Me despertó el teléfono. Sigo vivo.
-Tranquilos... No, no tomé nada, no dormí en toda la noche, eso fue todo, los horarios cambiados, eso. Lloverá, sí, hace demasiado calor.
Mi perro, como te quiero perrito estos días, agua y comida para mi perro.
-Bueno, ¡por Dios!
Me despertó también Asleep. Subí y acaricié a mi perro que se refugiaba en la sombra. Y hablé por teléfono.
-No, no me llamó. Nadie.
Eso dije.
Y que a nadie llamaré.
Y que no saldré de esta casa hasta las nueve, hasta la misa de gallo, porque solo los gallos saben cantar, porque solo los gallos saben reñir hasta dar la vida. Que no se preocupen, quise decir, no dije, eso diré en cuanto pueda llamar yo.
Tengo a mi perro, tengo mi cama, tengo estas canciones y este calor que te trompea, que te aplasta la soledad y que antes que pensar en ella te invita a dormir un poco más, como en esos textos rusos donde hace tanto frío que es preferible dormir un poco más, tan solo un poquito más, para evitar la sensación de los pies helados.
Necesito algo, alguien, que venga a intervenir quirúrgicamente todo este día. Y el de mañana, y el de pasado. No tengo dinero. Pero pago igual los gastos. Al fin y al cabo no soy tan malo.
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