El 18 de octubre de 1967, Roberto se quedó con el primer lugar en el Festival de la Canción de Buenos Aires. Le bastó con cantar "Quiero llenarme de ti", composición compartida con Oscar Anderle.
El 5 de enero de 2010, en Villa Gesell, me enteré, comprando unas Condorito, que el día anterior había muerto Roberto. Me quedé pasmado, lamenté con la puestera lo que había sucedido. Estaba jodido, es verdad, pero no tenía por qué morirse.
Año y pico después estuve en el Instituto del Diagnóstico, por donde pasó el Gitano antes de partir a Mendoza y luego morir. Yo tenía a alguien muy querido internado y una tarde, charlando de música con una enfermera, salió el asunto "Sandro". Ella lo había asistido ahí, en ese mismo piso. Era un santo, dijo. Era un tipo humilde y bueno. Y era también una estrella y entonces todas las virtudes diametralmente opuestas al ego se tornaban en sublimes. En él.
Recuerdo que de chico intentaba imitarlo cuando bailaba. De muy chico. Movía como un loco las piernas. Siempre fue algo que Sandro hizo muy bien. Después crecí, fui adolescente, y me fui haciendo grande y estúpido, y caí en la trampa de la vergüenza por gustar tanto de Sandro. Por suerte pude recuperarme a tiempo. Pude ver sus películas una y mil veces y pude disfrutar de él sin grandilocuencias, compartiendo mi gusto con quien fuese capaz de entenderme. Llegué, incluso, a inventarles una canción a mis hijos, que a ellos fastidia aún mucho, y que se llama "El marinero del amor". Cuando la canto, trato de imitar otra vez a Sandro. No solo con las piernas, sino con la voz.