8.1.13

Padrenuestro

Uno entonces crece, busca trabajo, si tiene suerte lo encuentra. O se las arregla. Y antes debió contar con más suerte y bendiciones todavía para no haber muerto o enfermado o quedar excluido social o físicamente y para poseer al menos a otro semejante que lo contenga y quiera. Y a pesar de todo, el tiempo se sucede y con él también las pérdidas y los nacimientos -que también estarán desde el vamos condenados a la condición de mortales-, y sobreviene enseguida la era de Internet, Facebook, Twitter, tras la tv color y las radios am/fm, los cedés y toda esa mierda, y cree uno, uno otra vez, estar menos solo, con más *amigos*, y camina por la calle y va a cobrar un cheque y le preguntan "¿cómo estás?", a lo que la respuesta es una descarada mentira, porque antes que los centros musicales, los télex, los faxes, las fotocopias, la inyección electrónica, la new wave, el rock alternativo, los satélites, Internet y las redes sociales, antes que todo aquello ya al que un día fue un chico bueno y espontáneo le enseñaron a ser mentiroso, hipócrita, "hombre", en el caso de ser "hombre", varón de a de veras y no una mantequita con cara de perro hambriento a quien estan por abandonar al costado del camino.
Así siguen los días, amiguitos, con o sin dinero, en el mejor de los casos con la salud que acompaña, ¡lo que no es poco; lo que es demasiado!, y se envejece más rápido, porque el temor, la soledad, la tristeza y los psicotrópicos de última generación eso producen tarde o temprano junto al universo simbólico creado y su pecado social, masificado a través de la mercadotecnia y el consumo inducido, y así también es que antes de llevar (uno) una lustrosa calva o una blanca cabellera es motivo de felicidad para los hombres de negro, porque sí, los clérigos se alegran de ese matiz cromático en los bancos de la iglesia, de esa pequeña mancha castaño clara o rubio ceniza hundida en la desesperación que se ubica en uno de los bancos de madera donados por la devota y ya extinta familia Equis, "¡esa figura, ahí, fíjese usted, sacristán, aquella que parece un animalito solo, enfermo y muerto de frío en la nieve!". Y de ese modo interviene Dios y la apelación a su misericordia providente, el "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo" -pero si es la mía cuánto mejor, oh, Señor- y el "perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" -pero si los que queremos que nos perdonen nos perdonan soy capaz de caminar de rodillas al templo que vos digas, oh, Altísimo Jesucristo- y el "no nos dejes caer en la tentación" (de la tristeza y la desesperanza otra vez) "y líbranos del mal" -de todos los males de este mundo, incluida, si puede ser, de la pérdida de más seres queridos y de la propia muerte, así sea un afortundado entre tanta maldad y tanta exclusión física y social en el universo.
Amén.

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