo llegar las fotos del Rulo de Brian, lugar del que escribí algo que hoy en buena medida ha quedado desactualizado. Este es el barrio de Barracas, de un lado, y del otro, la frontera entre Avellaneda y Lanús, en provincia de Buenos Aires. Esta es la Argentina, también. Donde están los huesos de mis ancestros. Donde estarán los míos en un futuro incierto y que vira rápidamente al negro.

12.4.13

Una vieja y desactualizada crónica

refleja en su parte 3 mi obsesión por los 504 y mi viejo. Aquí el link.

Nota: B. Mendoza no era vecina de Villa Inflamable sino una trabajadora social.
Nota bis: De dos años a esta parte el Riachuelo volvió en buena medida a quedar en veremos.

23.4.12

Yo quiero ser tu mayordomo


La Sprinter oficial y custodiada avanza por la margen correspondiente a Avellaneda, se mete dentro del Rulo de Brian, Charly Alberti desea detenerse y mirar. La vista es entre monumental y tétrica. Ruinas de la vieja planta de Siam; más allá, medio escondido, el Club Victoriano Arenas; aguas más espesas y negras, y, del otro lado, la Villa 21-24. Según cómo se mire, el paisaje parece un lugar donde hubo un bombardeo, una postal del infierno, una foto donde la naturaleza, aunque malherida, se venga con yuyales y malezas.

23.1.12

#Riachuelo

Contexto.
Al cierre de este número finalizaba la relocalización de 134 familias asentadas sobre el camino de sirga, junto al Riachuelo, en El Pueblito, del barrio porteño de Pompeya. Esas personas ya tenían o estaban por tener nuevo destino en uno de los departamentos de los edificios de tres pisos ubicados en avenida Castañares, entre Lafuente y Portela, Villa Soldati.
Resultado del cronograma establecido por la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo (ACUMAR), según directivas del juez federal de Quilmes Luis Armella, tal mudanza se sumaba a las ya realizadas con 180 familias de los barrios Mi Esperanza, Don Juan, El Mosquito, Los Ceibos y La Saladita (provincia de Buenos Aires), hacia viviendas ubicadas en el Predio La Bastilla, de La Matanza; 24 grupos familiares del asentamiento El Amanecer, Lomas de Zamora, a departamentos en el barrio Libre Amanecer, en Camino de la Ribera Sur y Los Hornos, del mismo partido; 18 familias que habitaban bajo y junto al Puente Bosch, en Avellaneda, a calle French y Autopista Buenos Aires-La Plata, del mismo partido; 25 que lo hacían frente a ese asentamiento, en el barrio de Barracas, en Villa Luján, a General Paz y Castañares.

29.12.11

Tour desangelado online

Una excursión con poca nafta

28.12.11

10. Todo al final se desinfla como un globo olvidado


Como un presagio del tanque semi-vacío de mi vieja y problemática SUV, mi teléfono solo admite una última fotografía. Luego ya no me ofrece más capacidad. Es un teléfono también viejo, de segunda. Mis zapatillas son de segunda, mi pantalón. En cuarto grado fui abanderado, me eligió una maestra suplente. Mi viejo una vez llegó a subgerente. River, el club del que soy hincha, está en la B. Y nací en la Argentina.
La última fotografía que con mi teléfono saco tiene pavimento en más del sesenta por ciento. A la izquierda se levanta todavía parte de la planta embotelladora. A la derecha pronuncian una curva cajones donde meter botellas, son azules y creo que son cajones. Del otro lado de la curva, fuera del camino, se pueden observar algunos árboles. Al fondo del camino, muy pequeñitos, se suceden hombres trabajando, un camión Mercedes blanco con acoplado también blanco, la villa 21-24 y como efecto del meandro o rulo de Brian la torre, si no me equivoco, de la Siam abandonada.
Esta es la parte donde resolví tomar la delantera, por eso la tanta desolación, en contraste con otras fotos que tomé en el día. Una desolación tan grande como la del hombre de casco blanco y chaleco amarillo que, a pocos metros, me mira mientras mi dedo hace clic. Tomé la delantera porque ya no hay mucho más que ver. Porque casi nadie ya habla con nadie, porque lo poco que casi nadie habla es para arrojarme las coordenadas de hacia qué van, más que hacia dónde.
Me detengo, busco al fotógrafo. Él no deja de realizar tomas del juez, de Mussi, de los funcionarios judiciales. A uno de ellos le pregunto si es cierto lo que creí haber escuchado. Que si es como escuché. Que si están detrás nuestro maniobrando todos sus autos y camionetas para esperar al juez y al secretario del otro lado de la planta. Junto a lo que en mi última fotografía es el horizonte.
—Sí —me responde, y el horizonte vez a vez lo tengo más cerca.
—Ya me pasó la vez anterior —le digo al fotógrafo sin saber bien ya si antes se lo dije—. Llegamos a este costado de la villa 21-24 y resultó ser que todos rajaron por el costado de la villa y yo tuve que salir corriendo hasta la otra punta, hasta el confín de El Pueblito.
Esa vez fui guiado por la funcionaria de la Ciudad Autónoma que hace un rato me reconoció. Sin ella me hubiera sido un poco engorroso llegar hasta la villa Luján. Hacia donde ahora también tiene su límite la caravana.
—Sé que hay que agarrar la avenida de la cancha de Huracán, ¿cómo se llama? —le digo al secretario.
—Bueno, venite —dice.
La avenida de la cancha de Huracán, carajo, ¿cómo se llama esa avenida? Su nombre lo tengo en la punta de la lengua. Hay ciertas calles y avenidas que si uno las dice de un tirón saca patente de porteño de ley. ¿Cuál es su nombre?
Me voy quedando rezagado. De todas maneras alcanzo por inercia el horizonte. Ahí está otra vez la villa 21-24. Ahí otra vez el río y su inmundicia. Ahí también de vuelta la triste Siam y su torre.
Me sale decir "Américo" en busca del nombre. Me sale al fin decir "Amancio Alcorta".
—Tenemos que pegar la vuelta, buscar el auto, agarrar por Amancio Alcorta y doblar, según me acuerdo, por otra avenida, hacia el río —le digo al fotógrafo.
—¿Pero sabés llegar?
—Tendría que saber, ya hice una vez ese camino.
Pero no lo sé o no lo recuerdo. Y me pierdo por Nueva Pompeya hasta que encuentro la Avenida Sáenz, una salida.
—Te dejo en la estación Castro Barros, ¿te parece? —le digo al fotógrafo.
—Dale, no hay problema.
Él tiene que ir a sacar otras fotos. Yo tengo que ponerme a escribir sobre grandes premios en el Hipódromo de La Plata, sobre las bondades de un barrio cerrado en Tupungato, Mendoza. Y debo además editar los últimos capítulos de uno de esos libros a la carta que me encargan y que son decididamente bendiciones para mí, la manera que he encontrado de traer comida a casa. Una manera también de segunda. Nada de grandes ligas. Una manera discreta.
El fotógrafo está también entusiasmado con el Riachuelo.
Tras dejarlo, otra señal, pero esta vez indescifrable, me arrebata el ánimo: sobre la avenida Rivadavia, cruzando avenida La Plata, en el medio de la calle, una rata mueve las patas atacada por una convulsión, agoniza, o espera que un auto o un camión o las dos cosas terminen con su vida.
Le habrá agarrado un infarto, me digo, de tanto fumar.

27.12.11

Fútbol para Todos

Parte del Anexo de la Decisión Administrativa 19/2011 de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación. Dicen que esta es una reasignación de fondos que estaban destinados a un crédito del BM para sanear la Cuenca Matanza-Riachuelo. Todavía no encuentro prueba fidedigna, en ese sentido, de lo que dicen los medios. Sí parece ser que ese dinero para Fútbol para Todos antes de esta modificación tenía otro destino.

