(((2004)))
De chico vuela frecuentemente hacia los Estados Unidos, Europa. En Buenos Aires, los viernes procura no perderse los estrenos en el cine. Pero por sobre todo será una tía -la hermana mayor de la madre- quien le obsequiará el primer cigarrillo, el primer Martini, la literatura, la música, la moda. La tía, desconociendo el futuro, solo valiéndose de sus propias inclinaciones, prepara al sobrino varón para el verdadero meollo del asunto: el star system, la realeza europea, la "buena" vida.
A los 17, 18 años, el sobrino está listo: puede ser escritor, crítico teatral, comediante o incluso abogado. Tiene pinta, además; la vida parece no haberle quitado la oportunidad de tener chicas en compensación de lo otro, la formación cultural. A los 17, 18 años, el sobrino es, acaso, uno de los mejores partidos de Buenos Aires, un buscadísimo bonito, afable e inteligente argentino educado en cuna de oro. En una cena conoce al director de la Metro Goldwyn Mayer en la Argentina. Asombrado por lo que sabe de cine ese adolescente, el mandamás de la Metro lo invita a trabajar en la empresa. Sin embargo, hasta ese entonces, 1965, Roberto Devorik (RD) no ha comprendido del todo la utilidad fantástica de lo enseñado por su tía. Lo comienza a comprender durante la première de Los girasoles de Rusia –dirigida por Vittorio de Sica, con Sofía Loren y Marcello Mastroiani-; para esa ocasión organiza una caída general de globos amarillos con girasoles desde el techo del cine Metro; el director de la Metro lo escucha:
-Entonces caen los globos, con girasoles y todo…, qué tal.
-Hagaló –le dice el mandamás-, hagaló, Roberto.
Y la existencia del sobrino de la tía que es hermana de la madre se transforma en una película propia que se llama La vida te sonríe, Roberto, o mejor, lo que dijo el mandamás, Hagaló, hagaló, Roberto. Suena porno. No lo es.
Para el estreno de Doctor Zhivago, de David Lean, viene Geraldine Chaplin traída por la mentada tía; RD será el guía de la hija de Charles y junto a su tía ambientará la Avenida Corrientes con nieve artificial.
Para la première porteña de My fair lady, de George Cukor -película que RD ha visto filmar en los Estados Unidos, por 1964-, resuelve pintar de rosa la misma avenida que antes fue nieve; la inspiración del rosa se lo debe a quien también le debe los martinis y las otras tantas cosas: su tía le ha obsequiado un libro de la première norteamericana, en cuya portada los rostros de Audrey Hepburn y Rex Harrison están pintados de ese color.
En el ínterin, RD se ha hecho cliente, en la Galería Alvear, justo frente a donde hoy (2004) Polo Ralph Lauren posee su petit hotel, de una boutique llamada Carina, que vende ropa de hombre y mujer, ropa extranjera. Los dueños de Carina viajan continuamente a Europa, como RD, y él suele cruzárselos en Ezeiza. Y llega un día, El Día:
Ellos le cuentan que tienen una boutique en Londres que no funciona bien, le proponen dirigirla. La respuesta de RD, más que apresurada, es inteligente y acorde con sus posibilidades económico-astronómicas:
-Bueno, háganme socio.
Y se va. Y llega a Londres. Y los ingleses están con sus sweters de casimir aburridos, para viejos, y a RD se le ocurre darlos vuelta, ponerle colores fuertes. “Y después, de casualidad, estoy en Italia -dice-, y voy a ver a una chica con la que salgo, y nos vamos a Florencia un fin de semana largo y yo, que me interesa todo, empecé a ver, a ver de todo, y una persona amiga me dice Vamos a un desfile”.
El desfile es de un italiano que diseña para una firma que hace ropa para gordas, pero que, ahora, pretende imponerse también en el universo de los flacos, las flacas. El italiano diseñador es Gianni Versace. RD lo conoce y sí, más luego, lo lleva fuera de Italia y se inicia en eso de trabajar para grandes firmas de grandes diseñadores de grandes personalidades. La segunda película, que es la continuación de la anterior, se intitula ¡Qué grande, Roberto! Otra vez interviene la lectura porno, otra vez la equivocación.
Una tarde, una mañana, una noche, no interesa, RD viaja a Turquía y conoce a una empresaria que le ofrece independizarse de la corporación para donde trabaja; que abra una boutique en Londres, bah, le propone como a uno ganarse doscientos mangos.
-¿Qué le parece, Roberto?
-Hágame socio -responde.
