Batman, El Pingüino
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No me siento El Pingüino resentido en las cloacas, tampoco
me creo Batman, pero me gustaría ser Batman. Los dos sufren de la soledad, de
la falta de amor en sus vidas. Pero Batman por lo menos es reconocido, hace méritos
para ser reconocido. Y eso es lo que me falta para ser Batman. No es mucho. O tal
vez deba ser menos impiadoso conmigo. Porque del Pingüino en serio que
nada tengo. Para empezar no estoy resentido, me duele el amor que otros tienen,
pero eso no es resentimiento, eso se llama añoranza del tiempo pasado que fue
mejor, de mi voto matrimonial, de mi exmujer a quien, y este también debería
ser un secreto, todavía añoro y quiero, a pesar de todo lo que me hizo sufrir,
a pesar de todo lo que ella dice que yo la hice sufrir, culpas que me hacen
sufrir un poco más todavía a mí. La gente que me encarga correcciones confía en
mí como los ciudadanos de Ciudad Gótica confían en Batman cuando existe una
amenaza a la paz. Ya sé que es poco, yo mismo me digo que es poco, que corregir
textos no es salvar vidas, que no es ser un médico de guardia en un hospital de
provincia salvando de la muerte a un chico de dos años. Pero por eso mismo,
debería ser más piadoso conmigo, aceptar que, por pequeño que sea, mi rol
es importante; la gran dificultad es que con eso jamás me bastó para conservar
o reconquistar a mi exmujer y no estoy seguro de que pueda ser argumento
suficiente para conquistar a nadie. Soy corrector, corrijo textos, teóricamente
sé la importancia de la coherencia y la cohesión de un texto, el carácter
perentorio de una coma en un texto legal, en fin, todas esas cosas que aburren
a las mujeres, que fastidian a las chicas, que las hacen bostezar con toda razón,
porque por lo menos debería ser sin salirme de mi rubro un editor, un gran
editor de una pequeña editorial de culto, o el jefe de redacción de cualquier
redacción, o el redactor de textos policiales atrapantes, o un escritor de esos
que existían en el siglo veinte y que ya no existen, que se convertían en
famosos y eran entrevistados en la televisión y entonces no te importaba si estaban solos, porque aun si estaban solos esa condición era todo un motivo para alguna especie fabulosa de la admiración. Pero no soy nada de eso. Soy un
melodramático que fue hombre y vivo solo, con mi perro. Eso es todo. Y además
creo fervientemente como Chesterton que el divorcio es una superstición y desde
mi divorcio no he tenido ni siquiera intenciones de entablar otra relación con
otra mujer de manera seria. Todavía la quiero, carajo que es cierto. ¿Cómo volver a enamorarme, cómo
entablar otra alianza marital si ya tuve una? ¿O es que acaso porque la
modernidad sostiene que sí se pueden entablar varias alianzas maritales yo debo
entonces conformarme, seguir la norma impuesta por las grandes mayorías? ¿Y qué hago con mi corazón destrozado? Hablo de mi corazón, no de culpas, hablo de mi corazón. Necesito ser querido y
valorado por lo que soy, pero esa necesidad solo podría ser correspondida por
mi exmujer y eso ya es imposible. Ella seguramente ya tuvo muchas aventuras
después de mí, ella seguramente se vengó del tedio conyugal. Ella no cree en
los votos matrimoniales, fue la primera en quitarse la alianza, en perderla. Yo la
guardo en un cajón, en un cajón de mi escritorio, dentro de una cajita. Soy casi
Batman, jamás podré tener a Gatúbela. Creo que Batman jamás tuvo a Gatúbela,
salvo esa vez que se sentaron juntos a mirar televisión y se besaron, una metáfora
de lo que fue mi matrimonio. Luego nos peleamos. Gatúblea arañó a Batman,
Batman pateó a Gatúbela. Se separaron. Batman regresa solo con Alfred esa noche
del final de la película, Gatúbela mira desde las alturas cómo Batman regresa