9. Los númenes


Juan José Mussi es oriundo de Berazategui como el juez Luis Armella. Pero nació en una localidad del partido llamada Plátanos, en 1941. Una vez, durante este año de la excursión con poca nafta por el Riachuelo, Juan José Mussi me recibió en su despacho de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación y fue, debo decirlo, sumamente agradable y hasta afectuoso. Ahora que lo encuentro en El Pueblito me reconoce, me saluda estrechándome la diestra. Después con esa misma mano me sostiene el codo mientras parlamenta con no sé quién. Está vestido de traje marrón, como el color que usa para el pelo. Está parado con unos zapatos también marrones sobre los escombros de las viviendas que ya no son, que fueron demolidas por las máquinas. En derredor los vecinos que todavía allí viven y aquellos otros que quedarán más allá del camino de sirga nos observan, nos estudian. Mussi se junta con el juez, levantan polvo sus zapatos, remueven pedazos de material, y yo me veo necesitado de devolverle las atenciones en su despacho y su mano en mi codo de recién; cuando veo que hay un lugar difícil donde podría romperse la cadera, le aviso que tenga cuidado, que no pise por ahí. Él me dice muchacho.
Antes de saludarlo, le dije al fotógrafo que lo fotografíe, que este señor es groso, que es el secretario. Se encontraron los númenes, también digo, pero para mi adentro, los númenes del Riachuelo.
Mussi llegó a la Secretaría a fines de 2010. Así me contó cómo fue que llegó cuando lo visité en su despacho:
—Cristina (Fernández de Kirchner) me dijo: "Necesito un hacedor". Me dijo también que me habían recomendado Alicia (Kirchner, hermana del difunto Néstor) y (Julio) De Vido. Me llamó el 25 de diciembre y me dijo que el 27 lo fuera a ver. Yo no sabía para qué. El 27 recién me enteré, y yo le dije: "¿Lo puedo pensar?", a lo que ella me respondió: "No". Así nomás.
Hasta ese nombramiento, Mussi se desempeñaba como intendente de Berazategui por enésima vez en su vida. Y en el medio de sus intendencias había sido ministro de Salud en la provincia de Buenos Aires de los gobiernos de Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf. Apenas partículas de su historial dentro del PJ. Otrora "barón" del conurbano duhaldista, en su despacho me dijo derecho viejo que no es él sino Duhalde el que ha cambiado. Me ha dicho también, y así titulé cierta entrevista, que "Después de Perón este es el gobierno más peronista".
Está fresca la reelección de Cristina Fernández de Kirchner y el acto de asunción. Están frescos el fervor de los kirchneristas y los recuerdos del juez y el secretario, que rememoran lo que sucedió días atrás de manera obvia y positiva. Poco después el gobierno entrará en crisis con cuadros peronistas que Mussi conoce bien, pero esta es harina de otro costal, como se dice. Aunque podría comprometer esa harina, llegado el momento, los fondos destinados a la construcción de viviendas, a la relocalización de villas y asentamientos urbanos sobre las márgenes del río apestoso, al saneamiento de este hilo de agua maltrecho.
La última vez que estuve en El Pueblito este se hallaba en plena etapa de mudanza y demolición. Una máquina con pala mecánica aguardaba a que fueran trasladadas familias disímiles. Se veían desde colchones hasta lavarropas que desfilaban hacia los fletes, mientras de entre los que quedaban muchos se quejaban porque se habían quedado sin agua, porque con las obras de demolición les habían cortado cañerías. Enseguida había intervenido un hombre de casco blanco para solucionar el problema, un problema, como dice la canción, de difícil solución, así con rima y todo. Desconozco, ahora, si el problema persiste. Los mirones del barrio no se atreven a encarar a los númenes.
Ellos, juez y secretario, secretario y juez, tomaron la delantera. Avanzan junto al río contaminado por donde antes vivió gente. Se dirigen hacia una embotelladora perteneciente a Cervecería y Maltería Quilmes, pero que no embotella cerveza, sino la línea de gaseosas, jugos, aguas minerales e isotónicos de Pepsi. Esa planta se ubica entre El Pueblito y el predio Mundo Grúa, que, a su vez, linda con la villa 21-24. A Mundo Grúa irá a parar buena parte de esa villa que también orilla el Riachuelo.
Los de la embotelladora se presentan. Son dos hombres, dos ejecutivos. El juez los reprende porque hay una parte de camino que no respeta los benditos treinta y cinco metros desde el talud.
—No me rompan las bolas —dice—, acá no hay treinta y cinco metros.
Los ejecutivos se abatatan. También los funcionarios de la Ciudad Autónoma. Estos le muestran al juez planos de obra. Los ejecutivos, por su parte, al juez le juran que ya están construyendo la nueva planta de tratamiento, que nomás esta esté terminada hacia mediados de 2012, tirarán abajo la que hoy obstruye el camino. Mussi todo escucha, nada comenta. Mira. Ya no hay tierra bajo sus pies, sino pavimento, el pavimento por donde cargan y descargan camiones de porte.
Una chica, también funcionaria del IVC, me reconoce y saluda. Otra, con cara triste, también lo hace, y al besarme me frota la espalda, como si intuyera que algo no está bien.
Ya falta menos. El problema sigue siendo la nafta y, también, lo lejos que va quedando mi vieja SUV.
—La dejé abierta —le digo al fotógrafo—. ¿Vos tenés todo encima?
—Sí —me dice. Y leo en su sí un "pelotudo, ¿cómo se te ocurre?".
—Igual está lleno de policías, ¿no?, de la Metropolitana, ¿no? —le respondo al insulto que imagino.
El cielo se abre mientras tanto, y los númenes continúan su marcha, tras recibir la atención de los hombres de la embotelladora: aguas minerales, gaseosas, jugos, isotónicos. 
Yo elijo una Pepsi y elijo mal. Está tibia.

26.12.11

8. Cerca del fin


Las deserciones en esta pequeña excursión son cada vez mayores. El intendente de Lanús ya no está, se fue, se esfumó. Y lo mismo su séquito más reducido, en comparación con el de Avellaneda. Quedan los hombres del juzgado federal, y el juez, por supuesto. Y la protección policíaca para ellos, también. Los medios de prensa inexistentes también se mandaron mudar. Quedamos técnicamente solos. En el rabo de esta caravana ahora absolutamente hecha de autoridades que van hasta Puente La Noria, que ahí pegarán la vuelta.
Más o menos conozco. Ya no necesito pisar tanto el acelerador de la SUV, ella realmente tiene muy poca nafta, para unos treinta kilómetros más. Lo que es nada para ella.
El Pueblito nos espera con los representantes del gobierno de la Ciudad Autónoma, con la para nosotros sorpresiva irrupción del secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Juan José Mussi.
Yo estuve ahí, en El Pueblito, y en Villa Soldati, hará unos quince días. También saqué fotos, también escribí alguna cosa. Con otro fotógrafo estuve. En Villa Soldati están los edificios de tres pisos y de parecida construcción a los del barrio Néstor C. Kirchner, adonde han ido a vivir los otrora habitantes de El Pueblito, en Nueva Pompeya, que ocupaban los treinta y cinco metros desde el talud hacia adentro en lo que le siguen todos llamando camino de sirga. El otro fotógrafo tenía un GPS bastante bueno. En Villa Soldati continuamente una voz femenina nos informaba "Atención, zona de peligro" o algo así. Por la villa 1-11-14 y por el paisaje, uno de los de mayor marginalidad de la capital argentina. Sin embargo nada nos pasó, contra todas las advertencias del GPS. Pero deberíamos haber muerto descuartizados, después de que nos hicieran mujer, según la desesperación de esa voz femenina.
Escribiría tras mi ida y vuelta entre Nueva Pompeya y Villa Soldati para una revista más seria que esto:
"Al cierre de este número finalizaba la relocalización de 134 familias asentadas sobre el camino de sirga, junto al Riachuelo, en El Pueblito, del barrio porteño de Pompeya. Esas personas ya tenían o estaban por tener nuevo destino en uno de los departamentos de los edificios de tres pisos ubicados en Avenida Castañares, entre Lafuente y Portela, Villa Soldati".
Y escribiría también cosas sueltas, visiones que no querría dejar en la nada no sé bien por qué.
Que Lorenzo era misionero, que Ursulina paraguaya. Que ya vivían en Villa Soldati y que habían puesto su despensa en una de las habitaciones del departamento. Pero que aún no les había llegado el gas y que preparaban milanesas con la cocina inyectada por un par de garrafitas, milanesas para los hombres del IVC, quienes les compraban esas y otras cosas.
Y que había dos paraguayitos más con un perro llamado Beethoven, que habían tenido peor suerte: un departamento a medio terminar, sin lavatorio, sin todavía cerradura en la puerta. Y que otra paraguaya más que estaba feliz escuchando la cumbia que salía de otras ventanas...
Será que porque suelo estar triste me pongo a escribir demás. O será que lo hago porque soy un inútil que no sabe qué otra cosa hacer.


