20.12.12

La poligamia del Diablo y una pequeña teoría sobre los ángeles

El ángel triunfante - Salvador Dalí
Mater Lachrymarum, Mater Suspiriorum y Mater Tenebrarum son, según Thomas de Quincey, Nuestras Señoras del Dolor, y de ellas la peor de todas es la última y más joven. "Madre de las demencias y sugeridora de los suicidios, desafía también a Dios". Pero "su reino es angosto. Solo puede acercarse a aquellos cuya naturaleza profunda ha sido sacudida por terribles convulsiones, cuyo corazón se estremece y cuya mente vacila al embate de las tempestades de afuera y las borrascas de adentro".
El Evangelio no habla directamente de ellas. Pero varias veces Cristo exige que quienes lo escuchan se alegren y no tengan miedo, es decir, que se emancipen de esas perras malvadas. También lo hace San Pablo. Por lo menos también San Pablo.
Asimismo es sabido que el Príncipe de la Mentira es del Diablo. De lo que se deduce que sus mujeres no son otras que esas tres. Porque si la Mentira es el opuesto de la Verdad, la Tristeza es el camino oscuro hacia la destrucción o la autodestrucción. En menos y más sencillas palabras, el Diablo es polígamo y tres esposas tiene.
En sueños de Quincey soñó un discurso de Mater Lachrymarum, o bien (eso tiendo a creer) sufrió una revelación. Dice que esta dijo a las otras dos: "¡Mira! Hele aquí, aquel que de niño consagré a mis altares. Yo lo extravié, yo lo seduje, y desde las alturas yo desvié su corazón hacia el mío. Por mí se tornó idólatra, y por mí adoró, languideciendo de deseo, la podredumbre y dirigió sus plegarias a la tumba que el gusano señorea. Sagrada fue para él la tumba; fascinadoras sus tinieblas, sacrosanta su corrupción. Yo sazoné para ti a este joven idólatra, ¡oh mi dulce Hermana de los Suspiros [Mater Suspiriorum]! Tómalo ahora sobre tu corazón, y prepáralo para nuestra terrible hermana. Y tú -volviéndose hacia la Mater Tenebrarum-, mi perversa hermana, que tientas y odias, recíbelo de manos de ella. Cuida de que tu cetro pese de continuo sobre su cabeza. No permitas que la ternura de mujer alguna le acompañe en sus tinieblas. Ahuyenta las flaquezas de la esperanza, evapora los bálsamos del amor, seca la fuente de las lágrimas: maldícelo como tú sola sabes maldecir. Así se perfeccionará en la hoguera, así verá lo que no debe ser visto: espectáculos que son abominables, y secretos indecibles. Así leerá las antiguas verdades, las tristes, la grandes, las pavorosas verdades. Así resucitará antes de morir. Y así quedará cumplida la misión que Dios hubo de encomendarnos: la misión de torturar su alma hasta que haya desarrollado todas las facultades de su espíritu".
El discurso de Mater Lachrymarum está guiado por el Príncipe de la Mentira. Es un timo, lleno de mala leche, por supuesto, pero eficaz, si se observa la condición humana, o parte de ella (o la mía). El Dios al que invoca no es Dios sino su cónyuge compartido. La promesa de leer "las antiguas verdades" guarda relación con el fruto prohibido, con la parte esotérica, también, en contraposición con lo revelado. De lo que colijo que Adán y Eva, y especialmente Eva, en algún momento estuvo bien triste dentro del Paraíso Terrenal, o bien desencantada por no ser como Dios, y que, a falta de tarotistas, encontró a la serpiente para saber, entre otras cosas, cuál era su carta natal. Ya sabemos que esas "antiguas verdades" son en realidad "antiguas mentiras", que reducen nuestra condición a meros mortales sufrientes, con pequeños o extensos, según el caso, fuegos de artificio. Solo hay una parte donde esa perra mentirosa no engaña, y es cuando dice que "así resucitará antes de morir", lo que en verdad no tiene sentido, pues no resucita quien no ha primero muerto.
Todo lo anterior lo escribo para constatar el aspecto a veces brutal de los ángeles. Ya alguna vez en este o en algún otro blog lo escribí. Como sea, ahora lo reitero. Los ángeles, antes que ser bellos (algunos seguramente los hay), son personajes de dudoso aspecto, conocedores de la fascinación por las sombras de nuestra humana condición. Por eso siempre suelen reclamar a quienes les hablan que no les teman. Al marido de Isabel se lo pide Gabriel. A María también se le exige que no tema. Y así sucesivamente, vg., a las mujeres que fueron al sepulcro el domingo de Pascua.
Yo probablemente me crucé con dos de ese tipo de ángeles en mi vida: eran realmente pavorosos. Sin embargo, fue ese pavor el que me atrajo a ellos, de otro modo hubiera seguido de largo. En todos los casos no me llenaron de mentiras ni de tristezas.
En estos tiempos donde todo se evapora espero cruzarme otra vez con alguno de ellos. Saben manejar las condiciones climáticas, saben darte en la tecla y no suelen tirarte más que una o dos anticipaciones un tanto sorprendentes pero ajenas a tus deseos. No son esos ángeles esas cosas bobas de la Nueva Era. Son tipos recios, desdentados, sucios, cuyos brillos se detectan en la medida en que comienzan a hablarte. Estén atentos por si tienen la suerte de cruzarse en estos días con algunos de ellos. De lograrlo, sepan que me robaron mi único deseo para esta Navidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario