Mi vieja SUV coreana tiene nafta para andar unos 70 kilómetros, no más. Su motor fue de avanzada una o dos décadas atrás: 2 litros, 16 válvulas, más de 130 caballos. Ahora se ha convertido en una máquina de gastar dinero. En principio por su consumo de nafta en ciudad. Según qué destinos tome la excursión, o dicho mejor, según qué desvíos, deberé pedirle prestado dinero al fotógrafo para cargar el tanque. Es que no cobré todavía un cheque que me devolverá a la línea de flotación y estoy, literalmente, sin un mango. Por supuesto, nada de todo esto digo, y no creo que los cigarrillos baratos que fumo me delaten, ni tampoco la vetustez de la SUV; al fin y al cabo ella es importada.
Cuando el pie del juez besa el primer estribo de la Sprinter, funcionarios, políticos, periodistas y policías aceleran el paso hacia sus móviles. Cuando el pie del juez llega al segundo escalón del minibús yo ya estoy angustiándome por esas cuestiones económicas personales, y más puntualmente por mi vieja SUV, que, además, no siempre se comporta todo lo bien que uno esperaría. Sin embargo, arranca sin dificultad y la logro ubicar tras un Fiat, hacia la mitad de la caravana que enseguida se forma.
El rumbo es por el camino de sirga, margen provincial, hacia el oeste. Es decir, hacia Lanús. El rumbo, por ahora, no es apresurado. Pero sé que lo será porque el cielo está con ganas de llover. Esta es una semana de días que llueve y para, llueve y para.
Le cuento al fotógrafo que en la anterior caravana guiada por el juez hubo un momento en donde todos debimos poner los autos y camionetas a 80 kilómetros por hora sobre la Avenida 27 de Febrero (margen capitalina del Riachuelo). Bah, no le digo eso, me voy de rosca, le digo 120. Por alguna razón que todavía desconozco en aquella oportunidad el juez resolvió apresurar la marcha y todos obedecimos, en mi caso, para no perderme y terminar con la crónica.
—Uno se cree poderoso cuando va en estas caravanas llenas de policía y gendarmes —le cuento—. Vas a ver cómo ellos se intercomunican, cómo cortan el tránsito, cómo hacen todo lo necesario para que nosotros podamos avanzar. Pero en realidad no es a vos y a mí a quienes nos protegen. Me pasó de estar en la embotelladora de aguas, gaseosas y no sé si isotónicos que tiene Quilmes junto a El Pueblito, en Nueva Pompeya, y de quedarme con otro fotógrafo de repente con el auto a un kilómetro de distancia mientras todos los demás ya habían ubicado sus móviles junto a la villa 21-24, ahí mucho más cerca de la embotelladora. A duras penas esa vez supe que iban hacia villa Luján y por una funcionaria del gobierno de la Ciudad Autónoma, que me dijo cómo llegar, pude más o menos orientarme.
La sensación de poder, no obstante, ahora vuelve a subyacer. Tonterías de uno. La SUV coreana según cómo le dé la luz solar es azul, de un azul policíaco.
Todavía en Avellaneda se produce la primera detención. Es junto a la demolición de parte de una empresa química de nombre Levalle (así me dice uno de los secretarios; una de las calles que bordea la firma se llama Levalle). Naturalmente, lo que se está tirando abajo es aquella parte de empresa que ocupa el camino de sirga. Una máquina con su pala mecánica muerde escombros, maderas, trozos chapa retorcida. El juez no parece muy conforme con los trabajos, pero sí, se está cumpliendo su orden.
Un hombre que supongo que es de la empresa sancionada, tras mirar toda la serie de autos, camionetas y coches de policía, me pregunta:
—¿Qué pasa?
—Nada. Están el intendente, el juez, de recorrida.
El tipo me mira, se ríe.
—Ah, boludeando —me dice.
Días más tarde leeré en la web de ACUMAR que la máquina en cuestión es una excavadora, que "procedió a derribar paredes y desmantelar techos de chapa que el depósito ocupaba en forma ilegal". Y también leeré que, "en junio pasado, la ACUMAR ya había realizado un operativo de liberación de espacio público en la misma empresa", y que "en ese momento se trabó un embargo preventivo al propietario del depósito por un monto de $300.000".
Enseguida, vuelta a subir a los móviles y vuelta a bajar. Sufro con eso. Se gasta más nafta.