Esa respuesta es Regine, la primera de las catorce tiendas propias que llegará a tener.
Los negocios de RD se multiplican. Hasta que lo llama la editora de la Vogue inglesa pidiéndole auxilio para vestir a un personaje.
-¡Dale, por favor, venite!
-Te mando a mi asistente, che –dice RD, acostumbrado a las celebrities.
-¡No, tenés que venir vos! –insiste la editora.
Entra a la oficina de Vogue y ve a una chica encorvada pero, dicho por él, “muy mona y muy tímida”; es la futura reina de Inglaterra, Diana Spencer.
Por Diana, RD conocerá a los príncipes de Kent, a la princesa Margarita, a toda la troupe real, “y como siempre supe guardar los secretos y siempre menos es más”, su influencia en el vestir de Diana será tan capital como lo fue la que su tía le inculcó.
“Diana decía que fui la persona que más la hizo reír en la vida. Teníamos un humor mutuo muy grande. Y ayer, casualmente, comí con la viuda de Hugo Sofovich, y ella me dijo que si su marido estuviese vivo, que me hubiese dado una hora de televisión”.
+++
Tengo diez carillas manuscritas con la desgrabación de mi Sony. Dos horas cuarenta y cinco minutos; hojas tamaño oficio. En las hojas es mediodía. Me acompaña una asistente de RD hasta la última planta del petit hotel que Polo Ralph Lauren posee en el número 1780 de la Avenida Alvear. Sé que RD fue vestuarista y amigo íntimo de Lady Diana durante unos quince años. Me dijeron que ahora es manager de Polo Ralph Lauren en Sudamérica. Es mediodía y 11 de septiembre, y septiembre, lo imagino, no ha de ser un buen mes para su memoria: el 6 de septiembre de 1997 se realizaba en la Abadía de Westminster el funeral de Lady Diana, muerta en París siete días antes; el triste “9-11” RD descansaba en su casa de Southampton, a dos horas por carretera de Nueva York. “Le tengo que preguntar por todo eso”, me digo. “Es pregunta obligada”, me digo, desdeñando la fecha en que al fin pase en limpio la desgrabación de mi Sony para darle cierta malograda estructura narrativa.
La boca del ascensor se abre a un pequeño estar luminoso, provisto, entre otros muebles, de una poltrona de cuero negro, de esas que he visto en el consultorio del algún psicoanalista. La asistente de RD me conduce por el vestíbulo alfombrado, contiguo al estar, se me adelanta, ingresa a lo que será el despacho de su jefe y, después de anunciarme, indica que pase, que entre.
Ahí está RD, alto, bronceado, extendiéndome la mano, lo que se dice un galán maduro. Me llaman poderosamente la atención su corbata naranja a lunares oscuros y su pantalón de corderoy también naranja; no son chillones en RD, son elegantes. El despacho, su despacho, más se parece al de un productor de Hollywood que al del CEO de Polo Ralph Lauren. Detrás de la mesa de vidrio y el sillón oscuro, se multiplican, colgadas de la pared, fotografías en blanco y negro de lo que bien podría ser parte del elenco estable hollywoodense del siglo XX -puede que me equivoque, pero la impresión me suena más real que cualquier otra conjetura-. Digo quién soy, para dónde trabajo, esas cosas. RD -lo veo- me escucha con atención, y aun sentado es alto. Enseguida deposito mi Sony con sumo cuidado sobre la mesa de vidrio, le hablo de septiembre. Le hablo mirándolo a los ojos.
Él me cuenta que ya tiene experiencia con los atentados terroristas (en la década del 80 una bomba del IRA casi lo mata en Londres, me dice); refiere que, para el funeral de la princesa, se hallaba en Londres, a metros del féretro real; que cuando vio entrar el cajón, enorme, lo tenía atrás a Karl Lagerfeld, el diseñador de Channel, que a Diana le gustaba mucho Channel, que siempre decía que le agradaría tener a Karl Lagerfeld corriendo detrás suyo para hacerle los tallieurs, que él, RD, se decía -en la Abadía, como diciéndole a Diana-: “Qué ironía, ese señor que está atrás siguiendo esto y vos adentro, en la caja; cómo te estarás matando de risa, vos, viendo que este pibe está ahora acá, siguiéndote”.
