Juan José Mussi es oriundo de Berazategui como el juez Luis Armella. Pero nació en una localidad del partido llamada Plátanos, en 1941. Una vez, durante este año de la excursión con poca nafta por el Riachuelo, Juan José Mussi me recibió en su despacho de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación y fue, debo decirlo, sumamente agradable y hasta afectuoso. Ahora que lo encuentro en El Pueblito me reconoce, me saluda estrechándome la diestra. Después con esa misma mano me sostiene el codo mientras parlamenta con no sé quién. Está vestido de traje marrón, como el color que usa para el pelo. Está parado con unos zapatos también marrones sobre los escombros de las viviendas que ya no son, que fueron demolidas por las máquinas. En derredor los vecinos que todavía allí viven y aquellos otros que quedarán más allá del camino de sirga nos observan, nos estudian. Mussi se junta con el juez, levantan polvo sus zapatos, remueven pedazos de material, y yo me veo necesitado de devolverle las atenciones en su despacho y su mano en mi codo de recién; cuando veo que hay un lugar difícil donde podría romperse la cadera, le aviso que tenga cuidado, que no pise por ahí. Él me dice muchacho.
Antes de saludarlo, le dije al fotógrafo que lo fotografíe, que este señor es groso, que es el secretario. Se encontraron los númenes, también digo, pero para mi adentro, los númenes del Riachuelo.
Mussi llegó a la Secretaría a fines de 2010. Así me contó cómo fue que llegó cuando lo visité en su despacho:
—Cristina (Fernández de Kirchner) me dijo: "Necesito un hacedor". Me dijo también que me habían recomendado Alicia (Kirchner, hermana del difunto Néstor) y (Julio) De Vido. Me llamó el 25 de diciembre y me dijo que el 27 lo fuera a ver. Yo no sabía para qué. El 27 recién me enteré, y yo le dije: "¿Lo puedo pensar?", a lo que ella me respondió: "No". Así nomás.
Hasta ese nombramiento, Mussi se desempeñaba como intendente de Berazategui por enésima vez en su vida. Y en el medio de sus intendencias había sido ministro de Salud en la provincia de Buenos Aires de los gobiernos de Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf. Apenas partículas de su historial dentro del PJ. Otrora "barón" del conurbano duhaldista, en su despacho me dijo derecho viejo que no es él sino Duhalde el que ha cambiado. Me ha dicho también, y así titulé cierta entrevista, que "Después de Perón este es el gobierno más peronista".
Está fresca la reelección de Cristina Fernández de Kirchner y el acto de asunción. Están frescos el fervor de los kirchneristas y los recuerdos del juez y el secretario, que rememoran lo que sucedió días atrás de manera obvia y positiva. Poco después el gobierno entrará en crisis con cuadros peronistas que Mussi conoce bien, pero esta es harina de otro costal, como se dice. Aunque podría comprometer esa harina, llegado el momento, los fondos destinados a la construcción de viviendas, a la relocalización de villas y asentamientos urbanos sobre las márgenes del río apestoso, al saneamiento de este hilo de agua maltrecho.
La última vez que estuve en El Pueblito este se hallaba en plena etapa de mudanza y demolición. Una máquina con pala mecánica aguardaba a que fueran trasladadas familias disímiles. Se veían desde colchones hasta lavarropas que desfilaban hacia los fletes, mientras de entre los que quedaban muchos se quejaban porque se habían quedado sin agua, porque con las obras de demolición les habían cortado cañerías. Enseguida había intervenido un hombre de casco blanco para solucionar el problema, un problema, como dice la canción, de difícil solución, así con rima y todo. Desconozco, ahora, si el problema persiste. Los mirones del barrio no se atreven a encarar a los númenes.
Ellos, juez y secretario, secretario y juez, tomaron la delantera. Avanzan junto al río contaminado por donde antes vivió gente. Se dirigen hacia una embotelladora perteneciente a Cervecería y Maltería Quilmes, pero que no embotella cerveza, sino la línea de gaseosas, jugos, aguas minerales e isotónicos de Pepsi. Esa planta se ubica entre El Pueblito y el predio Mundo Grúa, que, a su vez, linda con la villa 21-24. A Mundo Grúa irá a parar buena parte de esa villa que también orilla el Riachuelo.
Los de la embotelladora se presentan. Son dos hombres, dos ejecutivos. El juez los reprende porque hay una parte de camino que no respeta los benditos treinta y cinco metros desde el talud.
—No me rompan las bolas —dice—, acá no hay treinta y cinco metros.
Los ejecutivos se abatatan. También los funcionarios de la Ciudad Autónoma. Estos le muestran al juez planos de obra. Los ejecutivos, por su parte, al juez le juran que ya están construyendo la nueva planta de tratamiento, que nomás esta esté terminada hacia mediados de 2012, tirarán abajo la que hoy obstruye el camino. Mussi todo escucha, nada comenta. Mira. Ya no hay tierra bajo sus pies, sino pavimento, el pavimento por donde cargan y descargan camiones de porte.
Una chica, también funcionaria del IVC, me reconoce y saluda. Otra, con cara triste, también lo hace, y al besarme me frota la espalda, como si intuyera que algo no está bien.
Ya falta menos. El problema sigue siendo la nafta y, también, lo lejos que va quedando mi vieja SUV.
—La dejé abierta —le digo al fotógrafo—. ¿Vos tenés todo encima?
—Sí —me dice. Y leo en su sí un "pelotudo, ¿cómo se te ocurre?".
—Igual está lleno de policías, ¿no?, de la Metropolitana, ¿no? —le respondo al insulto que imagino.
El cielo se abre mientras tanto, y los númenes continúan su marcha, tras recibir la atención de los hombres de la embotelladora: aguas minerales, gaseosas, jugos, isotónicos.
Yo elijo una Pepsi y elijo mal. Está tibia.