19.8.11

Derrota

Lo que menos comprenden, lo que más los escandaliza, no es la estulticia que endilgan al creyente como tal -ese ataque perpetuo de signar de idiota o de tonto (o de fundamentalista) a quien esboza aunque menos sea una mínima esperanza en creer (como lo hiciera, dicho sea de paso, Unamuno).
Lo que verdaderamente irrita a los que odian es la rebeldía, llámese estúpida, conservadora, zombi, de quienes, llegado un punto, omiten los alcances de la razón (y del Estado, y de la mecánica democrático-liberal, y de las ideologías), para abrazarse a causas diversas que, además, ¡cretinos!, tienen el tupé de señalar como "elevadas" y "redentoras". Odiosa palabra, valga añadir, la redención, o su búsqueda, para quienes repudian a los repudiables imbéciles que creen en la invención, la fábula, el cuento. (Cuán peligroso habrá de ser ese material entre ficticio y fantástico para el statu quo, digamos de paso.)
Lo que odian quienes odian es también ese amor a la derrota, esa opción por la santidad o el martirio, esa no elección que posiciona a los estúpidos en el sitio de los héroes, aquéllos que no eligen las circunstancias, que simplemente actúan, ajenos a cualquier lógica especulativa, utilitaria, moderna. Y los detestan aún más cuando el progreso, para esos seres increíblemente ineptos, no es más que una superstición.
Fatuo destino de los que odian a aquellos que saben que nacieron para ser humillados, y también odiados. Y tristeza la mía, que me veo a menudo tentado a evitar ese fin por temor, y no precisamente por temor a Di-s.

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