23.12.11

5. El Rulo


—Ahora sí —le digo al fotógrafo—, nos vamos a la posta de Yatasto, al Rulo —le digo—. Si es como la otra vez que hice esto, por la mitad de ese meandro el intendente de Avellaneda se va a saludar con el de Lanús y nos va a abandonar con toda su comitiva, para dejarnos la del otro en su reemplazo.
Darío Díaz Pérez es el intendente de Lanús. Lo conocí en el invierno, en Quilmes Oeste, dentro de una sala de audiencias del Juzgado Federal de Quilmes. Yo había ido hasta allí para presenciar al juez en acción en una audiencia pública. En la sala hacía bastante calor, éramos demasiados. Fuera el cielo era para que Claudio María Domínguez filmara una película new age, así el frío fuera literalmente de cagarse. Me corrijo, no lo conocí ahí a Díaz Pérez. El verbo es excesivo. Lo vi por vez primera en vivo y directo, y lo primero que me llamó la atención fue que —como Juan José Mussi, el secretario de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, que también estaba en el juzgado— fuese más bajo que yo, lo que realmente suele ser bastante difícil.
En esa ocasión el juez también se hizo esperar. Había una fotografía enmarcada y colgada de la pared con él comulgando de la mano de Benedicto XVI. Había en la pared que enfrentaba a aquella un crucifijo con su olivo del domingo de ramos. Y muchos hombres y mujeres, los más importantes sentados, los otros, como yo, de pie, a la espera del usía. No es broma, creo que su señoría nos hizo esperar como una hora. Más tarde pensé que esa demora había sido estratégica.
Cuando entró, comenzó a levantar en peso a Dios y María Santísima. Amenazó a diestra y siniestra con multar a los funcionarios que no cumplieran con las disposiciones legales, y todo lo hizo con destreza política, marcando bien el terreno, dando a entender quién ahí era el dueño de casa y del asunto. Es que había demoras y en la audiencia pública se habían puesto de manifiesto. Un predio de fabricaciones militares donde debían construirse viviendas de telgopor con financiación del gobierno central todavía no había podido ser utilizado para ese fin porque se habían hallado proyectiles soterrados. Y cosa parecida sucedía con otro predio de Vialidad Nacional.
—¿Qué está pasando? —encaró el juez al intendente de Lanús y de manera más directa a un hombre joven, de no más de treinta y pocos años, encargado, al parecer, del tema de las viviendas.
—Nos demoramos porque Vialidad Nacional no nos cedía el 50% de una parte del predio —fue la respuesta.
—¿Pero hace cuánto tramitaron ese pedido?
—La semana pasada.
—¿Es decir que tuve que convocar esta reunión para que ustedes actuaran?
—Estuvimos trabajando...
—Yo quiero que entiendan que no voy a tolerar demoras en el desalojo de viviendas y empresas sobre el camino de sirga. Además, es tonto invertir en salud si la gente sigue viviendo a orillas del Riachuelo. En fin —mirando ahora al intendente—, Darío, te exhorto a que aprietes más los tiempos en tu municipio. Hoy el dinero está. Saben que cuentan conmigo, con el apoyo de este juzgado. De acá en más todo retraso me lo hacen saber para que se ajuste y yo pueda informarlo a la Corte. Si no, será multado el funcionario responsable.
Recuerdo que a raíz de esa audiencia pública me puse a guglear acerca de ese dinero que el juez decía que estaba, que logré dar con ciertos datos perentorios y que escribí:
"El 23 de septiembre de 2010 fue firmado el Convenio Marco para el cumplimiento del Plan de Urbanización de Villas y Asentamientos Precarios en Riesgo Ambiental de la Cuenca Matanza-Riachuelo (...). Suscribieron a ese documento los tres Estados condenados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación y los 14 municipios bonaerenses que integran la cuenca".
Y que:
"El financiamiento de esas tareas está garantizado por otro convenio, del 24 de enero de 2011, entre el Ministerio de Economía de la Nación y el Ministerio —también nacional— de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, a través de la Secretaría de Obras Públicas, por el cual se ha comprometido un monto de $3.173.413.321".
Pero para esa virtual posta de Yatasto donde aparecerá el intendente que estuvo en aquella audiencia pública todavía nos faltan unos minutos.
La tierra comienza a abundar. Subo y bajo la ventanilla, lo propio hace el fotógrafo. Él sufre por su cámara. Yo por la mugre que se pega a la mugre un poco más antigua de mi vieja SUV.
Vamos detrás de una camioneta que no nos hace más fácil esta historia de la tierra. Le contagio al fotógrafo mis ganas de ver otra vez la vieja planta de Siam, "donde hay lavarropas, carcazas de lavarropas, amontonadas, como si un día todos los de la planta hubieran resuelto mandarse mudar", le digo, "de ese edificio que hoy parece un edificio de Kosovo después de la guerra".
El entusiasmo por ingresar al Rulo de Brian se me multiplica cuando efectivamente comenzamos a bordear la vieja Siam.  No deja de resultarme extraña la emoción que me producen este y otros paisajes similares. En ellos queda la huella de una belleza metalmecánica y fabril que ya no existe. En ellos queda también ese aire fantasmal de las casas abandonadas, pero multiplicado a la enésima potencia, que me fascinaba cuando era chico. Dicen que adentro hay algunos cooperativistas que no es que recuperaron la fábrica, ello es notorio, pero que realizan algún que otro extraño pedido con esas carcazas. Dicen también que el lugar es bravo, especialmente cuando el camino más se acerca a la vera del río y se enfrenta al otro margen, el capitalino, con la villa 21-24 casi encima. Dicho sea de paso, es enorme esa villa. Cuando en lancha pasé por ahí, un día nublado y muy frío, con chaleco salvavidas y a la vez antibalas, más prefectos custodiándome, los únicos proyectiles que me impactaron fueron los saludos de un par de chicos desde la costa parados sobre basura y el vaivén de los rabos de los perros que, entre la inmundicia, no sé qué buscaban con sus hocicos.
Ya no bajamos las ventanillas, ya nos llenamos de tierra y el fotógrafo se me atraviesa para sacar fotos. Yo hago las mías, también, con el teléfono. Estiro la zurda por fuera de la SUV y saco fotos sin saber cómo quedarán. Al fondo del camino, donde ha quedado un puente ferroviario abandonado, pero que todavía une al meandro con la villa, se amontonan gendarmes y otros uniformados.
—Por ahí pasaba —le digo al fotógrafo— un tren que salía desde Once, el tren de la basura, que dejaba justamente la basura en la quema, cerca de la cancha de Huracán, y calculo que también por acá, por el Riachuelo.