26.12.11

8. Cerca del fin


Las deserciones en esta pequeña excursión son cada vez mayores. El intendente de Lanús ya no está, se fue, se esfumó. Y lo mismo su séquito más reducido, en comparación con el de Avellaneda. Quedan los hombres del juzgado federal, y el juez, por supuesto. Y la protección policíaca para ellos, también. Los medios de prensa inexistentes también se mandaron mudar. Quedamos técnicamente solos. En el rabo de esta caravana ahora absolutamente hecha de autoridades que van hasta Puente La Noria, que ahí pegarán la vuelta.
Más o menos conozco. Ya no necesito pisar tanto el acelerador de la SUV, ella realmente tiene muy poca nafta, para unos treinta kilómetros más. Lo que es nada para ella.
El Pueblito nos espera con los representantes del gobierno de la Ciudad Autónoma, con la para nosotros sorpresiva irrupción del secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, Juan José Mussi.
Yo estuve ahí, en El Pueblito, y en Villa Soldati, hará unos quince días. También saqué fotos, también escribí alguna cosa. Con otro fotógrafo estuve. En Villa Soldati están los edificios de tres pisos y de parecida construcción a los del barrio Néstor C. Kirchner, adonde han ido a vivir los otrora habitantes de El Pueblito, en Nueva Pompeya, que ocupaban los treinta y cinco metros desde el talud hacia adentro en lo que le siguen todos llamando camino de sirga. El otro fotógrafo tenía un GPS bastante bueno. En Villa Soldati continuamente una voz femenina nos informaba "Atención, zona de peligro" o algo así. Por la villa 1-11-14 y por el paisaje, uno de los de mayor marginalidad de la capital argentina. Sin embargo nada nos pasó, contra todas las advertencias del GPS. Pero deberíamos haber muerto descuartizados, después de que nos hicieran mujer, según la desesperación de esa voz femenina.
Escribiría tras mi ida y vuelta entre Nueva Pompeya y Villa Soldati para una revista más seria que esto:
"Al cierre de este número finalizaba la relocalización de 134 familias asentadas sobre el camino de sirga, junto al Riachuelo, en El Pueblito, del barrio porteño de Pompeya. Esas personas ya tenían o estaban por tener nuevo destino en uno de los departamentos de los edificios de tres pisos ubicados en Avenida Castañares, entre Lafuente y Portela, Villa Soldati".
Y escribiría también cosas sueltas, visiones que no querría dejar en la nada no sé bien por qué.
Que Lorenzo era misionero, que Ursulina paraguaya. Que ya vivían en Villa Soldati y que habían puesto su despensa en una de las habitaciones del departamento. Pero que aún no les había llegado el gas y que preparaban milanesas con la cocina inyectada por un par de garrafitas, milanesas para los hombres del IVC, quienes les compraban esas y otras cosas.
Y que había dos paraguayitos más con un perro llamado Beethoven, que habían tenido peor suerte: un departamento a medio terminar, sin lavatorio, sin todavía cerradura en la puerta. Y que otra paraguaya más que estaba feliz escuchando la cumbia que salía de otras ventanas...
Será que porque suelo estar triste me pongo a escribir demás. O será que lo hago porque soy un inútil que no sabe qué otra cosa hacer.


