Zamudio yéndose al carajo |
Trocén queda solo, deambula por el centro de Buenos Aires en busca de putas baratas, timbea en agencias hípicas no oficiales, frecuenta cines con películas condicionadas, engorda en la medida en que su perdición se pronuncia, fuma en términos psiquiátricos, termina prefiriendo el whisky barato rebajado con agua, muere de un ataque al corazón antes de llegar a los 50.
Trocén no es malo. Está destruido. Busca felicidad entre el humo de los tugurios que quedan en el centro. Busca el amor en una prostituta desnutrida. Busca un poco más de felicidad en el alcohol. Sabe que todo es mentira. Y que si algo hizo en la vida, de nada le sirvió. Trocén es Erdosain pero acabado, sin proyectos, sin ideas, sin ningún lugar adonde llegar.
En dos minutos o dos meses o dos años que parecen dos minutos su vida tuvo un bloqueo, un nudo que ni la Virgen Desatanudos. Trocén es también el último moderno, el que cayó rendido a los pies de ese león que es la modernidad, pero no para emocionalmente incluirse a ella, sino para dejarse devorar.
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