Pero ahora veo, tanto tiempo después, que así más o menos seguimos como siempre: nosotros, los escritores, atrapados en la mínima cápsula de nuestros propios miedos y miserias, en marcha pero estancados, anónimos y perdidos en la interminable caravana de la gente común, que sabiamente, nos corresponde con su ignorancia. Nosotros los ignoramos a ellos, y ellos nos ignoran a nosotros. Y es que los puteríos son así: carnavales amargos que sólo a sus putas entretienen.
¿Interesa todo este conventillo? ¿A qué otro se parece? ¿El topo Gigio era un topo?
Estoy desvelado y por eso me hago estas preguntas. Nomás me den ganas de mover el vientre se me pasa.
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