18.4.18

Máquina de escribir

Desconozco si es ésta la prepotencia de trabajo a la que se refería Roberto Arlt como venganza a las policías literarias de su época -él, como pocos, supo asquearse al ver esa necesidad de poder por el poder mismo de cierta gente, y si uno tan sólo se detiene en las condiciones de su muerte y de su singular sepelio, es suficiente para comprender que siempre se cagó en esas tonterías; así como nadie se lleva la billetera al cajón, tampoco nadie se lleva su buena fama-. Como sea, hace un par de años que vengo escribiendo como un animal y no por afanes narcisistas, sino por la urgencia económica que me aqueja.
Se escribe entonces a quien por ello paga, y aunque no te paguen lo que quieras, se escribe igual, a las apuradas, detrás de una computadora o a mano y hasta en el teléfono. La consigna es facturar por lo que se escribe y escribir para poder llegar a fin de mes. Ahí está mi teoría literaria.
Próximamente, espero terminar una novela que creí que tendría menos páginas. Agradezco a quienes me confiaron el proyecto. No es fácil que crean en vos cuando sos un simple escritor underdog con ideas poco políticamente correctas, un ultramontano.
Allí está mi primer ensayo con la escritura, un libro verde del que Fernando Sabsay luego se adjudicó la autoría porque se amaba demasiado -me reservó las solapas del libro como coautor de una parte del volumen, lo que no es poco tratándose de quien se trataba-. Ahí está Tulipanes para Zamudio. Ahí está también Bonito / Yo soy aquel. Y también en gateras aguardan El cuaderno enfermo y un par de novelitas nada extraordinarias.
Mientras tanto avanzo con El huérfano de Montemarciano, título tentativo de la novela que termino por estos días si ningún contratiempo se me presenta.
Escribir es difícil. Escribir también es un trabajo y no existe la inspiración. Y aunque no te llena los bolsillos, a veces te permite olvidar la tristeza de este mundo y comprarte un pasaje en micro sin pedirle prestado a nadie. Para entonces sí, irte bien al carajo.

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