De El Pueblito a Villa Soldati
Hay un centro cultural en El Pueblito, del otro lado del Puente Uriburu, con una sirena del Riachuelo que tiene la particularidad de poseer unos enormes pechos de pezones puntiagudos. La primera vez que fui al barrio con Novoa, el dibujo, enseguida, nos llamó la atención. Íbamos en misión pseudo-periodística. Íbamos a hacer fotos y a sacar testimonios de funcionarios. Íbamos también a observar una mínima porción de la pobreza como turistas alemanes.
Novoa bajó del auto con la cámara. Le sacó a la sirena dispuesta en la ochava que ocupa y ocupaba el centro cultural. Unos pibes nos miraban, gesticulando, riendosé de nosotros. El más atrevido gritó a Novoa:
—Eh, loco, si querés teta pasá que te muestro a mi hermana.
Novoa sonrió. A pesar de sus años, es tímido. Creyó, además, que era una broma. Pero el pibe insistió, señaló otra vez el pasillo. Y tal vez fuera nomás broma, pero en el pensamiento burgués y clasemediero que comparto con Novoa uno nunca sabe.
Aquella vez vimos cómo comenzaban las acciones de relocalización de ese asentamiento: desde Nueva Pompeya a Villa Soldati. Particularmente supe de la mecánica. Censo a los habitantes, relevamiento del estado de salud de ellos y de sus perros. Notificaciones sobre las futuras mudanzas. Finalmente el desalojo, la demolición y las nuevas viviendas, hechas con telgopor como aislante. Todo un trabajo en equipo que debería ser un ejemplo para el mundo, donde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, más el federal, trabajan juntos. Pero detrás hay una orden judicial, es decir, subyace una condena a ambos estados, que obliga a que procedan de ese modo. El gobierno federal se encarga de la construcción de las viviendas. El de la ciudad, de los censos y de conseguir los nuevos terrenos. A los habitantes se les da una tenencia precaria y un año de gracia. Luego deben comenzar a pagar algo que los incluidos sociales llamamos hipoteca, en sumas que pueden impresionar módicas y que seguramente lo sean (salen menos que un alquiler en la villa), pero la gente que es relocalizada entra en el sistema, y ello no solo supone el pago de la hipoteca, sino también del agua, la luz, el gas, en fin, de todos los servicios, y eso, para un desocupado o un trabajador eventual puede significar no pocos riesgos.
Hoy regresamos a El Pueblito. Ya está avanzado el proceso de relocalización. La gente mayormente es pacífica. Aunque hay quienes con razón o no protestan. Uno no puede tomar partido en un día. Sí uno puede comprender que la gente, ahí, en El Pueblito, no es del todo feliz. Estará la alegría del pobrerío, esa cosa folclórica de la cumbia, el saludo entre vecinos y la cerveza por las tardes. Pero la alegría no es felicidad. Tampoco la cumbia que ahora suena en Villa Soldati.

***

Lorenzo, Ursulina
Lorenzo nació en El Dorado, Misiones, pero se crió en el Paraguay, de donde procede su esposa, Ursulina. Ellos, junto a sus cuatro hijos, llegaron a Villa Soldati a fines de octubre, tras 20 años en El Pueblito. "Allá nuestra casa tenía alguna rajadura pero por la humedad, yo soy albañil y mi sueño era construirle una segunda planta", dice el hombre.
El departamento donde ahora viven tiene cuatro ambientes. En una habitación instalaron un almacén. "Yo me traje mi cocina viejita —dice Ursulina—, así que ahora tengo dos cocinas. Pero como todavía no llegó el gas, dicen que tiene que llegar en estos días, me arreglo con mi garrafa".
—Usted que es albañil, ¿qué opinión le merece esta vivienda?
—Está muy bien. Hay gente que dice que está feo, pero nosotros estamos contentos. Allá teníamos humedad y olor. Mi mujer fue al Pena y ahí le salió diabetes, además, no sabía nada, y a mí alta presión, por eso me sofoco. Acá es fresco. Tiene telgopor como aislante y hormigón. Está bueno —dice Lorenzo.
—Y las paredes tiene un revestimiento, como un plástico —agrega Ursulina.
—¿Vieron las viviendas antes de mudarse?
—Sí —dice Lorenzo.
—¿Y no tuvieron miedo de mudarse, dejar El Pueblito y venirse acá?
—Nosotros no tuvimos miedo, pero había gente que no quería venirse porque decía que esto no estaba terminado —responde Ursulina.
—Y nos gustó.
—¿En El Pueblito pagaban la luz, el agua?
—Todo. Acá tengo la última factura. Ahí donde estábamos se pagaba, ya más adentro no —explica Lorenzo.
—¿Trabajan?
—Tenemos el kiosco —dice Ursulina—. Pero nos ayuda una hija a la que le falta un año para recibirse de abogada.
También cuentan que esa hija, de 25 años, y otro hijo, de 22, por ser mayores de edad, fueron mudados al departamento del primer piso del mismo edificio, mientras que la de 20, que es discapacitada, y el de 9, viven con ellos, y son llevados por micros escolares hasta Pompeya durante este año. Para el que viene, deberán matricularlos en una escuela de la zona.
—El de 22 no es hijo mío, sino de ella, es un hijastro.
—Pero es buenísimo.
—¿Y la discapacitada, ¿qué tiene?
—Nació con la paladar abierta —dice Ursulina confundiendo géneros—. Prematura. La operaron a los cinco años. Va a una escuela especial.
—¿De cuánto es la cuota que tendrán que pagar por el departamento?
—De $550 —dice Lorenzo—, todos los meses.
Por la ventana se asoma un hombre, extiende $20 y pide un sánguche de milanesa en pan francés. "Francés no tengo, tengo argentino", bromea Lorenzo.
Antes de despedirse señala el pequeño altar doméstico (está la Virgen, está Cristo, están varios santos) y confiesa un nuevo sueño: tener una capilla dentro del barrio. 

***

Paraguayita
Contentos parecen Sebastián y Beethoven. Felicitas no tanto. Perdió a la madre hace muy poco, debió viajar al Paraguay y recién se enfrenta con su nuevo lugar en el mundo. Mientras su compañero firma papeles en el trailer del IVC, ella presenta a su "hijo", el mentado Beethoven, un can amarronado, tirando al té con leche, con algún antepasado ovejero y que tiene como señas particulares unos lunares de pelos que le crecen bajo los ojos.
"Hoy me tuve que pedir el día —dice Felicitas—, yo cuido a una viejita, de 8 a 6 de la tarde, en Villa Urquiza."
Sebastián se acerca al trote. Es más bajo que Felicitas y tiene la voz más aflautada. Uno no entiende qué hace una chica como Felicitas con él. Paraguayo como ella, le entrega una llave.
"Tomá", dice, y continúa la marcha.
Felicitas tira de la correa de Beethoven.
"Tiene ocho meses", dice.
Al llegar a su nuevo departamento nota que faltan bombitas.
"¿Trajiste de casa?", pregunta Sebastián.
"¿Qué casa?"
"Donde estábamos."
"No, me las dejé."
En el baño no hay lavatorio.
En el pasillo del edificio faltan matafuegos.
Tampoco existe conexión de gas.
Y los rastros del humo del incendio que ocasionaron los usurpadores hacia marzo, abril, todavía están en las paredes.
"Pero se puede limpiar", dice Felicitas tras pasar el dedo por la pared, mostrando la negrura reciente de ese dedo.
Sebastián dice:
"¿Y, te gusta lo que te conseguí?", y le guiña un ojo.
"Sí", dice Felicitas, sin exclamaciones, de ningún modo con exclamaciones así yo haya escrito eso en otra parte, así yo haya omitido y ahora deba verme en el Juicio Final con el Señor porque la omisión es aún peor que la mentira; porque la omisión supone una buena dosis de cobardía. Y viendo que todavía no le pusieron cerradura a la puerta, mira la llave que empuña. Y mira el piso.
"Ya se la vamos a colocar, señora", un obrero vocifera desde el hall de ingreso al edificio.
Beethoven olisquea los rincones sucios del lugar, Sebastián va de un lado al otro.
"Es grande, sí, muy grande", dice.
Felicitas lleva al perro al patio. Algo la conturba. Tal vez el recuerdo de su madre. Tal vez todo lo que no hay. Tal vez todo lo que se llama vida. 

