31.10.12

Deambulan los perros en busca de agua

Recuerdo cuando era más inmaduro. Recuerdo mi adolescencia. Recuerdo el repudio a esa vida moderna de los adultos, que trabajaban de sol a sol en el mejor y más afortunado de los casos, para descansar uno de los dos días del fin de semana y tomarse unas vacaciones para reventar con fiebre, con cólicos renales, con depresión. Recuerdo también a los ancianos de mi adolescencia, resignados a los calores del verano, cerradas sus persianas para que estuviera más fresco. Recuerdo un repudio similar a esas formas de vida llenas de encierro y soledad, dolores articulares, pérdidas de memoria inmediata cada vez más frecuentes, hasta alcanzar un contacto con aquellas realidades fantasmales y pretéritas de sus infancias y entrar en diálogo con ellas. Ya no hay qué repudiar. Sé que soy uno de cada uno de ellos. Ahora caigo, como un imbécil, en la noción no sé si fatua de que aquellos repudios eran una forma de espantarme del futuro que, a mí también, habría de llegarme.

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