Debés desarmar la casa de tus padres. Todo tiene que ser rápido. Las expensas son elevadas. Tus padres donaron en vida unas pocas propiedades muy mal ubicadas, a vos te tocó en suerte este departamento, que guarda buena parte de tu infancia y toda la historia familiar de, al menos, dos generaciones. Felicidades, tu vida posee todavía un sentido. Happy problem, algunos imbéciles habrán de decir por lo bajo, esos mismos que no te llaman, pero quitales los pronombres a todo, como habrás de escuchar así decir por estos días de luto, porque los imbéciles no llaman en general, dirás y, si te prenden fuego, sacales el te, será problema de tu sistema térmico y de tu fuego, ya no puedo adjudicar (habrás de decirte) a otros lo que me ocurre, no es lógico ni de adulto adjudicar el incendio de mis bosques, te dirás. Y estaría bueno, te dirás también, cuando reflexiones sobre estos desvíos, escribir en alguna hora muerta un cuento donde todos los personajes proyectan su propia mierda en otros, sus propios fantasmas, pero no pasará a más de una reflexión; enseguida, se te irán las ganas de escribir y de rezar y de permanecer en equilibrio, y regresarás a este párrafo, lo tratarás de finalizar. Y no podrás. Nunca podrás.
Como fuere, tus padres ya te habrán puesto en estas mucho antes de que todos los verbos hayan sido escritos en futuro y, por propiedad transitiva, en la misión de convocar contactos que te dieron en el último funeral, contactos de personas de «inmobiliarias tradicionales» o de esas otras que funcionan «al estilo estadounidense». Uno de aquellos contactos te lo brindará un pelado con olor a mierda en la boca, a quien no podrás olvidar, así burles la máxima de no victimizarse, de dejar de usar pronombres como el me para hacerlo. Más bien antes llamarás a ese contacto del pelado sólo para hacerle perder el tiempo y para hacer quedar mal a ese nuevo enemigo de calva lustrosa. Asegurarás, como siempre has asegurado, no ser rencoroso, tu terapeuta te confirmará que no, que nunca fuiste rencoroso; te anotarás, así, un punto más en el campeonato de la impostura, y todo será por hacer quedar mal al pelado en cuestión. Pero este será sólo otro desvío, un nuevo rizoma, una venganza pequeña. Lo importante:
Lo importante redundará en que todas las personas a las que llames para tasar el departamento, cuando se presenten, en el mejor de los casos, te dirán «lo siento» cuando expliques que él acaba de morir, que ella lo hizo cinco meses antes. Lo importante: todos nada opinarán si acaso te explayás y contás que, en el caso de tu padre, fueron cinco años de tortura y prácticamente trescientos sesenta y cinco días de postración en caída libre. Y a nadie menos aún le importará tu tristeza. Es más, habrá quien sólo se interese por su ombligo ya sea para decirte de modo falsario que te echa de menos (o que te odia), no con palabras explícitas, o sí, también con palabras explícitas. No interesará. Quedarás, en todos los casos, al borde de una cornisa, ausentes tus pretendidos amigos históricos, como un cagalástimas cualquiera, con el culo sucio como Gary Lineker en el Mundial de Italia 90, en aquel partido que creés que fue contra alguna de las Irlandas, y avergonzado, además, de tener este agujero en el plexo solar que ya no se llamará «angustia» ni tampoco «duelo» a secas, sino «odio», otra vez «odio». Porque estaba escrito en alguna sagrada escritura que los días pasarán y que el odio (por huérfano, solitario y viejo) habrá de crecer en tu podrido corazón al ritmo del desánimo, y ¡oh!, el duelo que imaginaste toda tu vida podría suponer un cambio radical en tu alma, antes que eso será vacío, repudio y violencia frente a la miseria, la negligencia y la avaricia de las nodrizas mecheras, los martilleros públicos, tus examigos que aún se creerán tus amigos y, te faltará escribirlo a estas alturas, los dueños de camionetas y camiones que llevan sus cornetas por los barrios gritando «compro heladera, lavarropa y muebles viejos, señora». Pronto sabrás, carajo, que, así como las unas han sido creadas para aprovecharse de los ancianos, que los otros sólo estarán en este mundo para llenar su cartera de propiedades en venta y así ver si la pegan con una y comisionan en dólares, y que los últimos serán el peor producto de las maquinarias del infierno, demonios esféricos y sinvergüenzas que tendrán una F150 o parecido y que se ocuparán de violar, con tu silenciosa complicidad, con tu irrenunciable tristeza, el espacio que habitó alguien tan débil como tu padre una vez que tu padre cumplió lo que la biología había anticipado y terminó en la morgue del sanatorio. Ah, y eventualmente orbitarán más martilleros y compradores de muebles, junto con muchachas a las que acudiste cuando creías que te matarías si antes algo no hacías con tus días, y aprenderás a bloquear y a borrar con fría crueldad de tus contactos a estos, los otros y los de más allá, porque no respetarán el dolor ni la muerte seguida de la enfermedad, y porque ya serás, a este ritmo, una mala persona, dolida, pero mala persona, a quien, ni las mentiras que se procuró para sobrevivir y no caer en la segura gran depresión de su vida, lo salvarán de la condena de aquellas que hasta pudieron llegar a albergar alguna incierta ilusión.
Nacer, crecer, reproducirse, enfermar, por fin morir. Tal el ciclo, te dirás para ahuyentar de ti tan oscuros pensamientos, como aquellos del parágrafo anterior.
¿Y por qué esto se llama «Quince minutos de "Balada para Adelina"»?, te preguntarás también, sin aún saberlo.
Volverás al hilo. O, dicho mejor, a la fuga de todos aquellos que en tu conciencia te persiguen: nacer, crecer, etcétera. Y llegarás a la rémora socialcristiana de tu cabeza una vez más, quien pretenderá darte lecciones y te obligará que agradezcas que todos esos pasos tus padres dieron y no como otros, que nacen y se mueren, o como otros menos afortunados que nacen, enferman y nunca mueren porque siempre sufren. Y de nuevo te dirás que nunca fue el problema la muerte, que el problema siempre fue la condición humana, incluida la mía, y habrá mañanas de espanto y Vortioxetina, y otras de correr a un colectivo o al tren que está por partir, y te procurarás que cada hueso y cada músculo te duelan haciendo ejercicios imposibles, todo lo que haga falta, menos drogarte, para poder atravesar un día más, un sólo día más, nada más que un puto nuevo día, puesto que, ahora, muchacho, tienes una misión, un sentido, un propósito: vender la propiedad que fuera de tus padres y que ya ha sido saqueada a precio vil por uno de estos que en la internet de compran «muebles de estilo» y se te llevan hasta la última maceta.
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