7. Poliestireno expandido


El juez ha decidido acelerar. El cielo se cubrió y las nubes no son un cerebro. David Foster Wallace alguna vez metaforizó así un cielo con nubes. Una gran metáfora. Envidiable. Pero estas no son como un cerebro, sino planas y ennegrecidas en algunas partes. Nubes del color del telgopor que veremos en el barrio Néstor C. Kirchner, en Valentín Alsina.
Mi vieja SUV traga la poca nafta que le queda a ochenta kilómetros por hora, velocidad prohibida, pero no en este caso. Bromeo con el fotógrafo, le digo que ya me va a caer una foto-multa por exceso de velocidad.
—¿Y a quién le voy a explicar que iba de recorrida oficial? ¿Quién soy yo en todo esto?
Nadie. No es necesario que el fotógrafo me lo diga. Soy, somos, nadie. Si resuelvo ir a cuarenta y cinco kilómetros por hora ninguno de los que encabezan la caravana nos echará de menos, ahí está la prueba contundente de esta certidumbre, de la que no me quejaría si no tuviera ya el tanque tan vacío. No me gustaría pedirle prestado dinero al fotógrafo. Sería vergonzoso. Y acaso él tampoco cuente con dinero para cargar nafta. Y además la culpa es mía por ganar tan poco dinero. Por estos días tengo aún la posibilidad de un trabajo fijo, de administrativo. Poco dinero, también, pero seguro todos los fines de mes. ¡Y aguinaldo! ¡Y salario familiar! ¡Y vacaciones! Pero ya sé que en el futuro inmediato desistiré de la propuesta. Al menos, mientras el Riachuelo exista. Mientras este tipo de situaciones ocurran. Me perdería estas aventuras baladíes, estas excursiones clasemedieras metiendo las zapatillas en la tierra y el polvo. Puedo después tener tema de conversación, lo que no es poco. Puedo contrarrestar mi fobia a los amontonamientos de gente propios de las reuniones sociales con temas como el Riachuelo. No, no es poco para un tipo que tiende al aislamiento. O que oscila, así es mejor decirlo, entre el histrionismo absurdo y el aislamiento. Estas aventuras me permiten ser un poco más serio. Maduro.
El móvil policial que seguía ya no está delante de mi vieja SUV. Se ha adelantado a todavía más velocidad. Desde donde escribo estas cosas ya no sé qué tengo delante. Ni las fotos que saqué me ayudan. Retengo, sí, que en un tramo un viejo Taunus se me mete entre la caravana oficial y la extensión de mi cuerpo que son los faros de la SUV. Que lo sobrepaso para no perderme. Porque no sé que vamos al barrio Néstor C. Kirchner. Lo sé ahora, desde donde esto escribo, pero no lo sé mientras manejo, esta parte de la excursión en ningún momento la tuve muy clara. Sí que finalizará en El Pueblito o en el camino de sirga junto a lo que queda de villa Luján. Pero esta parte es una laguna mental.
Cuando ella se disipa ya estacioné tras una camioneta de Gendarmería, a la entrada del barrio, y ya entré al barrio propiamente dicho. Hay obreros trabajando. El juez se entrevista con uno de los directores de obra, que tiene casco blanco. El juez pregunta a ese hombre asuntos relativos al tiempo, se sobreentiende que el cronograma tiene cierto desajuste que debe ser corregido.
Las viviendas impresionan así como están. Son placas de telgopor guiadas por hierros verticales y horizontales. Sobre esas placas se les pondrá una fina capa de cemento. El hombre de casco blanco asegura que antes de fin de año ya algunas de las viviendas estarán terminadas. Eso es lo que permite este tipo de construcciones, al parecer: la rapidez. Por supuesto, se trata también de abaratar costos. No bien guglee un poco más sobre el asunto encontraré que, a pesar de mis reservas sobre esta forma de construcción, nada es tan novedoso. Exactamente leeré este texto del 26 de diciembre de 2001:
"TELGOPOR Y CONCRETO. Con estos sistemas se logran casas de la misma apariencia que una construcción tradicional, pero en tiempo mucho menor.
"El sistema se basa en paneles que están formados por dos mallas cuadriculadas de acero, unidas por tensores de alambre galvanizado a una plancha central de poliestireno expandido. Los paneles llegan a obra con la forma de las paredes y se colocan como si se tratara de ladrillos gigantes.
"El montaje no requiere grúas porque los paneles son muy livianos. Los albañiles arman las paredes sobre una platea de hormigón y 'atan' las mallas de acero unas con otras. Una vez ensamblada toda la casa se colocan las instalaciones y las carpinterías. Para terminar, se revoca el panel con concreto cementicio de los dos lados. La construcción de toda esta cáscara puede demandar entre 35 y 40 días".
“Tienen aislación acústica y térmica, son ignífugos y hasta podrían resistir un sismo”.
Suena un tanto exagerado. ¿Pero quién soy yo para probar lo contrario?
—¿Quién? —le comento al fotógrafo, creyendo que está a mi lado. Hablo solo, ya, eso me pasa. Solo.
La revista del juez es más rápida que la construcción de estas viviendas.
—Vamos antes de que nos agarre el agua —le dice a uno de sus secretarios.
Desde el Rulo está apurado. Ya es cerca de la una de la tarde. Y a mí otra vez se me está por escapar Su Señoría.
"Que arranque, que arranque el auto", me digo. "Y que me aguante unos kilómetros más", me digo también.
La luz de alerta que indica que mi vieja SUV está sedienta, es de color ambarino y parpadea. Me puteo para mi adentro. Si el cielo copiase la forma de mi cerebro ahora mismo acá debería desatarse un temporal y no estas tres gotas que han comenzado a caer.

24.12.11

6. Yatasto


La posta de Yatasto queda en la provincia de Salta. En enero de 1814, imagino que con un calor insoportable, hay quienes dicen (mientras otros lo desmientan y sitúan el encuentro catorce leguas distante) que fue allí que Manuel Belgrano, maltrecho como sus hombres, le entregó el mando del Ejército del Norte a José de San Martín, dos de los héroes máximos (acaso junto al charrúa Artigas) antes de que de la independencia argentina, de la unión de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que pronto quedaría en la nada.
De chico estuve ahí, en esa Posta, durante unas vacaciones de invierno, con mis padres, mi hermana. Ella y yo no llegábamos a los diez, once años. Vivíamos con nuestra abuela aterosclesclerótica, a quien mucho quise, y que había quedado en Buenos Aires al cuidado de una de las muchas mujeres que la cuidaban cuando mis padres no estaban en casa.
Yatasto fue un remanso en medio del dolor y la enfermedad de mi abuela, con interrupciones de mi madre, en épocas donde la telefonía móvil era un sueño extrañísimo, de ir cada dos por tres a un teléfono público perdido de Entel, para saber cómo estaba la situación en casa.
En Yatasto quedó tal vez una de mis últimas imaginaciones patrióticas, aquella tan voluntariosa de intentar ver lo ya inexistente, esas manos de Belgrano y San Martín tomándose con hombría, reconociéndose jugados, entregados a una causa que poco tenía que ver con el gran oriente porteño. El simulacro de ese encuentro entre dos intendentes del conurbano poco tiene que ver con mi recuerdo y mi imaginación. Hablar de Yatasto para hablar de ellos es más bien un chiste que me hago y que le hago al fotógrafo, es más bien una queja o un decir "mirá en lo que se convirtieron los héroes de la patria". No tengo nada contra Ferraresi y Pérez, ni a favor ni en contra. Sería hablar de más el hacerlo para un lado o para el otro. Pero hace demasiado tiempo que no irrumpe, en un país con tantos personalismos, un hombre común, como Belgrano, que un día se subió armado a un caballo.
El lugar del encuentro, dentro del Rulo de Brian, resulta, como en la oportunidad anterior a la que asistí, la misma. Es un lío para los autos, camionetas y para mi vieja SUV detenerse en ese punto altamente custodiado, áspero por tanta tierra, áspero y seco, a pesar del río maloliente, que se inicia con una curva hacia la izquierda y que se sigue enfrentando a la villa 21-24, del otro lado de las aguas. Esas aguas que, cuando las navegué, en esa parte de río, se tornaban más espesas y negras, gelatinosas, y trababan los motores fuera de borda de las lanchas.
La situación, quiero decir, está configurada, como el reinicio en las computadoras tras descargar ciertos programas. El intendente de Lanús ha llegado un poco antes al lugar para esperar al juez y a su colega de Avellaneda. Lo hace cercano a una señal que indica el inicio de su municipio, acaso una señal tan solitaria como las muchas que se distribuyen por las rutas que atraviesan desiertos. Está acompañado por funcionarios de su comuna y así también por algunos periodistas de medios tan inexistentes como los que ya vienen en caravana. Viste, como su colega, traje, aunque oscuro (Ferraresi ha elegido en esta oportunidad un saco marrón clarito), y es nomás verlo al juez, que se le acerca y lo saluda, para también hacer lo propio con el hombre más importante de Avellaneda en el plano político.
Todos, funcionarios menores incluidos, se llenan los zapatos de tierra.
Aquí, en toda esta zona dibujada por un meandro, no se observan avances. El camino sigue igual de difícil. Con yuyos, malezas y arbustos en derredor, donde habrán de festejar la navidad las ratas. Como un tótem, la carcaza derruida de la vieja Siam, por detrás, nos observa. Escucharé a un hombre que no conozco decirle al tal Alejandro de quien no recuerdo su apellido que sería una magnífica idea del gobierno poner en valor esa planta, que fue alguna vez símbolo del sueño argentino de contar con una verdadera industria pesada. Pero no habrá respuesta a esa sugerencia. El dinero que está es el que está y solo Dios sabe si habrá más. Dios o los que gobiernan el país. Tan solo en estos tramos de río hay demasiado dinero comprometido. Y esto es 2011 todavía. Y ya está el runrrún en la calle de no saber qué pasará en los dos próximos años.
—Si logran la relocalización de viviendas, si logran que la gente deje de vivir en las villas, van a ser Gardel —le digo al fotógrafo—. Gardel y Lepera —le digo.
El juez se muestra confiado. Cada vez que lo vi así se ha mostrado. Pero en la política y la economía con la confianza no alcanza.
Sacando fotos a la señal que reza "Municipio de Lanús" me sorprende la retirada de los hombres de Avellaneda. Ya están maniobrando la Sprinter y mi vieja SUV traba el regreso.
Acelero el paso, ruego para que arranque sin dificultad. Lo hace y le doy las gracias a todos los coreanos del sur. Un hombre desde una camioneta que precede a la Sprinter me indica que avance, el juez ya está dejando el Rulo. También varios uniformados. Levanto al fotógrafo antes de que nos dejen allí varados y me pego al culo de un móvil de la bonaerense, para abandonar esta parte de conurbano que me despierta una rara felicidad melancólica.
El camino en un momento desciende unos metros y se adentra por los pasillos de un asentamiento. Ya estamos, desde hace dos minutos, en Lanús. Y pronto llegaremos al barrio que están construyendo en Valentín Alsina, adonde serán relocalizadas más de 200 familias procedentes del barrio San Francisco de Asís y Villa Puente Alsina: el barrio Néstor Carlos Kirchner.
La tierra, el polvo, mientras tanto, no cesan. Y el tanque de mi SUV tiene cada vez menos nafta.

