29.9.09

Tradición, familia y pop

El domingo al mediodía me hice cargo de la fe de mi familia. Fuimos a misa de 12 y aunque bostecé en el credo los chicos se portaron realmente bien y por un rato me creí un supernumerario del Opus Dei o un integrante de esos grupos religiosos tipo Schoenstatt o De Colores, creo que hay o había un grupo religioso que se llamaba así, "De Colores", recuerdo algún auto grande con familia numerosa dentro que tenía una calcomanía con esas letras.
Lamentablemente, el éxtasis socio-religioso duró poco, lo que tardó en acabar la misa. No bien salimos a la lluvia del domingo me acordé que el lunes no sería muy diferente, que tendría tan poco trabajo, tanta nada como ese día, y en la esquina de Quintino e Hipólito Yrigoyen, sobre la calle, casi en el medio de la calle, vi a una mujer encorvada, gorda, que apoyaba las manos sobre su andador, el pelo cayéndole a los costados, por lo que le ordené a mi familia que siguiera su camino, que esta era una tarea para... El Buen Samaritano.
Así convencido y con ganas de no existir me acerqué a la señora, le expliqué que no era prudente estarse ahí como ella se estaba, pero ella me gritó, gutural, y volvió a gritarme y vi en un descuido de su pelo sus ojos negros y furiosos. Luego una chica que pasaba me obedeció, llamó a una ambulancia. Luego una mujer que salía a pasear su perrito y que era muy devota dijo conocer a la mujer y me pidió que la dejara tranquila. Luego asomó su brillante calva el señor cura y desde los escalones de la casa parroquial siguió las acciones.

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