25.8.11

Muévelo muévelo


Ayer vimos, camino al colegio, a tres palomas gordas y sucias picoteando huesos todavía carnosos de pollo. El mayor supo entonces instruirme: “Por eso es que a las palomas también se las llama ratas con alas, papá”.
Ayer también pisé un sorete de gato. Se me metió en las huellas zigzagueantes de una nike que ofende, como su compañera, al buen gusto. Esas zapatillas son demasiado blancas y demasiado grandes. Aunque me elevan por sus gruesas plataformas, no dejan de ponerme en ridículo.
Hoy recibí las llaves de mi nueva casa. Los mayores andaban en el colegio, el más chico ya se había regresado chillando junto a mi mujer, en subte. Yo no le dije a mi mujer ayer que los dueños salientes de la nueva casa son unos reverendísimos roñosos hijos de un continente lleno de putas. No se lo dije porque no hizo falta. Tenían (joder, tienen) una perra labradora de tres años que, ayer así lo pude comprobar, ha dejado su rastro en más de un rincón de la fókin propiedad por la que me han quedado la hombría y los fondos en desgracia.
Ésta tal vez sea la crónica de una mudanza. Y acaso también la historia acerca de cómo, nuevamente, salgo en defensa de mi familia para terminar perdiendo sin saber cómo disimularlo.

(Pónganle música, si quieren. Pónganle, si les gusta, reguetón, que no me voy a ofender.)


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