Otra mujer nos sirve café, o al menos así parece ser que ocurre: en la desgrabación de mi Sony leo: “Ahora nos sirven café, se escucha que nos sirven café”; debajo RD interrumpe una pregunta boba, mía. Dice detestar los chistes de velorio (yo supuse que su reflexión en la Abadía de Westminster era una variante británica, elegante, de ese género de chistes argentinos) y hace una pausa y leo cómo procuro reivindicarme con una aclaración de aquellas que oscurecen; leo también que él me subraya que la muerte de la princesa lo afectó y mucho; que, básicamente, fue lo que lo ayudó a irse de Inglaterra.
No es un detalle menor, RD vivió en Londres 30 años. Tiene en manos de sus abogados, en Nueva York -me cuenta-, escrito un libro donde, entre otras cosas, se refiere a la muerte de Lady Diana. Yo pienso: si un libro es siempre una teoría, RD guarda bajo siete llaves su propia teoría sobre la muerte de la princesa.
+++
Igual hay partes en la vida de RD que no son precisamente exquisitas, glamorosas. Anticlímax, por decirlo de alguna manera.
Una vez José Luis Cabezas le saca unas fotografías para una nota en Noticias que más luego son premiadas poco antes de ser muerto el fotógrafo. Otras muchas le toca ver, junto a Lady Diana, sí, pero ver de cerca, a hombres y mujeres vomitando sangre, muriéndose de sida. O también visitar a los moribundos de la Madre Teresa; o concurrir al Hospital Garraham en B.A. para, al mismo tiempo que se asombre por el esfuerzo de los médicos, observar el sufrimiento de chicos y más chicos quemados, enfermos, también moribundos. Y mira a Diana en el cajón y a Gianni Versace en otro cajón y a su papá muriéndose y muerto, y se cruza con los chicos cartoneros de Buenos Aires que revuelven basura, buscando papeles, huesos, algo que comer o comerciar, y todavía siente el terror esparcido por el terrorismo del “9-11”, una parte de RD aún ahí, en los Estados Unidos, en conversaciones con Ralph Lauren, cancelando las conversaciones hasta nuevo aviso porque el miedo, porque el horror de los aviones de línea estrellándose contra objetivos sin defensa. Una película poco conocida de RD, una película sin nombre. Pero con, por lo menos, dos puntos de giro determinantes: la muerte de Diana, que lo lleva a abandonar Londres; la muerte de su padre, cuyos cambios fundamentales en RD todavía se están realizando.
+++
El café negro, la otra mujer que nos sirvió café, RD. Soy capaz de saber si un hombre es bien parecido o no; frente a RD experimento una suerte de travestismo absurdo; soy una señora gorda mirando por televisión no ya a RD, sino a un galán maduro, de telenovela, que tiene a su cargo la porción capital de su parlamento: ni más ni menos que la historia de su vida. Lo más patético tal vez resulte que la mentada señora le habla a la televisión, al galán; que le dice, con otras palabras, “bonito”.
-Yo muchas veces les digo a amigos míos que son muy pintones que, si se acerca una chica que es un paquete, que después hagamos el chiste, pero acordate siempre, les digo, por favor acordate que ser rechazado debe ser terrible.
-Si lo sabré –le digo.
-A mí, gracias a Dios, nunca me pasó, entonces yo siempre digo: Cuando alguien no te interesa, ya sea en los negocios o en el amor, sé humano, sé cándido, decí Mirá, no, te agradezco, decí que se murió tu novia o que le cortaste o cualquier cosa, pero no hieras a la persona, no le hagas sentir a esa persona que no está a la altura de tu fantasía visual -dice y es creíble; RD carece de la soberbia que bien podría ostentar cualquier hombre amigo de príncipes, reyes, diseñadores y personajes del star system; habla, me habla, con dedicación, sin que nada ni nadie lo fuerce; ni siquiera reparará en su reloj durante las casi tres horas que dure nuestro único encuentro. “Propio de un verdadero divo”, dice la señora gorda que soy.
Estuvo comprometido, RD, a los 23 años, “pero no resultó”, dice. Después tuvo tres relaciones “muy fuertes”, una de ellas, con Jacqueline Bisset, pero tampoco hubo casamiento. Sufre de claustrofobia en las relaciones sentimentales, no lo digo yo, está anotado en la desgrabación de mi Sony. Y hubo alguna planificación con Jacqueline para tener hijos, porque ella quería. “Y lo hablamos -dice-; pero ella estaba filmando y viajando y los dos éramos independientes económicamente y ese chico iba a vivir en manos de mi madre, porque la madre de Jackie tenía Altzheimer, y nos fuimos dando cuenta de que los dos no habíamos sido dados con ese don, con esa capacidad, con el asumir ese tipo de cosas”, dice.
-¿Y no se arrepiente?
