24.4.13

Bonito. Yo soy aquel

Mi agente de marketing -una voz que me habla, en verdad- me dice "no seas pelotudo, mandá un anticipo de la bosta que escribiste, así algún distraído pone las tres chirolas y juntás unos manguitos para invitarme a comer". Cumplo con sus exigencias, no sin antes reiterar las formas posibles de adquisición de esta cada vez menos infame autoedición, según países y facilidades. (Advertencia entre paréntesis: Bonito. Yo soy aquel es una historia, ¿novelita?, bifaz, compuesta por dos cuadernos, uno peor que el otro. Contiene lenguaje adulto, una lancha y al menos tres o cuatro hombres desnudos).

Formas de adquirir tan bello epub (para lo cual suficiente con el Acrobat Digital Editions o Calibre, ambos programas gratuitos; el entorno Android creo que también es válido, jamás probar en un Kindle porque explota):

Para la Argentina:
http://sinpastillas.mercadoshops.com.ar/bonito-yo-soy-aquel_12xJM (acá pueden pagar en pago fácil y yo les envío por mail el ¿librito?).
http://www.bubok.com.ar/libros/195075/Bonito-Yo-soy-aquel (con tarjeta de crédito; posta que es seguro).

Para Colombia:
http://www.bubok.co/libros/212658/Bonito-Yo-soy-aquel

Para España:
http://www.bubok.es/libros/224199/Bonito-Yo-soy-aquel

Para México:
http://www.bubok.com.mx/libros/194856/Bonito-Yo-soy-aquel

(En realidad, en economías mucho más desarrolladas que la argentina, el libro puede adquirirse desde cualquier región el mundo. Por ejemplo, en el link colombiano está la opción de pagar en dólares, o bien te convierten el precio a eso).

Y ahora lean qué belleza cómo comienza:

De las ventanas salían luces violáceas, rojas, color plata. Fuera, en el jardín de ingreso, se amontonaban latitas de cerveza, bollos de papel y chicas con cigarrillos bebiendo solas o acompañadas por rugbiers, o reunidas de a tres, de a cuatro. Siete horas antes ésa había sido la casa de una familia bien de San Isidro. El dueño era un economista de los importantes, andaba de viaje por Washington. Ahora la casa se había transformado en más que una disco. Era descontrol y Ramones, “Baby I Love You”, rugbiers en actividad o retirados, de pelo corto y ropa de marca, y esas chicas con sus brillitos y chicles, la típica escena nocturna, juvenil y sanisidrense del fin de los tiempos, un sábado a la noche.
Yo andaba unos metros más allá de la entrada, a la espera de Mai Bráder, dolorido y maltrecho por Chabela, alias Pepi, por Chabela antes de que fuera mi novia: ahí estaba Chabela rompiéndome el corazón otra vez, junto a un tipo maduro, medio pelado, también rugbier, con lo que le quedaba de pelo todo rasurado y un cigarrillo a medio terminar, en la boca. Relinda Chabela con su piercing en la nariz. Y yo molesto por verla así, ofendido de veras. La bombacha de Chabela: diminuta. La pollera: negra, hasta por debajo de las rodillas, a lo retro, como se usaba. La remera: blanca, que no le alcanzaba a tapar el ombligo. Y otra vez yo, sabiendo que ella andaba sola, tras la conjetura: que si el pelado no estaba por ser el nuevo novio o el nuevo tipo de una noche, que más temprano que tarde lo sería. Tras aquella conjetura andaba yo, teniendo en cuenta, además, un agravante: que Chabela ya bordeaba la treintena, esa edad donde las chicas fáciles, ateas y libertinas del fin de los tiempos también comenzaban a pensar en la maternidad, en la necesidad de pegar el salto de calidad a su desarrollo personal y egoísta embarazándose. El dolor, mi dolor, la rabia, también eso estaba ahí, y la necesidad de entrar a la casa para por lo menos quitarme la calentura dentro de uno de los baños. El dolor, la figura de Chabela de la mano del tipo. Librarme del recuerdo todavía fresco de Chabela de la mano del tipo, eso quería, como añares atrás había querido librarme también del verano y Pinamar: Chabela ese verano distante con un novio, ¿el primero?, en la playa, de noche. Chabela y aquel novio dandosé duro bajo una carpa del balneario. Ella: apenas dieciséis años, nada más que dieciséis años. Y el pibe: recién conocido por ella en un boliche, dos, tres horas antes. Chabela, alias Pepi, mi Pepi, en Pinamar, yendo a misa los domingos para quedar bien, para disimular las fiebres de su coñito frente a sus padres. Y mucho más tarde ahí, ahora, en el San Isidro del fin de los tiempos, la misma Chabela de la carpa y el balneario pero diez años después, más alta y pechugona, al borde del Apocalipsis. ¡Ay! Antes, Chabela en Pinamar, demostrando lo que ya era capaz de hacer con un glande, importándole nada que cercanos a sus actos se hallaran el fogón, mi criolla y los miembros de mi bandita de rock (en el noventa y cuatro, Barbudos; en el ochenta y cuatro, Zen), que habían escuchado el ya vuelvo, muchachos, quiero mear, y que ignoraban que pishando descubriría a Chabela intolerablemente bonita y lasciva, casi idéntica a como ahora la volvía a descubrir en la casa del enfieste sanisidrense junto a un pelado, en un jardín.

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