18.3.13

Que el trabajo y la literatura me salven de los medios y las redes sociales

En un sentido nada espiritual, nada podría haber sido peor para los argentinos que un pontífice argentino. Los enormes problemas del país quedan casi ocultos en la opinión pública por el acontecimiento mediático. Surgen debates inútiles entre la feligresía más bien no practicante, de la que me hago cargo, y la izquierda recalcitrante y cristofóbica, que si bien es una buena señal para un católico ortodoxo (al fin y al cabo los enemigos marcan en buena medida la identidad de lo que en este caso vendría a representar el Papa), en nada contribuye a disminuir las diversas brechas socioeconómicas y socioculturales que posee el país. De este modo, dicho sea al pasar, se logra hacer tiempo, mientras la euforia semi-religiosa y la rabia secular juegan su partida. Se hace tiempo para no actuar o no polemizar sobre el estancamiento económico del país,  la inseguridad y los problemas severos en la educación, la salud y los índices de pobreza e indigencia malversados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. Se ralentizan posibles estallidos sociales, e incluso la pax romana que podría avecinarse entre el gobierno y su enemigo el Papa (o bien la declaración de guerra al Vaticano, ¿o no serían capaces estos trastornados de impulsarla?) podrían profundizar ese no mirar hacia los problemas concretos de la Argentina, en beneficio de un gobierno negador y mentiroso y de una clase política que hace su negocio, su kiosquito, cagándose, como debe ser en democracia (así parece, por paradójico que suene), en el bien común, en la alegría deseada de las personas que trabajan o que necesitan trabajar y no pueden. El odio al Papa o el amor exagerado hacia sus gestualidades nos alejan de nosotros mismos, a la vez que nos acercan a un estado de sensiblería y apasionamiento que, cuando todo esto termine, si no viene el fin del mundo antes, nos va a deparar un país en llamas. Todavía más desunido. Entre kirchneristas y antikirchneristas, entre alineados al sistema y nihilistas, entre católicos de derecha y católicos de izquierda, entre sedevacantistas y satánicos otrora miembros del aparato de inteligencia subversivo-militar. Porque la caja mientras tanto se acaba, y cuando se acabe del todo, chau, se acabó. Estamos entrando, o nos quieren hacer entrar los medios y las redes sociales en un estado de locura colectiva que nos puede dejar en la estación no de Flores, donde nació el cardenal ahora Papa, sino en la del suicidio colectivo, no por su culpa, claro, sino por este fin del mundo donde todavía estamos los que estamos. Resuelvo irme entonces a leer cualquier cosa diversa y a mandar un poco todo este carnaval a cuarteles de invierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario