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“Estás demasiado solo”, me dijo el negro, “estás hecho un
gaucho bueno”, me dijo. Yo le pregunté qué era eso de gaucho bueno. No conocía
el chiste. “Le estás dando de comer al caballo con la mano”, me dijo y se echó
a reír. A mí no me causó gracia. “No soy un gaucho bueno”, le dije. “Sería
hundirme definitivamente en la soledad, y no estoy solo”, le dije también.
“Tengo a mi perro, a veces lo paseo y hablo con los dueños de otros perros. Hay
una chica rubia que tiene un perro que se llama Gizmo, supongo que es con zeta,
Guizmo. Mi perro y Guizmo son amigos y con la chica a veces charlamos, no gran
cosa, nuestros perros son grandes, tiran demasiado de sus correas, pero
hablamos de los machos alfa, de que ambos son machos alfa y que sin embargo se
dejan oler, montar. Ella sube el puente, yo lo bajo, siempre es igual las veces
que nos cruzamos. También me suele detener una vieja protectora de cualquier
tipo de animal. Dice que mi perro es un buen perro. Pero luego sí, digamos que
no estoy pasando mi mejor momento, ¿pero cuál es la noticia?”. “Salgamos”, me dijo el negro. No me había
escuchado o nada le había parecido de interés. Yo hacía años que no “salía”.
Estoy en contra de la trata de personas, no tengo nada con las prostitutas,
pero no quiero ser un prostituyente. Una vez hice de personaje romántico con una prostituta en una despedida de soltero. Le dije que no quería nada de ella, sino solo conocer su historia. Ella me contó de su hija, me contó de su desgracia, me pidió que saliéramos, fue cuatro mil años atrás. El negro nunca me escuchó hablar así, pero
sabe que pienso así, en esa despedida de soltero estaba y se llevó a una dominicana a una pieza de arriba. No es un mal tipo, pero tiene esas debilidades, o las tenía. Está tan solo como yo, la diferencia es
que lo disimula. Tiene un peinado cool, tiene ropa cool, se afeita la barba de
manera cool. Gasta fortunas para ser cool. A mí me da un poco de pena que realice
tantos esfuerzos. Hay sábados que gana alguna chica, pero sus expectativas
vitales y amatorias se le acaban como a mí, y mientras yo lo asumo él no lo
asume, él pretende todavía parecer de treinta o de menos de treinta. Le gusta
mucho tomar, le gustan mucho las mujeres, a mí también me gustan, pero qué le
voy a hacer. Yo pienso en términos románticos y la música romántica me destroza. Veo una pareja de la mano y el
corazón se me cae en el estómago. Él quiere echarse un polvo, en lo posible
todos los fines de semana. El último año si se echó dos sin pagar es mucho decir, esas
cosas él no me las dice, pero yo sé que es así. El último año le conocí tres
chicas distintas, una en su cumpleaños y otras dos cuando me vino a tocar el
timbre de casa para saludarme. La tercera chica parecía más bien una amiga sin
segundas intenciones. Lo real es que el negro está desesperado y yo estoy triste, lleno de
desesperanza y desilusión. Son dos cosas distintas. Cuando me dijo “salgamos”
en esas estábamos el uno y el otro y yo me puse nervioso. ¿Salir adónde? Yo
conservo mis escrúpulos, también eso. No puedo ir a un boliche y mezclarme con
chicos de veinte años. Para un chico de veinte años ya soy un señor mayor.
Podría ser un hombre experimentado para una chica de viente años. Pero no soy
cool, no tengo buena ropa, paso demasiado tiempo jugando un juego de tenis
malísimo en la computadora, luego hago mi trabajo, correcciones de textos,
luego escribo cosas como estas cuando se hacen las dos o las tres de la mañana
y no me puedo dormir. Luego me tomo mis pastillas, pongo una película vieja en
TCM y adiós, el teléfono lo tengo preparado para que me despierte a las nueve y
media, a las diez llega Ramona, me la paga mi mamá, mi mamá quiere que por lo
menos la casa esté limpia para que los chicos no tengan una impresión todavía
más desagradable de su padre. No entiendo por qué tantos prejuicios de mi mamá.
En realidad no doy una impresión desagradable. Estoy solo, está bien, pero conservo un peso aceptable, me
afeito una vez por semana, me baño casi todos los días. Ha de ser la ropa.
Tengo ropa demasiado vieja, esa es otra marca personal que me diferencia
del negro. Él puede ir y gastar su dinero, sea poco o mucho, en ropa. Yo el
dinero no lo gasto en ropa, me ponen nervioso los negocios de ropa, entrar al
negocio, pedir un pantalón, ingresar al probador y correr la cortinita que
jamás tapa del todo la intimidad, los calzones rotos. Más aún me intimidan los negocios de ropa cuando son chicas las que te atienden. Por lo general las vendedoras son muy lindas y por lo general tiendo a enamorarme de todas. El dinero me lo gasto en
mis pastillas, en mis cigarrillos, en las cuentas de la luz, el gas, el agua,
el teléfono. Con las correcciones de textos no se gana demasiado. En realidad no se vive. Hay épocas "mejores", pero en esas épocas "mejores" lo que ahorrás solo te sirve para aguantar
las épocas peores, donde comés salteado, donde tenés que pedir prestado. Eso es todo. No tengo tiempo ni ganas de ir y comprarme
ropa. Que Ramona venga a casa lo acepto, está bien, la casa tiene que estar
limpia para que los chicos estén en una casa limpia cuando vienen a dormir con
su padre. La casa tiene que estar en orden para que mi exmujer no tenga otro
motivo para humillarme. No soy una víctima. No soy un perdedor. No me considero
a pesar de todo lo que escribí hasta ahora nada de todo aquello. Sucede que mi exmujer es feliz viéndome infeliz, constatando que sin ella dejé de ser un humano para transformarme, y este
debería ser un secreto, en un ser melodramático, sensible, demasiado sensible para un
mundo donde si estás solo estás perdido, acabado, listo, muerto, erradicado del
sistema. El negro por eso se preocupó por mí. Por eso me dijo “salgamos”. Hasta
ese día se había mantenido al margen de mis costumbres monacales. Yo le atendía
sus aventuras verdaderas y sus increíbles mentiras. A veces lo interrumpía para
hablarle del amor, de si se había enamorado de tal o cual chica. Él insistía
con el sexo, con cómo la había pasado. Yo entonces preparaba café, cambiaba de
tema, nos poníamos a hablar de la new wave que tanto todavía a mí me gusta, de
películas viejas, de fútbol. Y el negro aceptaba, internamente decía bueno.
Pero ese día el negro se había resuelto a quitarme de lo que para él era ya un
terrible estado de gaucho bueno, y yo nada que ver, en serio. Uno puede
sublimar. Jugar al tenis en la computadora y sublimar. Pasear al perro y
sublimar. Hablar con la chica rubia dueña de Gizmo y sublimar. Recibir a los
chicos y contarles cuentos y sublimar. Clavarse unas cuantas pastillas y
sublimar. Comprar comida basura en McDonalds y sublimar. Ir a misa los domingos
y sublimar. Bajar la cabeza cuando pasan dos enamorados y sublimar. Uno puede
ser un hombre inhumano y alejarse de los países bajos, utilizarlos simplemente para
mear. Uno puede aceptar con cierta resignación tristísima, no lo niego, el fin
del amor. Uno puede asumir su condición de último hombre sensible y romántico. Y duele. Duele mucho. Muchísimo. Sí, ok. Especialmente cuando ves que tu exmujer ya no te quiere y
cuando sabés que será muy difícil que alguien te vuelva a querer en el sentido
quijotesco de la palabra. Pero se puede. De alguna manera se puede. Los días van pasando, Ramona te limpia
la casa, los domingos almorzás en casa de tus padres, el veterinario te dice
que el perro está en muy buen estado, que el mes que viene le toca la séxtuple,
y todo así se hace un poco más tolerable. Todo mientras evites entrar en
contacto con aquello que te lastima. El amor. O las ficciones de amor. O las
mujeres ligeras de ropa. O las playas. O el verano. Pero el negro ese puto día me dijo
“salgamos”, insistió con su “salgamos”, me dijo “no seas boludo, todavía estás
en carrera, dale, man”, me dijo, “yo te presto ropa”, me dijo, “vamos a un
boliche que conozco y por lo menos nos tomamos algo y nos reímos un poco”, y
como el negro es mi amigo y tanto se había reservado en no imputarme así tan
salvajemente mi soledad hasta ese día le dije que sí, que bueno, pero que no
esperara nada de mí, que hasta probablemente me haría muy mal salir, ver
mujeres moviendo sus cuerpos, insinuantes, y más aún levantar o mover la cabeza
hacia los reservados del boliche para ver a otras mujeres más con sus machos
recientes, montadas sobre ellos, o ya de la mano, saliendo del boliche, rumbo a
un telo, un departamento. Le dije que bueno, el negro me leyó el
pensamiento de todo lo demás, me leyó mi terror y el “yo creo en el amor y el amor para mí ya no
existe, no está, se fue”, y así como me lo leyó tuvo piedad de mí y bajó la
mirada y me dijo “te paso a buscar, y te traigo las pilchas”, y se marchó, sin
que me diera tiempo a pensar qué haría con mi perro esa noche, tan acostumbrado
mi perro a pasar todas las putas noches conmigo.
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