El juez ha decidido acelerar. El cielo se cubrió y las nubes no son un cerebro. David Foster Wallace alguna vez metaforizó así un cielo con nubes. Una gran metáfora. Envidiable. Pero estas no son como un cerebro, sino planas y ennegrecidas en algunas partes. Nubes del color del telgopor que veremos en el barrio Néstor C. Kirchner, en Valentín Alsina.
Mi vieja SUV traga la poca nafta que le queda a ochenta kilómetros por hora, velocidad prohibida, pero no en este caso. Bromeo con el fotógrafo, le digo que ya me va a caer una foto-multa por exceso de velocidad.
—¿Y a quién le voy a explicar que iba de recorrida oficial? ¿Quién soy yo en todo esto?
Nadie. No es necesario que el fotógrafo me lo diga. Soy, somos, nadie. Si resuelvo ir a cuarenta y cinco kilómetros por hora ninguno de los que encabezan la caravana nos echará de menos, ahí está la prueba contundente de esta certidumbre, de la que no me quejaría si no tuviera ya el tanque tan vacío. No me gustaría pedirle prestado dinero al fotógrafo. Sería vergonzoso. Y acaso él tampoco cuente con dinero para cargar nafta. Y además la culpa es mía por ganar tan poco dinero. Por estos días tengo aún la posibilidad de un trabajo fijo, de administrativo. Poco dinero, también, pero seguro todos los fines de mes. ¡Y aguinaldo! ¡Y salario familiar! ¡Y vacaciones! Pero ya sé que en el futuro inmediato desistiré de la propuesta. Al menos, mientras el Riachuelo exista. Mientras este tipo de situaciones ocurran. Me perdería estas aventuras baladíes, estas excursiones clasemedieras metiendo las zapatillas en la tierra y el polvo. Puedo después tener tema de conversación, lo que no es poco. Puedo contrarrestar mi fobia a los amontonamientos de gente propios de las reuniones sociales con temas como el Riachuelo. No, no es poco para un tipo que tiende al aislamiento. O que oscila, así es mejor decirlo, entre el histrionismo absurdo y el aislamiento. Estas aventuras me permiten ser un poco más serio. Maduro.
El móvil policial que seguía ya no está delante de mi vieja SUV. Se ha adelantado a todavía más velocidad. Desde donde escribo estas cosas ya no sé qué tengo delante. Ni las fotos que saqué me ayudan. Retengo, sí, que en un tramo un viejo Taunus se me mete entre la caravana oficial y la extensión de mi cuerpo que son los faros de la SUV. Que lo sobrepaso para no perderme. Porque no sé que vamos al barrio Néstor C. Kirchner. Lo sé ahora, desde donde esto escribo, pero no lo sé mientras manejo, esta parte de la excursión en ningún momento la tuve muy clara. Sí que finalizará en El Pueblito o en el camino de sirga junto a lo que queda de villa Luján. Pero esta parte es una laguna mental.
Cuando ella se disipa ya estacioné tras una camioneta de Gendarmería, a la entrada del barrio, y ya entré al barrio propiamente dicho. Hay obreros trabajando. El juez se entrevista con uno de los directores de obra, que tiene casco blanco. El juez pregunta a ese hombre asuntos relativos al tiempo, se sobreentiende que el cronograma tiene cierto desajuste que debe ser corregido.
Las viviendas impresionan así como están. Son placas de telgopor guiadas por hierros verticales y horizontales. Sobre esas placas se les pondrá una fina capa de cemento. El hombre de casco blanco asegura que antes de fin de año ya algunas de las viviendas estarán terminadas. Eso es lo que permite este tipo de construcciones, al parecer: la rapidez. Por supuesto, se trata también de abaratar costos. No bien guglee un poco más sobre el asunto encontraré que, a pesar de mis reservas sobre esta forma de construcción, nada es tan novedoso. Exactamente leeré este texto del 26 de diciembre de 2001:
"TELGOPOR Y CONCRETO. Con estos sistemas se logran casas de la misma apariencia que una construcción tradicional, pero en tiempo mucho menor.
"El sistema se basa en paneles que están formados por dos mallas cuadriculadas de acero, unidas por tensores de alambre galvanizado a una plancha central de poliestireno expandido. Los paneles llegan a obra con la forma de las paredes y se colocan como si se tratara de ladrillos gigantes.
"El montaje no requiere grúas porque los paneles son muy livianos. Los albañiles arman las paredes sobre una platea de hormigón y 'atan' las mallas de acero unas con otras. Una vez ensamblada toda la casa se colocan las instalaciones y las carpinterías. Para terminar, se revoca el panel con concreto cementicio de los dos lados. La construcción de toda esta cáscara puede demandar entre 35 y 40 días".
Y también encontraré esta declaración de Sergio Schoklender, en 2008, cuando todavía no había saltado el escándalo con las Madres de Plaza de Mayo:
“Tienen aislación acústica y térmica, son ignífugos y hasta podrían resistir un sismo”.
Suena un tanto exagerado. ¿Pero quién soy yo para probar lo contrario?
—¿Quién? —le comento al fotógrafo, creyendo que está a mi lado. Hablo solo, ya, eso me pasa. Solo.
La revista del juez es más rápida que la construcción de estas viviendas.
—Vamos antes de que nos agarre el agua —le dice a uno de sus secretarios.
Desde el Rulo está apurado. Ya es cerca de la una de la tarde. Y a mí otra vez se me está por escapar Su Señoría.
"Que arranque, que arranque el auto", me digo. "Y que me aguante unos kilómetros más", me digo también.
La luz de alerta que indica que mi vieja SUV está sedienta, es de color ambarino y parpadea. Me puteo para mi adentro. Si el cielo copiase la forma de mi cerebro ahora mismo acá debería desatarse un temporal y no estas tres gotas que han comenzado a caer.