Mayor había olvidado andar en bicicleta. Mayor es cerebral: ya leyó algún libro de De Quincey.
Necesita educación física en el sentido literal.
Hoy, tras una sesión donde hubo más padecimiento psíquico, retomó el equilibrio, esa felicidad que solo conocemos los que pedaleamos y aquellos que soñamos la misma felicidad encima de dos ruedas.
Mayor vio una liebre, casi la atropella.
La vida, creo que entendió, no es fácil. Pero eso es la que la torna interesante. Supongamos.
A él le dediqué al menos un relato. Aunque de algún modo son dos. Uno está en una antología de cuento extraño, por llamarlo de algún modo. El otro fue traducido al inglés pero todavía, de manera canónica, continúa (casi) inédito.
Creo que es mi mejor relato.
Veré si logro regresar a Onetti y luego ahogarme en Houellebecq y Celine. No aspiro a otra cosa por estos días en términos literarios. A lo sumo revisar, reescribir, una novela corta que difícil le será encontrar editor.
La plata no abunda. El país hora tras hora es más pobre.
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