en soledad, Batman ignora que Gatúbela lo mira, Batman está solo. Pero sigue
siendo Batman. Tiene todavía estímulos, verdaderos estímulos, la admiración de
toda Ciudad Gótica. En mi barrio nade sabe bien qué es lo que hago. Qué digo en
mi barrio, en mi cuadra nadie sabe nada. Me ven entrar y salir con el perro dos veces por día. O
no me ven salir si no paseo a mi perro. O me ven salir con la bolsa de la
basura, o caminar hacia el kiosco a las tres de la tarde para comprar
cigarrillos. O ir de compras a Coto me ven. Y se habrán de preguntar qué es lo
que hace ese inútil de bermudas, ese tipo mal afeitado, mal vestido, mal
peinado, que sin embargo puede vivir en una casa y tener empleada doméstica. ¿Qué
hace ese hombre separado que tiene hijos que una vez cada quince días pasan el
fin de semana con él? ¿Y qué hacen esos pobres chicos con ese tipo que no
trabaja porque no se lo ve salir a trabajar? ¿Cómo explicarle a toda esa gente
que mi trabajo es puertas adentro, que corrijo textos, que corrigiendo textos
me gano decentemente la vida como Batman se la gana salvando a Ciudad Gótica de
la extinción? Batman puede explicar su vida, o dicho mejor, no necesita explicársela
a nadie. Batman es Batman y todos saben quién es Batman. Y su otro yo es un
magnate. No hay secretos. No hay de qué sospechar. En cambio mi doble vida, esa
de puertas adentro y la otra de fuera requiere de explicaciones, más aún cuando lo
que abunda es la soledad, cuando nadie conoce mujer en mi vida más allá de mi exmujer. Batman puede estar solo. Casi todos los superhéroes
son hombres solos. Se entiende. El Papa también es solo. El Dalai Lama es solo. Las grandes
personalidades que salvaron o salvan a la humanidad son hombres solos. Pero los
seres pequeños como yo, si estamos solos, somos carne de cañón de la sospecha,
se supone que o vivimos en una sórdida perversión o que somos homosexuales
reprimidos o que estamos al borde del suicidio. Y está bien que se piense así,
no lo critico. Porque no soy El Pingüino. No estoy resentido. Está bien, es lo
correcto. No se puede confiar en un corrector de textos que vive solo con su
perro. No se puede creer en un tipo que sale a cualquier hora del día o de la
noche a comprar cigarrillos, que no tiene contacto con mujeres y que da toda la impresión de no salir a trabajar. Ese
hombre en cualquier momento podría hacer estallar la ciudad, o violar a una
anciana, o bajarle los pantaloncitos a un menor de edad. Del negro podría la
gente pensar lo mismo, pero el negro es más inteligente que yo, se supo armar
una vida, en cierto punto, más honorable. Cumple un horario cargando datos en
un banco. Sale temprano, llega tarde. Todos lo ven salir a trabajar. Algunos saben
dónde trabaja exactamente. Cobra un sueldo tres veces mejor que lo que yo ingreso en el mejor de los casos en un mes. Y es
evidente su heterosexualidad activa, su necesidad manifiesta de sexo, no
importa si con o sin amor. Esos detalles la gente los respeta, a través de esos
detalles la gente perdona la soledad de un hombre si ese hombre no es Batman. De
lo contrario, te ven como al Pingüino o como a cualquier malvado archienemigo
de la Liga del
Bien que también por lo general son seres solitarios, sin amor, solos, tristes,
agobiados por la falta de ruido en sus cuevas, en sus búnkers, en donde sea. El
negro me quiere hacer un favor, todo eso más o menos me dije cuando quedé solo en casa. Fui en busca
de mi alianza matrimonial y me vi tentado a llamar a mi exmujer para comentarle
que al fin iría en busca de una chica, de una nueva chica. Mi perro abrió la
puerta del patio a los empellones, me lamió las piernas, orinó en un rincón, lo
reté por eso y de la correa lo saqué a la calle.
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