18.8.11

Acerca del odio a Dios

Veo con cierta tristeza, aunque sin asombro, expresiones políticamente correctas y aceptables desde la inclusión intelectual, que, bajo un paraguas filosófico absolutamente contaminado por el odio a la religión y a su mentor, sea aquélla cual fuere, impugna todo sistema de creencias que se aparte de las máximas teóricas del iluminismo decimonónico y anterior, que extiende su vapor mental hacia nuestro tiempo, constituido por teorías tan probables como improbables, por referencias librescas varias y por un culto a la razón humana -como principio y fin de toda explicación posible- que se asemeja, paradójicamente, antes que a la actitud científica y ávida de verdad, a la superstición.
Veo también que esta mecánica del pensamiento que se pretende único, mundial, organizador, global, resulta ser algo así como la credencial necesaria para ingresar dentro de cierto star system cultural. Está claro: quien se niega a todos los preceptos libertarios y liberales a la vez debe ser eliminado.
Veo que no es posible, según esta óptica, portar una creencia "poco científica" y pretender, a la vez, introducirse en esos campos. Y tampoco me sorprendo. Siempre fue así. Siempre la hegemonía de la razón ha combatido a aquella otra hegemonía de las conciencias, las ánimas, los espíritus y todas esas cosas que tanto ofenden a quienes se consideran dueños de verdades, que son tan sólo frutos podridos del resentimiento, o de la soberbia, o del odio hacia un orden establecido que no es que es debatido, impugnado o negado, sino que es combatido, dándole, así, y ésta es la segunda paradoja, identidad.
Porque no se combate lo que no existe, muchachos, y ustedes, sin embargo, lo combaten, y hasta me atrevería a decir que de tanto fastidio, le temen. Y allí donde ven estupidez, sentimentalismo, brutalidad, lavados de cerebro, represión, están acaso pronunciando juicios un tanto severos, en todos los casos, descalificadores y, por ello, poco serios para establecer algún tipo de diálogo.
Detrás se observan las manos de los titiriteros. Detrás se atienden los pactos que se entablan en busca de cierta notoriedad, de cierto "desarrollo personal", versión actualizada y más general del sueño americano de no tan sólo tener un auto y una casa, sino también de ser, de algún modo, una estrella de rock.
En este sentido, el problema conmigo y con otros lo tienen de arranque y es serio: no deseo ser nada de todo aquello y ya sé cuáles son las consecuencias. A ellas (el olvido, la burla, el ninguneo) me abrazo con devoción, como esas ancianas, por ustedes despreciadas, se abrazan a la estatua de alguna Virgen para pedir un milagro.
(((Agradezco a Juan Francisco Ferré por haberme inspirado.)))

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