23.12.11

5. El Rulo


—Ahora sí —le digo al fotógrafo—, nos vamos a la posta de Yatasto, al Rulo —le digo—. Si es como la otra vez que hice esto, por la mitad de ese meandro el intendente de Avellaneda se va a saludar con el de Lanús y nos va a abandonar con toda su comitiva, para dejarnos la del otro en su reemplazo.
Darío Díaz Pérez es el intendente de Lanús. Lo conocí en el invierno, en Quilmes Oeste, dentro de una sala de audiencias del Juzgado Federal de Quilmes. Yo había ido hasta allí para presenciar al juez en acción en una audiencia pública. En la sala hacía bastante calor, éramos demasiados. Fuera el cielo era para que Claudio María Domínguez filmara una película new age, así el frío fuera literalmente de cagarse. Me corrijo, no lo conocí ahí a Díaz Pérez. El verbo es excesivo. Lo vi por vez primera en vivo y directo, y lo primero que me llamó la atención fue que —como Juan José Mussi, el secretario de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, que también estaba en el juzgado— fuese más bajo que yo, lo que realmente suele ser bastante difícil.
En esa ocasión el juez también se hizo esperar. Había una fotografía enmarcada y colgada de la pared con él comulgando de la mano de Benedicto XVI. Había en la pared que enfrentaba a aquella un crucifijo con su olivo del domingo de ramos. Y muchos hombres y mujeres, los más importantes sentados, los otros, como yo, de pie, a la espera del usía. No es broma, creo que su señoría nos hizo esperar como una hora. Más tarde pensé que esa demora había sido estratégica.
Cuando entró, comenzó a levantar en peso a Dios y María Santísima. Amenazó a diestra y siniestra con multar a los funcionarios que no cumplieran con las disposiciones legales, y todo lo hizo con destreza política, marcando bien el terreno, dando a entender quién ahí era el dueño de casa y del asunto. Es que había demoras y en la audiencia pública se habían puesto de manifiesto. Un predio de fabricaciones militares donde debían construirse viviendas de telgopor con financiación del gobierno central todavía no había podido ser utilizado para ese fin porque se habían hallado proyectiles soterrados. Y cosa parecida sucedía con otro predio de Vialidad Nacional.
—¿Qué está pasando? —encaró el juez al intendente de Lanús y de manera más directa a un hombre joven, de no más de treinta y pocos años, encargado, al parecer, del tema de las viviendas.
—Nos demoramos porque Vialidad Nacional no nos cedía el 50% de una parte del predio —fue la respuesta.
—¿Pero hace cuánto tramitaron ese pedido?
—La semana pasada.
—¿Es decir que tuve que convocar esta reunión para que ustedes actuaran?
—Estuvimos trabajando...
—Yo quiero que entiendan que no voy a tolerar demoras en el desalojo de viviendas y empresas sobre el camino de sirga. Además, es tonto invertir en salud si la gente sigue viviendo a orillas del Riachuelo. En fin —mirando ahora al intendente—, Darío, te exhorto a que aprietes más los tiempos en tu municipio. Hoy el dinero está. Saben que cuentan conmigo, con el apoyo de este juzgado. De acá en más todo retraso me lo hacen saber para que se ajuste y yo pueda informarlo a la Corte. Si no, será multado el funcionario responsable.
Recuerdo que a raíz de esa audiencia pública me puse a guglear acerca de ese dinero que el juez decía que estaba, que logré dar con ciertos datos perentorios y que escribí:
"El 23 de septiembre de 2010 fue firmado el Convenio Marco para el cumplimiento del Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la Cuenca Matanza-Riachuelo (...). Suscribieron a ese documento los tres Estados condenados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación y los 14 municipios bonaerenses que integran la cuenca".
Y que:
"El financiamiento de esas tareas está garantizado por otro convenio, del 24 de enero de 2011, entre el Ministerio de Economía de la Nación y el Ministerio —también nacional— de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, a través de la Secretaría de Obras Públicas, por el cual se ha comprometido un monto de $3.173.413.321".
Pero para esa virtual posta de Yatasto donde aparecerá el intendente que estuvo en aquella audiencia pública todavía nos faltan unos minutos.
La tierra comienza a abundar. Subo y bajo la ventanilla, lo propio hace el fotógrafo. Él sufre por su cámara. Yo por la mugre que se pega a la mugre un poco más antigua de mi vieja SUV.
Vamos detrás de una camioneta que no nos hace más fácil esta historia de la tierra. Le contagio al fotógrafo mis ganas de ver otra vez la vieja planta de Siam, "donde hay lavarropas, carcazas de lavarropas, amontonadas, como si un día todos los de la planta hubieran resuelto mandarse mudar", le digo, "de ese edificio que hoy parece un edificio de Kosovo después de la guerra".
El entusiasmo por ingresar al Rulo de Brian se me multiplica cuando efectivamente comenzamos a bordear la vieja Siam.  No deja de resultarme extraña la emoción que me producen este y otros paisajes similares. En ellos queda la huella de una belleza metalmecánica y fabril que ya no existe. En ellos queda también ese aire fantasmal de las casas abandonadas, pero multiplicado a la enésima potencia, que me fascinaba cuando era chico. Dicen que adentro hay algunos cooperativistas que no es que recuperaron la fábrica, ello es notorio, pero que realizan algún que otro extraño pedido con esas carcazas. Dicen también que el lugar es bravo, especialmente cuando el camino más se acerca a la vera del río y se enfrenta al otro margen, el capitalino, con la villa 21-24 casi encima. Dicho sea de paso, es enorme esa villa. Cuando en lancha pasé por ahí, un día nublado y muy frío, con chaleco salvavidas y a la vez antibalas, más prefectos custodiándome, los únicos proyectiles que me impactaron fueron los saludos de un par de chicos desde la costa parados sobre basura y el vaivén de los rabos de los perros que, entre la inmundicia, no sé qué buscaban con sus hocicos.
Ya no bajamos las ventanillas, ya nos llenamos de tierra y el fotógrafo se me atraviesa para sacar fotos. Yo hago las mías, también, con el teléfono. Estiro la zurda por fuera de la SUV y saco fotos sin saber cómo quedarán. Al fondo del camino, donde ha quedado un puente ferroviario abandonado, pero que todavía une al meandro con la villa, se amontonan gendarmes y otros uniformados.
—Por ahí pasaba —le digo al fotógrafo— un tren que salía desde Once, el tren de la basura, que dejaba justamente la basura en la quema, cerca de la cancha de Huracán, y calculo que también por acá, por el Riachuelo.

22.12.11

4. Peor podría ser nada


Pronunciar "Rulo de Brian" ya me genera una inverosímil felicidad. Se trata de una parte del tramo del Riachuelo que no fue rectificada y que, como escribí en uno y mil lugares, pronuncia, visto desde el satélite de Google o de quien cuernos sea, un, valga la redundancia, rulo, o también lo que podría ser un corcho de sidra. Como la letra omega, bah, para hacerla más sencilla. La margen provincial de ese Rulo divide dos municipios en su parte media: Avellaneda, por un lado, y Lanús, por el otro. En ese exacto lugar se realizará esa especie menor de encuentro estilo posta de Yatasto, pero no en Yatasto, pero no con San Martín y Belgrano, sino con los intendentes de ambas comunas. Uno se despedirá, cuando ello ocurra, de la excursión. El segundo la iniciará.
Pero para llegar al mentado Rulo todavía nos falta. Todavía estamos por Avellaneda, a la altura del Carrefour, o pasando ya por debajo del puente Bosch.
En algún momento una camioneta de la caravana nos pasó a toda velocidad, y lo propio también hizo otra. Seguramente funcionarios municipales o judiciales, o periodistas de medios tan inexistentes como mi identidad, que tienen la obligación de bajarse al compás del juez, de su séquito. Como sea, me ha molestado el apuro de esas camionetas y confirmado que poco importamos, o que más bien somos como fantasmas que tenemos la gracia de tan solo escuchar para yo, de vez en vez, derribar alguna duda preguntándole a uno de los secretarios del juzgado que por qué tal cosa o que por qué tal otra. Es el lugar que ocupo, que ocupamos con el fotógrafo. Es la sombra por la que debemos movilizarnos, la sombra que proyectan las figuras de quienes son protagonistas de esta historia. La variante no me incomoda, más bien me intimida. Hay que ser prolijo y cauto en este tipo de aventuras baladíes. Uno está ahí para que funcionen cuatro de los cinco sentidos. El que más se activa en esta parte de la recorrida es el olfato. El Riachuelo, a estas alturas, huele a cloaca, da asco.
Nuevos cortes policiales de tránsito nos permiten meternos en el camino de tierra y escombro que se adentra al costado del Regatas de Avellaneda, histórico club en el que estuve casi medio año atrás, también tras los pasos del juez. En aquella oportunidad él exhibió toda su capacidad retórica para conminar y convencer a los directivos del Regatas de la obligación de tirar abajo parte de las instalaciones de la institución, aquellas que se levantaban sobre el camino de sirga, aquellas que ya no se ven hoy. Recuerdo que el juez en esa otra oportunidad los congregó a los directivos, y también a funcionarios y periodistas en el bar del club. Recuerdo que la mayoría se sentó a escucharlo. Recuerdo que el juez dijo que el camino de sirga, los treinta y cinco metros desde el talud hacia adentro, debían ser respetados. Que agregó que eso era ilegal, que así el Código Civil lo establecía, y que etcétera. Poco o nada pudieron resistirse los hombres del Regatas, aquella vez, a lo dicho por el mandamás de traje.
Qué bueno que todo este asunto del Riachuelo, pensé yo, esté judicializado. Para bien o para mal, con aciertos y errores, sin el fallo de la Corte Suprema detrás, nada de todo esto que se ve hubiese sido posible. La política jamás se ocupó del Riachuelo. Jamás de quienes viven a la vera de esta inmundicia. Ahora que la cuestión está judicializada, algo, así sea poco, se hace, y no me quiero meter con el asunto medioambiental, porque eso daría para otro texto y para otro tipo de conocimiento del que carezco, ni tampoco con el relativo a la salud de los habitantes de esta ribera, porque todavía no hay siquiera datos que puedan tomarse como descriptivos (sí los hay parciales, de chicos con plomo en la sangre, por ejemplo). Subyacen en el asunto habitacional y en el relacionado con el despeje del camino de sirga —a eso iba antes del desvío— muchas reservas en el medio, como la calidad de las casas de telgopor adonde van a parar las familias que paulatina y lentamente son trasladadas. Me dirá uno de los secretarios que es un sistema de construcción en seco, que está probado. Yo, sin embargo, no dejaré de observar a ese tipo de construcción como enormemente inflamable, acaso desde mi ignorancia, lo subrayo, pero no dejaré igual de observarlo, más aún teniendo en mi recuerdo a los ex habitantes de El Pueblito relocalizados en el predio de Avenida Castañares y Portela. Más aún alojándose todavía en mi memoria un tanto defectuosa a un matrimonio compuesto por una paraguaya y un misionero, a quienes a la nueva vivienda no les había llegado todavía el gas, cuando los visité bordeando el reciente inicio de la primavera, y cocinaban felices con garrafa conectada a la cocina, sin que se viera en el vestíbulo de ingreso al edificio matafuego alguno. Tal vez esté totalmente equivocado y se trate de excelentes construcciones estas de las que hablo. No lo sé. Ningún clasemediero como yo eligiría vivir en algo así, de eso estoy seguro.
—Frente al Regatas, del otro lado del río —le digo al fotógrafo medio haciéndome el docto, eso que se ve es la villa 26—. Y más hacia el sur —también le digo— lo que se ve es villa Magaldi.
La 26 que asoma a las aguas pútridas son casuchas que parecen desear caerse al agua, edificadas de manera precaria sobre palafitos, basura y porquerías. Lo mismo puede decirse de Magaldi.
En toda esa costa capitalina hay una historia de generaciones sumidas en la miseria, donde es fácil imaginar cientos de enfermos que todavía enferman o que ya han muerto. También hay otra silenciosa, hecha de una incalculable resignación. En un país donde los ahorristas de clase media chillaron en 2001, yo incluido. En un país donde se manifiestan protestas por el impuesto a las ganancias, por la soja de los campos, por el presidente de la AFA, por la reparación histórica a los hinchas de San Lorenzo y su cancha. En un país como este donde yo me caliento con un colectivero que me tiró el colectivo encima de mi vieja SUV. En un país así, quienes viven en lugares como la 26 o Magaldi, resultan ser personas de un mansedumbre soberana. No los he visto protestar, que yo recuerde, ni en la Plaza de Mayo ni frente al Congreso.

