7.11.12

Detrás de lo que ves

Me acuerdo. Me empiezo a volver a acordar. Una fiesta en un departamento oscuro de Barrio Norte. Década del noventa. Gente que hoy tal vez no exista y que se sentía cool, moderna, emocionalmente incluida, fumando porro en ronda. Me acuerdo de eso y me acuerdo de dos chicos, de entre dos y cinco años, entrando y saliendo de esas rondas. Me acuerdo de mi indignación, de mi furia, de mi necesidad de abofetear a esos pretendidos superados del reviente. Y me acuerdo de cosas anteriores, de mí me acuerdo, tocaba en una bandita, bebía ginebra, mucha ginebra, temía el porro que me ofrecía uno al que llamaban Tucán, bajista de un grupo "amigo". Temía un porro. Temía al Señor Porro. Un nerd. ¿Un nerd? ¿Un nerd? ¿Estuvieron internados alguna vez? Después supe de intoxicados, de gente de esa década y de la siguiente y de la anterior, que entró y salió del porro, la merca, las pastillas, que volvió a entrar para no salir más. De una novia me acuerdo, que no podía sentir placer ni amor ni odio ni nada, que almorzaba clonazepam con cerveza, buena chica. Pasada de rosca, pero buena chica. Le pegaba mal el porro, la merca, el amor, yo; una vez la llevé a una iglesia. Y me acuerdo de otros pibes expuestos, pibes nerds como yo y pibes chicos, nenitos, a los que les fuman en la cara, a los que de la otra puerta del baño los engañan con meaditas cuando lo que hay son esnifeadas, y otra vez me vuelve todo este rechazo, no al fumador de batatas o al inhalador de puloy, sino a esa falta de respeto a la inocencia a la que tienen derecho un chico, un nerd, un ancianito, una chica que busca y no encuentra amor.

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