4.8.11

Por los pibes que tienen plomo en las venas

En la ribera porteña que enfrenta a lo que llaman “Rulo” o “Vuelta de Brian” se sitúa la Villa 21-24. De ese lado del Riachuelo es el barrio de Barracas, que se pega demasiado a otro barrio, el de Parque Patricios. Del otro lado del río todo es Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Yo estoy dentro de un Ford, a pocas cuadras de la villa, sobre la margen de la ¿París? sudamericana, en Amancio Alcorta y Zavaleta. Traje a mi mujer en el auto, que es prestado, a una imprenta. Juntos trabajamos hace unos días la inscripción de unos textos sobre unas bolsas. Ella es diseñadora, llámenla Silvia, o Silvita. A mí pueden decirme Zamudio. Una georreferenciación más: el dueño de la imprenta gentilmente me abrió hace un rato una persiana para que yo entrara con auto y todo. “No sea cosa”, dijo, “que te pase algo”. A pocas cuadras de ahí, sobre Amancio Alcorta, también está la cancha de Huracán, club que descendió a la B como mi equipo, River Plate, tirando hacia el este. Algo conozco Parque Patricios. Una vez, hace trescientos mil años, tuve por esta zona de la ciudad una novia que decía que el espíritu de su abuelo la perseguía. Quiero decir, no todo Parque Patricios es una amenaza para una mantequita clasemediera como yo. Pero Amancio Alcorta y Zavaleta sí lo pueden ser ahora que, todavía, es de mañana, ahora que dentro del auto sigue haciendo demasiado frío; y después, también después, en este otro ahora que es el de hoy, donde me digo que esto es lo menos parecido a una crónica.
En HermanoCerdo el resto de mi primera, pero no por eso única, declaración de amor al Riachuelo.

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