19.12.11

3. El cielo está con ganas de llover


Mi vieja SUV coreana tiene nafta para andar unos 70 kilómetros, no más. Su motor fue de avanzada una o dos décadas atrás: 2 litros, 16 válvulas, más de 130 caballos. Ahora se ha convertido en una máquina de gastar dinero. En principio por su consumo de nafta en ciudad. Según qué destinos tome la excursión, o dicho mejor, según qué desvíos, deberé pedirle prestado dinero al fotógrafo para cargar el tanque. Es que no cobré todavía un cheque que me devolverá a la línea de flotación y estoy, literalmente, sin un mango. Por supuesto, nada de todo esto digo, y no creo que los cigarrillos baratos que fumo me delaten, ni tampoco la vetustez de la SUV; al fin y al cabo ella es importada.
Cuando el pie del juez besa el primer estribo de la Sprinter, funcionarios, políticos, periodistas y policías aceleran el paso hacia sus móviles. Cuando el pie del juez llega al segundo escalón del minibús yo ya estoy angustiándome por esas cuestiones económicas personales, y más puntualmente por mi vieja SUV, que, además, no siempre se comporta todo lo bien que uno esperaría. Sin embargo, arranca sin dificultad y la logro ubicar tras un Fiat, hacia la mitad de la caravana que enseguida se forma.
El rumbo es por el camino de sirga, margen provincial, hacia el oeste. Es decir, hacia Lanús. El rumbo, por ahora, no es apresurado. Pero sé que lo será porque el cielo está con ganas de llover. Esta es una semana de días que llueve y para, llueve y para.
Le cuento al fotógrafo que en la anterior caravana guiada por el juez hubo un momento en donde todos debimos poner los autos y camionetas a 80 kilómetros por hora sobre la Avenida 27 de Febrero (margen capitalina del Riachuelo). Bah, no le digo eso, me voy de rosca, le digo 120. Por alguna razón que todavía desconozco en aquella oportunidad el juez resolvió apresurar la marcha y todos obedecimos, en mi caso, para no perderme y terminar con la crónica.
—Uno se cree poderoso cuando va en estas caravanas llenas de policía y gendarmes —le cuento—. Vas a ver cómo ellos se intercomunican, cómo cortan el tránsito, cómo hacen todo lo necesario para que nosotros podamos avanzar. Pero en realidad no es a vos y a mí a quienes nos protegen. Me pasó de estar en la embotelladora de aguas, gaseosas y no sé si isotónicos que tiene Quilmes junto a El Pueblito, en Nueva Pompeya, y de quedarme con otro fotógrafo de repente con el auto a un kilómetro de distancia mientras todos los demás ya habían ubicado sus móviles junto a la villa 21-24, ahí mucho más cerca de la embotelladora. A duras penas esa vez supe que iban hacia villa Luján y por una funcionaria del gobierno de la Ciudad Autónoma, que me dijo cómo llegar, pude más o menos orientarme.
La sensación de poder, no obstante, ahora vuelve a subyacer. Tonterías de uno. La SUV coreana según cómo le dé la luz solar es azul, de un azul policíaco.
Todavía en Avellaneda se produce la primera detención. Es junto a la demolición de parte de una empresa química de nombre Levalle (así me dice uno de los secretarios; una de las calles que bordea la firma se llama Levalle). Naturalmente, lo que se está tirando abajo es aquella parte de empresa que ocupa el camino de sirga. Una máquina con su pala mecánica muerde escombros, maderas, trozos chapa retorcida. El juez no parece muy conforme con los trabajos, pero sí, se está cumpliendo su orden.
Un hombre que supongo que es de la empresa sancionada, tras mirar toda la serie de autos, camionetas y coches de policía, me pregunta:
—¿Qué pasa?
—Nada. Están el intendente, el juez, de recorrida.
El tipo me mira, se ríe.
—Ah, boludeando —me dice.
Días más tarde leeré en la web de ACUMAR que la máquina en cuestión es una excavadora, que "procedió a derribar paredes y desmantelar techos de chapa que el depósito ocupaba en forma ilegal". Y también leeré que, "en junio pasado, la ACUMAR ya había realizado un operativo de liberación de espacio público en la misma empresa", y que "en ese momento se trabó un embargo preventivo al propietario del depósito por un monto de $300.000".
Enseguida, vuelta a subir a los móviles y vuelta a bajar. Sufro con eso. Se gasta más nafta.
La nueva detención es para ver cómo unos hombres pintan dibujos en las paredes de una suerte de plaza junto a la ribera. Está que amenaza llover pero ellos igual ahí están, pintando, advertidos de que hoy vendrán el juez, el intendente, la mar en coche. Nuestra visita es breve y poco o nada escucho que el juez dice. Nos cruzamos miradas. Él es como todas esas personas que son reconocidas por miles de personas. No obstante, seguramente me recuerde de la recorrida anterior y de cuando me recibió en el despacho. Pero está demasiado rodeado de gente importante y no quiero impresionarle obsecuente o lamebotas, no estoy ahí para eso. Me retraigo con facilidad, además. Y me reprocho. Tampoco quiero quedar como un mal educado. Pero estas son taras propias que no hacen a los hechos. Que nada les aportan.
El fotógrafo, mientras tanto, saca y saca fotos, fuera y dentro de la SUV. Cuando estamos a la altura del Carrefour que fue clausurado por contaminar el Riachuelo le señalo la ribera capitalina, el lugar donde se asentaba parte de la villa Luján, donde ahora se está ultimando parte del camino que reemplaza a aquel asentamiento. También le cuento que junto al Puente Bosch, del lado de Avellaneda, también había un pequeño asentamiento que ya no está. Toda gente que hoy vive en las casas de telgopor hechas por el gobierno federal.
Minguillón, uno de los secretarios del juzgado, en mi primera recorrida por la zona, recuerdo que me contó lo que vivió una de las familias relocalizadas la primera noche de lluvia en su nueva casa.
—Sintieron que llovía —me dijo— y comenzaron a levantar colchones, a tumbar camas, a elevar electrodomésticos. Hasta que se dieron cuenta de que ahí nada sería inundado. Entonces se pusieron a llorar. No sé si de alegría o por recordar cómo vivían.
En mayo de 2011 fue la relocalización de esa y otras familias que vivían bajo el Puente Bosch; 18, en total, que hoy viven en French y Autopista Buenos Aires-La Plata, Avellaneda. En villa Luján el número fue mayor: 44. De todas maneras, una nada en comparación con otros puntos sobre ambas márgenes a trasladar. Las 44 familias de villa Luján hoy viven en Avenida Lacarra y Cruz, de la Ciudad Autónoma, aunque originalmente también debieron irse a vivir adonde marchan, mientras esta recorrida se realiza, las de El Pueblito, en Avenida Castañares y Portela, también en Capital. Al respecto, sí, hubo problemas. Problemas que derivaron en que el Júpiter del Riachuelo multara, en junio de 2011, a Cristina Caamaño, secretaria de Seguridad Operativa del Ministerio de Seguridad de la Nación, por no obedecer la orden de desalojo de los departamentos ubicados en ese último lugar, que habían sido intrusados meses antes y con punteros políticos mediante por habitantes de la villa capitalina 1-11-14 y por otros grupos familiares acaso sin techo. El resultado de esa intrusión fue nefasto. Los okupas, como se los suele llamar, antes de finalmente marcharse, prendieron fuego parte del predio y rompieron inodoros, lavatorios, cocinas, mientras Armella insistía con que esa era parte de su jurisdicción, por estar el complejo habitacional destinado pura y exclusivamente a pobladores de la cuenca Matanza-Riachuelo.
A propósito de lo anterior: el 23 de septiembre de 2010 fue firmado el Convenio Marco para el cumplimiento del Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la cuenca. Ese documento contempla la asistencia y relocalización, desde ese año y hasta 2013, por lo menos, de 17.771 familias radicadas en la ribera del Riachuelo y el Matanza, de las cuales la inmensa mayoría todavía vive a orillas de ese hilo de agua hipercontamintado. En ese número, la villa 21-24 se lleva la mayor cantidad: 1334 grupos familiares. Para lograr esos objetivos hay censos, trabajos de asistentes sociales, búsqueda de predios donde construir viviendas de telgopor, y hay también cronogramas que frecuentemente son modificados, porque no todo es perfecto.
Pero de lograrse cumplir con esa meta, no todo estará terminado. Porque, amén de las polémicas técnicas acerca del saneamiento de la cuenca, en ella viven y también son afectadas por la contaminación más de 5 millones de habitantes, es decir, cerca del 13 por ciento de la población de la Argentina, en una zona que ocupa una superficie aproximada de 2338 km2, con una longitud del cauce principal de alrededor de 70 kilómetros y que abarca 14 municipios provinciales y la costa sur de la Ciudad Autónoma.
—Está anunciado lluvia —le digo al fotógrafo— y ya vas a ver que no todo es asfalto, espero que no nos quedemos varados en el Rulo de Brian.
Él sabe que ahí está una planta de la vieja Siam. Él ya me dijo que quiere parar, sacar fotos.
—Es peligroso el Rulo, ya vas a ver, hay policía y gendarmes por todas partes, y si llueve, ni te digo —le digo, al volante de la SUV, ahora, tras una todoterreno.