La nueva detención es para ver cómo unos hombres pintan dibujos en las paredes de una suerte de plaza junto a la ribera. Está que amenaza llover pero ellos igual ahí están, pintando, advertidos de que hoy vendrán el juez, el intendente, la mar en coche. Nuestra visita es breve y poco o nada escucho que el juez dice. Nos cruzamos miradas. Él es como todas esas personas que son reconocidas por miles de personas. No obstante, seguramente me recuerde de la recorrida anterior y de cuando me recibió en el despacho. Pero está demasiado rodeado de gente importante y no quiero impresionarle obsecuente o lamebotas, no estoy ahí para eso. Me retraigo con facilidad, además. Y me reprocho. Tampoco quiero quedar como un mal educado. Pero estas son taras propias que no hacen a los hechos. Que nada les aportan.
El fotógrafo, mientras tanto, saca y saca fotos, fuera y dentro de la SUV. Cuando estamos a la altura del Carrefour que fue clausurado por contaminar el Riachuelo le señalo la ribera capitalina, el lugar donde se asentaba parte de la villa Luján, donde ahora se está ultimando parte del camino que reemplaza a aquel asentamiento. También le cuento que junto al Puente Bosch, del lado de Avellaneda, también había un pequeño asentamiento que ya no está. Toda gente que hoy vive en las casas de telgopor hechas por el gobierno federal.
Minguillón, uno de los secretarios del juzgado, en mi primera recorrida por la zona, recuerdo que me contó lo que vivió una de las familias relocalizadas la primera noche de lluvia en su nueva casa.
—Sintieron que llovía —me dijo— y comenzaron a levantar colchones, a tumbar camas, a elevar electrodomésticos. Hasta que se dieron cuenta de que ahí nada sería inundado. Entonces se pusieron a llorar. No sé si de alegría o por recordar cómo vivían.
En mayo de 2011 fue la relocalización de esa y otras familias que vivían bajo el Puente Bosch; 18, en total, que hoy viven en French y Autopista Buenos Aires-La Plata, Avellaneda. En villa Luján el número fue mayor: 44. De todas maneras, una nada en comparación con otros puntos sobre ambas márgenes a trasladar. Las 44 familias de villa Luján hoy viven en Avenida Lacarra y Cruz, de la Ciudad Autónoma, aunque originalmente también debieron irse a vivir adonde marchan, mientras esta recorrida se realiza, las de El Pueblito, en Avenida Castañares y Portela, también en Capital. Al respecto, sí, hubo problemas. Problemas que derivaron en que el Júpiter del Riachuelo multara, en junio de 2011, a Cristina Caamaño, secretaria de Seguridad Operativa del Ministerio de Seguridad de la Nación, por no obedecer la orden de desalojo de los departamentos ubicados en ese último lugar, que habían sido intrusados meses antes y con punteros políticos mediante por habitantes de la villa capitalina 1-11-14 y por otros grupos familiares acaso sin techo. El resultado de esa intrusión fue nefasto. Los okupas, como se los suele llamar, antes de finalmente marcharse, prendieron fuego parte del predio y rompieron inodoros, lavatorios, cocinas, mientras Armella insistía con que esa era parte de su jurisdicción, por estar el complejo habitacional destinado pura y exclusivamente a pobladores de la cuenca Matanza-Riachuelo.
A propósito de lo anterior: el 23 de septiembre de 2010 fue firmado el Convenio Marco para el cumplimiento del Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la cuenca. Ese documento contempla la asistencia y relocalización, desde ese año y hasta 2013, por lo menos, de 17.771 familias radicadas en la ribera del Riachuelo y el Matanza, de las cuales la inmensa mayoría todavía vive a orillas de ese hilo de agua hipercontamintado. En ese número, la villa 21-24 se lleva la mayor cantidad: 1334 grupos familiares. Para lograr esos objetivos hay censos, trabajos de asistentes sociales, búsqueda de predios donde construir viviendas de telgopor, y hay también cronogramas que frecuentemente son modificados, porque no todo es perfecto.
Pero de lograrse cumplir con esa meta, no todo estará terminado. Porque, amén de las polémicas técnicas acerca del saneamiento de la cuenca, en ella viven y también son afectadas por la contaminación más de 5 millones de habitantes, es decir, cerca del 13 por ciento de la población de la Argentina, en una zona que ocupa una superficie aproximada de 2338 km2, con una longitud del cauce principal de alrededor de 70 kilómetros y que abarca 14 municipios provinciales y la costa sur de la Ciudad Autónoma.
—Está anunciado lluvia —le digo al fotógrafo— y ya vas a ver que no todo es asfalto, espero que no nos quedemos varados en el Rulo de Brian.
Él sabe que ahí está una planta de la vieja Siam. Él ya me dijo que quiere parar, sacar fotos.
—Es peligroso el Rulo, ya vas a ver, hay policía y gendarmes por todas partes, y si llueve, ni te digo —le digo, al volante de la SUV, ahora, tras una todoterreno.