De El Pueblito a Villa Soldati
Hay un centro cultural en El Pueblito, del otro lado del Puente Uriburu, con una sirena del Riachuelo que tiene la particularidad de poseer unos enormes pechos de pezones puntiagudos. La primera vez que fui al barrio con Novoa, el dibujo, enseguida, nos llamó la atención. Íbamos en misión pseudo-periodística. Íbamos a hacer fotos y a sacar testimonios de funcionarios. Íbamos también a observar una mínima porción de la pobreza como turistas alemanes.
Novoa bajó del auto con la cámara. Le sacó a la sirena dispuesta en la ochava que ocupa y ocupaba el centro cultural. Unos pibes nos miraban, gesticulando, riendosé de nosotros. El más atrevido gritó a Novoa:
—Eh, loco, si querés teta pasá que te muestro a mi hermana.
Novoa sonrió. A pesar de sus años, es tímido. Creyó, además, que era una broma. Pero el pibe insistió, señaló otra vez el pasillo. Y tal vez fuera nomás broma, pero en el pensamiento burgués y clasemediero que comparto con Novoa uno nunca sabe.
Aquella vez vimos cómo comenzaban las acciones de relocalización de ese asentamiento: desde Nueva Pompeya a Villa Soldati. Particularmente supe de la mecánica. Censo a los habitantes, relevamiento del estado de salud de ellos y de sus perros. Notificaciones sobre las futuras mudanzas. Finalmente el desalojo, la demolición y las nuevas viviendas, hechas con telgopor como aislante. Todo un trabajo en equipo que debería ser un ejemplo para el mundo, donde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, más el federal, trabajan juntos. Pero detrás hay una orden judicial, es decir, subyace una condena a ambos estados, que obliga a que procedan de ese modo. El gobierno federal se encarga de la construcción de las viviendas. El de la ciudad, de los censos y de conseguir los nuevos terrenos. A los habitantes se les da una tenencia precaria y un año de gracia. Luego deben comenzar a pagar algo que los incluidos sociales llamamos hipoteca, en sumas que pueden impresionar módicas y que seguramente lo sean (salen menos que un alquiler en la villa), pero la gente que es relocalizada entra en el sistema, y ello no solo supone el pago de la hipoteca, sino también del agua, la luz, el gas, en fin, de todos los servicios, y eso, para un desocupado o un trabajador eventual puede significar no pocos riesgos.
Hoy regresamos a El Pueblito. Ya está avanzado el proceso de relocalización. La gente mayormente es pacífica. Aunque hay quienes con razón o no protestan. Uno no puede tomar partido en un día. Sí uno puede comprender que la gente, ahí, en El Pueblito, no es del todo feliz. Estará la alegría del pobrerío, esa cosa folclórica de la cumbia, el saludo entre vecinos y la cerveza por las tardes. Pero la alegría no es felicidad. Tampoco la cumbia que ahora suena en Villa Soldati.

***

Lorenzo, Ursulina
Lorenzo nació en El Dorado, Misiones, pero se crió en el Paraguay, de donde procede su esposa, Ursulina. Ellos, junto a sus cuatro hijos, llegaron a Villa Soldati a fines de octubre, tras 20 años en El Pueblito. "Allá nuestra casa tenía alguna rajadura pero por la humedad, yo soy albañil y mi sueño era construirle una segunda planta", dice el hombre.
El departamento donde ahora viven tiene cuatro ambientes. En una habitación instalaron un almacén. "Yo me traje mi cocina viejita —dice Ursulina—, así que ahora tengo dos cocinas. Pero como todavía no llegó el gas, dicen que tiene que llegar en estos días, me arreglo con mi garrafa".
—Usted que es albañil, ¿qué opinión le merece esta vivienda?
—Está muy bien. Hay gente que dice que está feo, pero nosotros estamos contentos. Allá teníamos humedad y olor. Mi mujer fue al Pena y ahí le salió diabetes, además, no sabía nada, y a mí alta presión, por eso me sofoco. Acá es fresco. Tiene telgopor como aislante y hormigón. Está bueno —dice Lorenzo.
—Y las paredes tiene un revestimiento, como un plástico —agrega Ursulina.
—¿Vieron las viviendas antes de mudarse?
—Sí —dice Lorenzo.
—¿Y no tuvieron miedo de mudarse, dejar El Pueblito y venirse acá?
—Nosotros no tuvimos miedo, pero había gente que no quería venirse porque decía que esto no estaba terminado —responde Ursulina.
—Y nos gustó.
—¿En El Pueblito pagaban la luz, el agua?
—Todo. Acá tengo la última factura. Ahí donde estábamos se pagaba, ya más adentro no —explica Lorenzo.
—¿Trabajan?
—Tenemos el kiosco —dice Ursulina—. Pero nos ayuda una hija a la que le falta un año para recibirse de abogada.
También cuentan que esa hija, de 25 años, y otro hijo, de 22, por ser mayores de edad, fueron mudados al departamento del primer piso del mismo edificio, mientras que la de 20, que es discapacitada, y el de 9, viven con ellos, y son llevados por micros escolares hasta Pompeya durante este año. Para el que viene, deberán matricularlos en una escuela de la zona.
—El de 22 no es hijo mío, sino de ella, es un hijastro.
—Pero es buenísimo.
—¿Y la discapacitada, ¿qué tiene?
—Nació con la paladar abierta —dice Ursulina confundiendo géneros—. Prematura. La operaron a los cinco años. Va a una escuela especial.
—¿De cuánto es la cuota que tendrán que pagar por el departamento?
—De $550 —dice Lorenzo—, todos los meses.
Por la ventana se asoma un hombre, extiende $20 y pide un sánguche de milanesa en pan francés. "Francés no tengo, tengo argentino", bromea Lorenzo.
Antes de despedirse señala el pequeño altar doméstico (está la Virgen, está Cristo, están varios santos) y confiesa un nuevo sueño: tener una capilla dentro del barrio. 

***

Paraguayita
Contentos parecen Sebastián y Beethoven. Felicitas no tanto. Perdió a la madre hace muy poco, debió viajar al Paraguay y recién se enfrenta con su nuevo lugar en el mundo. Mientras su compañero firma papeles en el trailer del IVC, ella presenta a su "hijo", el mentado Beethoven, un can amarronado, tirando al té con leche, con algún antepasado ovejero y que tiene como señas particulares unos lunares de pelos que le crecen bajo los ojos.
"Hoy me tuve que pedir el día —dice Felicitas—, yo cuido a una viejita, de 8 a 6 de la tarde, en Villa Urquiza."
Sebastián se acerca al trote. Es más bajo que Felicitas y tiene la voz más aflautada. Uno no entiende qué hace una chica como Felicitas con él. Paraguayo como ella, le entrega una llave.
"Tomá", dice, y continúa la marcha.
Felicitas tira de la correa de Beethoven.
"Tiene ocho meses", dice.
Al llegar a su nuevo departamento nota que faltan bombitas.
"¿Trajiste de casa?", pregunta Sebastián.
"¿Qué casa?"
"Donde estábamos."
"No, me las dejé."
En el baño no hay lavatorio.
En el pasillo del edificio faltan matafuegos.
Tampoco existe conexión de gas.
Y los rastros del humo del incendio que ocasionaron los usurpadores hacia marzo, abril, todavía están en las paredes.
"Pero se puede limpiar", dice Felicitas tras pasar el dedo por la pared, mostrando la negrura reciente de ese dedo.
Sebastián dice:
"¿Y, te gusta lo que te conseguí?", y le guiña un ojo.
"Sí", dice Felicitas, sin exclamaciones, de ningún modo con exclamaciones así yo haya escrito eso en otra parte, así yo haya omitido y ahora deba verme en el Juicio Final con el Señor porque la omisión es aún peor que la mentira; porque la omisión supone una buena dosis de cobardía. Y viendo que todavía no le pusieron cerradura a la puerta, mira la llave que empuña. Y mira el piso.
"Ya se la vamos a colocar, señora", un obrero vocifera desde el hall de ingreso al edificio.
Beethoven olisquea los rincones sucios del lugar, Sebastián va de un lado al otro.
"Es grande, sí, muy grande", dice.
Felicitas lleva al perro al patio. Algo la conturba. Tal vez el recuerdo de su madre. Tal vez todo lo que no hay. Tal vez todo lo que se llama vida.