16.12.11

2. El dios del Riachuelo


El puente que miramos es el Transbordador Nicolás Avellaneda, hecho de hierro abulonado y que, entre 1913 y 1947, unió La Boca con Isla Maciel, donde por algún lugar he leído que por entonces abundaban las casas de citas adonde iban a debutar muchos proyectos de hombre de Buenos Aires. Pablo Wilk, secretario del juzgado federal de Quilmes, meses atrás me dijo con respecto a este brazo monumental que "ya está decidida su puesta en valor" para recuperarlo. En un rato me agregará que sigue en pie esa puesta, pero que habrá que resolver primero el tema del gasoducto que se eleva junto a los fierros del puente y cruza el río hasta la Ciudad Autónoma.
Hacia las 10.30, aproximadamente, una Sprinter blanca que en su parte trasera tiene escrito en rojo "Morón" llega con Armella. En ella también vienen varios secretarios del juzgado federal, entre ellos el mentado Wilk y Fernando Minguillón, con quien hice, a principios de este año la primera recorrida por el camino de la ribera provincial. Para cuando esto suceda será tanta la gente reunida que dará la sensación de que el juez ha venido a dar un recital. Entre esa gente distingo a Jorge Ferraresi, intendente de Avellaneda; al secretario de Planificación Estratégica de ACUMAR, Carlos Balor; y al presidente ejecutivo, Oscar Deina, que el domingo a la noche lo vi en un programa de TN. También se han multiplicado los funcionarios provinciales y de la Autoridad de la Cuenca (casi todos llegaron en camionetas), los periodistas de medios más bien invisibles, online, y hay un tal Alejandro que me saluda, que yo identifico a medias, y al que disimulo conocer a la perfección. El fotógrafo, por su parte, identifica a un Javier no sé cuánto, capo de medioambiente o algo así del gobierno de la Ciudad Autónoma; este se acercó, nos saludó. Y es demasiada gente, sí. Demasiada. Y toda ella ya sigue al juez hacia donde obreros trabajan en el camino de sirga de Isla Maciel.
La vez pasada, le cuento al fotógrafo, en la otra recorrida, le cuento, fue igual, pero el juez dijo que quería empezar desde más atrás, desde donde arranca este lugar de Avellaneda, más hacia el Este, y desde donde debería arrancar el camino de sirga, junto a la firma Exlogan, una de las empresas que fue señalada por ACUMAR como agente contaminante y que según el listado que figura en la web ya tiene presentado y aprobado su PRI (Plan de Reconversión Industrial) para no contaminar más. Exlogan es algo así como una terminal de contenedores, y eso se ve desde lejos, contenedores anaranjados y azules, y también blancos, que son ubicados por una máquina complejísima y monstruosa que produce un ruido de sirena mientras maniobra. Se ve asimismo, a la entrada del predio que ocupa la firma, que fue derribado un muro para allí emplazar un portón metálico, entretejido. En lo que de muro queda puede leerse la pintada de una fecha, ya no recuerdo cuál, y bajo ella el anuncio de que ahí, junto a ese muro, en ese lugar, se realizará una misa en memoria de "N.C.", y ya más nada puede leerse porque el resto de muro ya no existe, aunque es evidente que se trata de Kirchner, omnipresente en esta margen provincial del Riachuelo, como su mujer Cristina Fernández, que también tiene su pintada, metros al sur, en otro muro.
Pero el juez esta vez resuelve que directamente todos nos subamos a nuestros móviles para empezar la recorrida. Desde que bajó de la Sprinter (saco azul, pantalón gris, largos zapatos al tono) dirige nuestras voluntades. Le falta la égida para ser Júpiter por estos lados del planeta, y nadie discute su poder. Un poder que él demuestra llevar con soltura, cómodamente, bajándose al llano pero sin que aquél se le pierda. Todas las miradas hacia él se dirigen. Todas las cámaras. Todos los oídos. Durante la excursión que de aquí a poco se iniciará, Armella dictará dónde detenerse, dónde seguir, y amonestará cuando lo crea necesario a quien lo crea necesario, y dará sugerencias hasta forestales a quien tenga ganas de dárselas.
Un apunte más antes de comenzar la recorrida. "Sirga" es una maroma (cuerda gruesa en este caso) útil para arrastrar embarcaciones en los ríos desde la tierra firme. Es por ello que así es llamado el camino que a uno y otro lado del Riachuelo se va abriendo. Seguramente años ha así eran conducidos los barcos por este curso de agua de poca profundidad. Armella se ha basado en esa voz y en lo que el Código Civil reza para ordenar la demolición de todo aquello que obstruya el camino ribereño.
El artículo 2369 de ese cuerpo legal reza:
"Los propietarios limítrofes con los ríos o con canales que sirven a la comunicación por agua están obligados a dejar una calle o camino público de 35 metros hasta la orilla del río, o del canal, sin ninguna indemnización. Los propietarios ribereños no pueden hacer en ese espacio ninguna construcción ni reparar las antiguas que existen, ni deteriorar el terreno en manera alguna".
Y el 2640 agrega:
"Si el río o canal atravesare alguna ciudad o población, se podrá modificar por la respectiva municipalidad el ancho de la calle pública, no pudiendo dejarla de menos de 15 metros".

15.12.11

1. Punto de partida


Martes 13 de diciembre de 2011. Parcialmente nublado, unos 22 grados de temperatura y amenazas de lluvias aisladas. En el muelle no está el encargado y los botes que unen Isla Maciel con La Boca flotan con algún pequeñísimo bamboleo. En tierra ya hay móviles de la policía bonaerense, de gendarmería, también la camioneta plotteada de la Municipalidad de Avellaneda. Son las 9 de la mañana y este día será el de la última recorrida del año del juez Luis Armella por la cuenca baja del Matanza-Riachuelo. Prácticamente una réplica de lo que ha sucedido meses atrás, aunque con algunas notorias modificaciones edilicias y, especialmente, humanas. Pues el juez habrá de verificar las obras en marcha del barrio Néstor Carlos Kirchner, en Valentín Alsina, y la casi total mudanza de los habitantes que, sobre el camino de sirga, en el asentamiento El Pueblito, Nueva Pompeya, hasta hace unos días vivían junto al agua negra y casi innmóvil de ese río al que Pedro de Mendoza y sus hombres vieron con buenos ojos para anclar sus naos, a supuesto buen refugio de las inclemencias climáticas y de los indios.
Armella es uno de los personajes centrales de esta historia. A cargo del Juzgado Federal de Quilmes desde 2006, tiene 42 años, y desde 2008 está a cargo de la ejecución del fallo de la "causa Mendoza", que obliga a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a la provincia homónima y al Gobierno argentino a sanear el hilo de agua en cuestión, desde Cañuelas hasta su desembocadura en el Río de La Plata.
"Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/Estado Nacional y otros s/Daños y Perjuicios (derivados de la contaminación ambiental del Río Matanza-Riachuelo)". Tal es la carátula completa de la causa, presentada por un grupo de vecinos de Villa Inflamable, Avellaneda, encabezados por la mencionada Mendoza. Originalmente, entre los demandados, se encontraban cerca de 50 empresas, que serían intimadas en 2006 por la Corte para que presentaran un plan de saneamiento. Eso sucedería en junio de ese año. Cinco meses después, en audiencia pública, los principales demandados, es decir, los tres Estados, se verían obligados a presentar un plan de saneamiento y la creación de un comité de cuenca interjurisdiccional, ACUMAR (Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo), y en febrero de 2007, en otra audiencia pública, la pasada al olvido Romina Picolotti, por entonces secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, expondría los avances del plan, que serían muy pocos. Tan pocos que el 4 de julio de ese año la Corte dictaría su fallo, condenando a los demandados.
Fuente: Prensa Sec. de Ambiente
y Desarrollo Sustentable
Hijo de un trabajador fabril y de una inmigrante italiana, Armella resultaría el juez federal encargado de hacer las veces de vicario de la Corte. Había iniciado su carrera en el Juzgado Criminal y Correccional 7 de Quilmes, como meritorio, en donde había ascendido hasta oficial segundo. Así lo escribí hace ya más de un año, tras nuestro primer contacto. También escribí que, más tarde, había pasado como auxiliar letrado al Juzgado Criminal y Correccional 2, también de Quilmes, en donde llegaría a ser secretario, "para, en 2008, iniciar su concurso para ser designado fiscal, posición que ocuparía hasta la creación del Juzgado Federal que hoy encabeza".
—Eso fue en 2006 —me dijo hace más de un año—. Hoy tenemos nueve secretarías y casi 100 personas, lo que nos convierte en el juzgado más grande del país.
Y en cuanto a la cuenca:
—Yo veré alguna etapa terminada, mis hijos verán otra, y lo importante es que el proceso iniciado adquiera intensidad, hasta llegar a la instancia del mantenimiento y el cuidado.
(Lo que no es poco tratándose de uno de los tres cursos de agua más contaminados del planeta.)
En la casa del juez no había libros. A los 16 años se quedó huérfano de padre y sin mayores posibilidades de seguir una carrera universitaria. Se empleó en una fábrica como administrativo, fue mozo los fines de semana en su ciudad natal, Berazategui. Con lo producido por esas labores accedió a la universidad pública, en La Plata.
—Y nunca fui aplazado. Estudié sin prisa, pero sin pausa. El día que murió papá fue un 14 de diciembre, y fue terrible. Él tenía que cobrar el 15, así que volví del entierro, con mi madre, sin un peso. Ella amasó, me acuerdo, unos fideos con agua, sin huevo. A partir de ahí fue volver a empezar.
—¿Cómo es que se llegó a esta judicialización de la cuenca? —recuerdo que hace más de un año le pregunté.
—Fue a causa de la falta de un Estado presente y de la voracidad de los intereses económicos sin ningún tipo de control. Y hubo también perversidad para usufructuar desde el clientelismo político a la miseria.
Vestía, hace más de un año atrás, saco gris, camisa blanca y corbata a rayas azul oscuro y grises. Estaba más flaco y había sido un tanto impuntual.
Ahora son las 9.30 y Armella todavía no llega. Llamé recién a uno de sus secretarios, me dijo que estaba en camino. Y sí, será una réplica de la recorrida que el juez y su séquito, incluido un servidor, realizaron meses atrás: Isla Maciel, Lanús, Puente La Noria, El Pueblito, Villa Luján. Y en el límite entre Avellaneda y Lanús, sobre el Rulo de Brian, una suerte de posta de Yatasto, pero sin Belgrano ni San Martín, tan solo con el saludo de los intendentes de esos municipios, donde uno dejará el tour y el otro comenzará a acompañarlo.
—No se ve gente en el muelle de los botecitos. Es raro —le digo al fotógrafo—. La vez anterior estaba déle cruzar la gente.
—Será porque es martes 13 —me responde el fotógrafo.
Me impresiona una respuesta un tanto insostenible. Se lo digo. Él nada más me dice. Le pido un chicle.
Nos quedamos mirando el puente, el río.

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