En seis meses X pasó de una crisis mental a una sentimental. Suena cursi y cacofónico. La vida todavía puede ser más desagradable. Y en otros seis meses más X pasó de su crisis sentimental a su actual tormento económico. Es necesario aclarar que los problemas mentales jamás terminan, por leves que sean. En el mejor de los casos se aprende a lidiar con ellos como con un perro hijo de puta al que hay que tener a raya. X hay veces que sale airoso en esa lucha, mucho más airoso que año y pico atrás. Hoy su combate es el económico, en un país y en un mundo donde la política y el flirteo con lo bien visto, la modernidad y ese invento llamado progresismo día tras día se convierten en el mayor negocio. Un cielo con puertas demasiado estrechas como para que X pueda entrar montado en su camello.
Hace unas horas X descubrió una de las llaves de su pequeño triunfo en el ámbito sentimental, ese otro combate que lo tuvo en vilo hasta que las turbulencias del bolsillo lo tomaron. Él rezó, lloró por ella. Pidió perdón. Ella tuvo un par de experiencias, no sabe X si llamarlas "milagrosas". Ella dice que fueron señales, señales suficientes para regresar a X. Ella le dijo a X hace unas horas que tiempo atrás soñó que él moría. Estaban robando en un departamento. Habían llegado al balcón de ese departamento por esa lógica extraña de los sueños. Como Alberto Olmedo, X algo hacía en la baranda del balcón y caía. "En realidad, primero no caías -dijo ella-. Primero te elevabas y luego sí, te ibas hacia abajo. Yo estiraba mi brazo para agarrarte. Vos hacías lo mismo. No te podía salvar. Vos, antes de estrellarte, me decías quererme". Tras ese sueño, días después de ese sueño, ella tuvo la segunda experiencia. Recordó comentarios de X acerca de ciertos espíritus bajos que recorrían la casa. X no estaba en la casa. Ella encontró la imagen de un Cristo caída en el piso del comedor. Llamó a una amiga. Compró vinagre. Rescató los restos de agua bendita que tenía en una botella plástica con la figura de la Virgen realizada por una inyectora. Decidió limpiar la casa. Hubo ambientes donde algo sórdido, indecible, la hicieron temblar. X le había expresado muchísimos meses antes que subyacía una explicación irracional a su derrota en los campos de batalla de su cerebro. Que por eso, como luego sucedería en el sueño, había intentado volar, no desde un balcón, sino desde otra estructura elevada. Esa vez real ella lo había salvado. En el sueño, en cambio, no lo había conseguido. "Hay personas a las que nos cuesta el mundo, y esta no es una justificación", recordó ella que X por esos días horribles le dijo. Cuando lo recordó su cuerpo le vibraba y algo comprendió acerca de esa debilidad, tal vez mental, tal vez de otra índole. Terminó de limpiar la casa y aceptó la victoria nimia de X.
Ahora la escasez de dinero es el máximo perjuicio. Ella, al fin de cuentas, hace unas horas, acaba de admitir que, de forma diversa, es como él. X no le dijo que el sueño de su muerte fue tan retrospectivo como anticipatorio. X no le dijo que piensa seriamente en convertirse en ladrón si eso lo aparta del cáliz de verla alguna que otra vez llorar por la falta de dinero. "No robaría a cualquiera -piensa X ahora, en este mismo momento-, mi actividad delictiva tendría objetivos precisos. Esos tipos, esa gente -piensa-. Solo esos. Pero lo haría, lo haría para quitarme todo este peso de verte triste, de verte mal".
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