-Para nada. Es un egoísmo…
-Bueno, a veces es al revés, se puede tener un hijo para no quedarse solo…
-Yo no tengo miedo a quedarme solo, creo que nunca voy a estar solo, porque solo se está cuando no se sabe estar con uno.
-Pero por su formación cultural y su vida -insiste mi otro yo- debe haber tenido (y tener) muchas más personas de las que cuenta que lo hayan admirado, que lo admiren; la admiración es una forma del amor.
Y entonces Devorik vuelve a decir que nunca lo rechazaron, que es verdad, y a justificarse.
+++
RD en Londres, junto a Diana de Gales, toma como anecdóticos los comentarios que ella suele pronunciar acerca de su propia muerte.
-Mirá si se cae el helicóptero…
-Dejate de jorobar, Diana.
Pero aprende junto a la princesa que poco han cambiado los tejes y manejes entre cortes, nobles y reyes. Si antes las casas reales se mandaban unos a otros sicarios para matarse, y si bien hacia fines del siglo XX eso ya no sucede y los castillos se han convertido en museos, lugares turísticos o en el mejor de los casos en simples residencias de la realeza, ahora, nota RD, aprende RD, mientras viaja junto a Diana, que los verdaderos castillos, que los verdaderos sicarios, son los periodistas; que cada uno de los periódicos -para la época en que Diana conquista las portadas de las grandes revistas- está ligado a uno u otro personaje de la realeza.
“Y como Diana era mucho más hábil para manejar a la prensa -refiere su hipótesis, sin notarlo, trabándose, pensando demasiado en lo que dice-, y como Diana era mucho más hábil y más inteligente; como tenía más calle que Carlos, lo daba vuelta a Carlos (Carlos es un intelectual), y como esa máquina [periodística] la quería destruir y decía que Diana era tonta…, quiero decir, Diana no era tonta, no era intelectual, que es distinto, recién empezó a leer mucho más y a crecer a partir de su sufrimiento -y calla y vuelve a la carga-: es decir, cuando una persona como Diana tiene ese don de manejar a la gente, ese poder natural -y vuelve a callar-… Pero no sé si voy a publicar el libro”, se atora y recuerda a Diana y dice sin decir, y calla otra vez, pero sus silencios son el libro que comenzó a formarse en Londres mientras armaba las valijas y decía adiós, disparado por la muerte de su amiga, rumbo a los Estados Unidos, donde una tarde encontrará dentro de un cine a Ralph Lauren, quien le propondrá ser quien administre en Sudamérica la firma que lleva su nombre.
+++
Mi travestismo absurdo se disuelve. Vuelvo a intentar el periodismo. RD creo que lo advierte.
-Cuando una persona viva tiene esas ideas -dice RD-, esas ideas son anecdóticas. Y uno le decía Dejate de jorobar. Pero hoy en día tienen otro sentido. Es como si usted le pregunta a un gran empresario si que lo rapten, que lo puedan raptar, tiene lógica. ¡Hay lógica, claro que la hay! Diana no era una paranoica. Ella tenía un presentimiento de que la iban a matar, que en ese momento yo no lo vi como presentimiento, lo vi como anécdota. Después me di cuenta, revisando mi vida con ella, por circunstancias que algún día usted va a leer. Me di cuenta que lo anecdótico no era anecdótico.
-¿Y dónde se encontraba el enemigo?
-Eso lo leerá algún día. –Risa irónica la de RD.
-Porque el enemigo es bravo, ¿no?
-Sí… El enemigo puede ser tantas cosas… El enemigo puede ser, sin darse cuenta, uno mismo. No pensemos solo en función de instituciones.
-Ella estaba enamorada de su marido…
-Usted tiene que tener en cuenta una cosa que es muy fuerte: la mujer más fotografiada del siglo, una de las bellezas del siglo, una mujer amada por negros, blancos, judíos, mahometanos, católicos, gays, todo el mundo amó a esa mujer que sabía llegar, y, como ella decía, al único hombre que tenía más cerca y a quien realmente quería llegar, que era Carlos, fue la única persona que la rechaza. Entonces, imagínese usted qué problema es ese para una chica que tuvo que aprender a ser una mujer muy fuerte en muy poco tiempo. Ese es el quid de la cuestión: una mujer, el rechazo.
-Ahora, para que usted patee el tablero, evidentemente el móvil no fue un accidente fatal…
-Aclaro: después de la muerte de Diana yo me vi mucho con la hermana de la reina, la princesa Margarita, una mujer a quien quise mucho; soy además amigo de su hijo, de los príncipes de Kent…
-¿Y con Carlos?
-No lo he visto desde la muerte de Diana, pero yo creo que si Carlos… Tengo fotos con Carlos y… En un momento, Carlos me hacía un chiste cuando nosotros estábamos en el polo de Windsor y yo llevaba a los argentinos amigos míos; él me preguntaba ¿Cómo está mi mujer?, y me guiñaba el ojo, porque yo a su mujer la veía más que él… Es muy largo y complejo este drama…
-Qué intereses habrá tocado Diana, ¿no?
-Era una mujer que tenía mucho poder innato, de ella, no creado.
+++
El 4 de abril de 2002 RD acepta la propuesta de Ralph Lauren a la vez que cancela sus propósitos de retirarse definitivamente del mundo laboral; también abandona su otra intención, la de estudiar Cine en la Universidad de Southampton. Para ese año, si Inglaterra y Estados Unidos son “sus mujeres” -así identifica a esos países-, la Argentina es su madre.
“Yo sé que lo que quiero como alfiler de gancho de mi vida es poder empezar a disfrutar del tiempo -dice-, no tener horarios. Tener el lujo del tiempo -dice-. Porque yo, con esto que estoy haciendo ahora y con muchas otras cosas, dejé tiempo de lado para mi vida.” RD sabe que le llegará el momento del acre de jardín que posee en los Estados Unidos, con su perro, sus amigos, las compras en el supermercado en busca de tomates, el no hacer más valijas y el dormir en su casa durante un mes seguido. Quizá también le lleguen las horas necesarias para corregir una última vez el libro, su libro, y publicarlo. Por ahora su presente es Polo Ralph Lauren, la manía de conectar personas entre sí, la necesidad de organizar eventos como el del año último, Alvear Fashion & Arts, ese tipo de cosas.
Se levanta del sillón de su despacho. Me saluda. Toma conciencia de la hora y también del hambre. Terminó la cena con la mujer de Hugo Sofovich a la madrugada, durmió tres, cuatro horas. Necesita con urgencia un sandwich, me dice, y cerrar la boca, no me dice, porque hablar un poco más de Lady Di le podría traer serias complicaciones, y acaso, de rebote, también a mí, ¡lo que me transformaría en una celebridad!, ¿se dan cuenta?
Hay un musical de Stephen Sondheim, A little night music, basado en la película de Ingmar Berman Smiles of summer night, y dentro de ese musical hay una canción, “Send in the clowns”, que Nacha Guevara tradujo al argentino con su voz aflautada, de vieja que canta mientras se baña en la bañera. RD vio el musical; escuchando la letra notó que eso que se decía era exactamente lo que él siempre ha creído de la vida. Es más, aprendió en un mes, sin saber nada de música, a interpretar esa canción en el piano. Así dice, habrá que creerle. La última estrofa de “Send in the clowns” RD la debe haber repetido varias veces: “¡Bravo por el clown! / ¡Abran paso al clown! / ¡Aplaudan al clown! / El clown soy yo”. Un vestuarista, un camarlengo, un chambelán, un cortesano, es al fin y al cabo un payaso.
“Los payasos siempre tienen que estar, porque son parte triste y parte alegre”, dice, me dice, y ahora sí, me saluda. Chau, me dice. Pero yo lo tengo ahí, en la desgrabación de mi Sony y en el mismo Sony, y puedo rebobinarlo y hacer de cuenta que otra vez me habla, que le habla a la señora gorda que fui, que soy. Él, mi galán maduro, aventurero. Mi bonito, afable e inteligente hombre de negocios que se guarda lo que no se guarda del todo acerca de la Evita británica, de la abanderada de los pobres mundiales en el mundo anglosajón. Él, mi James Bond imperial, sus ojos clavados en mi retirada, unos ojos creo que celestes y fotofóbicos como los de un sensei que una vez conocí, se despide, me dice chau. Y nueve años después de rebotado un texto como este para una revista que hoy ya no existe, nueve años después y tal vez novecientos, también, aquí permanece, existe, aún, la versión de los hechos según RD por mí escrita, tal vez todo una gran mentira, no interesa. Todo lo que fue rechazado se sostiene solo, todo este texto se sostiene solo, sobrevive solo, como las piedras, como el mar cuando ya no haya vida, mientras hoy es un domingo del futuro, una tarde de un domingo penumbroso donde todavía también yo existo, un domingo que se acaba como se acabó un día la vida de la Lady.
No hay comentarios:
Publicar un comentario