1.6.11

Apuntes para una novelita reaccionaria (que nadie leerá) -ensayo y error-


—“Ataque sexual a la salida del colegio.”
—Qué bien.
—“Dieciséis años.”
—Genial.
—¡A la salida del colegio!
—Te escuché. ¿Lo agarraron al tipo?
—Habría que matar a esos tipos... No lo agarraron.
—¿La violó?
—Sí.
—Hijo de puta. Pero buscá más abajo.
—“Avanza proyecto de esterilización en Diputados.”
—No, no es eso. En Información General, buscá.
—Acá está: “Está todo listo para la marcha por la libertad de Haydée Laverni.”
—Con todos esos escritores pervertidos.
—No sé.
—¿No dice o no sabés?
—No dice.
—Un ejército de escritores pervertidos, la concha de sus madres.
—¿Y nadie va a hacer nada?
—Me fijo en el portal.
—Fijate.
—Esperá.
—Me fijo yo, si no.
—Bueno.
—Dale.
—Igual la pregunta debería ser qué vamos a hacer nosotros.
—Está el editorial de Manfredi, es lo último.
—Ese pelotudo.
—Bueno, tampoco jodamos, ni que a Laverni la siguieran multitudes.
—Después no nos quejemos.
—Eso sí.
—Entonces no hablés al pedo.
—Dejá de calentarte conmigo.
—La puta que te parió.
—¡Cortala, yo también estoy caliente!
—¡Probameló!
—Me duermo pensando.
—Que ametrallás a todos los progres sueltos. Ya lo conozco.
—No, a todos.
—Pero con eso no hacemos nada.
—¿Y vos qué hacés?
—¿Vos me preguntás en serio qué hago? ¿Te parece poco?
—No sabía que hablaba con un prócer de la patria.
—Escuchame bien, ¡andate a la recalcada concha de tu madre!
—Bajemos los dos un cambio.
—Un cambio. Bajar un cambio, man. Bajar un cambio, loco.
—Tranquizate.
—Tranquilizate vos también.
—Yo me tranquilizo.
—Yo si tengo ganas.
—Está bien.
—Con soñar no se hace nada, ¿entendés?
—Yo no sueño, pienso esas cosas para poder dormir.
—¿Y qué más?
—¿Qué más querés que haga? ¿Qué me compre una ametralladora de verdad?
—¿Por qué no vamos mañana?
—Porque mañana es jueves.
—¿Y qué?
—Yo trabajo, vos trabajás, todos trabajamos.
—¿Cómo terminan esas marchitas?
—No sé, ¿cómo terminan?
—¿Cómo termina la Catedral?
—No sé.
—¿No sabés?
—¿Pintada?
—¡Sí, pelotudo, pintada! ¿Y pintada con qué?
—Insultos.
—Bien, veo que algo sabés.
—Sala, cortala en serio.
—El obispo se va a estar depilando, ¿entendés? Y los forros del portal andan editorializando mientras se rajan unos buenos pedos; entonces, ¿quién va a estar? ¿Entendés? Vamos a tener que estar nosotros.
—No, no, yo no puedo. En serio. Tengo que hacer un par de entrevistas.
—¿Te acordás de Laverni, vos? ¿Te acordás de lo que hizo? ¿Te acordás de qué es lo que defiende?
—Pero es que tengo que comer, también.
—Yo a esa degenerada de Laverni no le voy a permitir que me manche la catedral.
—Laverni está presa.
—Ya sé que está presa, pelotudo. Me pudrí, ¿entendés? Me pudrí de que seamos todos tan mansitos. A mí ya con cagarme la carrera judicial no me alcanza. Quiero dejar una huella, una huella en esta tierra que el Señ-r pueda ver desde el Cielo; soy un pecador, una víctima de todos los pecados capitales, pero quiero que el Señ-r sepa que alguna vez empecé a poner todo de veras, hasta el cuerpo.
—Es la Catedral. Seguro meten policía si se pone grave.
—¿Los masones que nos gobiernan van a ordenar que vaya la policía?
—No sería la primera vez.
—Bueno, entonces ahora voy a tu departamento y en la fachada del edificio te pongo “Acá vive un puto de mierda”, vamos a ver si no te sentís ofendido.
—Mi obligación está primero con mi familia.
—¡Es que la acción también es por la familia! ¿Ves que no entendés nada?
—No.
—Bueno. Entonces no me jodas, no me llamés más, no me hagás engranar.
—El que llamó fuiste vos, gordo.
—No me digás gordo.
—Bueno, pero no me cambiés las cosas. Llamaste vos, no yo.
—Yo mañana voy. Y armado voy. No me voy a quedar rezando el rosario y nada más.
—Gordo, cortala.
—¡No me digás gordo, pelotudo!
—¡Y vos no me digás pelotudo!
—Vos me llamás, me engranás.
—¡Me llamaste vos, forro!
—Me chupa un huevo, te llamé yo, está bien, y me pinchás.
—Vos ya venís pinchado.
—Y me decís “tranquilo”.
—¿Qué? ¿Cuándo te dije tranquilo?
—Ahora, hace un rato. “Bajá un cambio, man”, me dijiste.
—Yo no dije “man”, lo dijiste vos.
—Es lo mismo.
—No, no es lo mismo.
—¿Querés que hablemos de otra cosa? ¿De fútbol? ¿Querés lobotomizarte un rato?
—Podemos juntarnos el sábado y hablar con tiempo.
—¡Que se metan el fútbol en el orto, con Maradona incluido!
—Estás loco, gordo.
—Gordo las pelotas.
—Bueno.
—Cagón.
—Sos mi amigo, ¿con quién podés hablar así sin que se ofenda?
—Te lo pregunto entonces por segunda o tercera vez. ¿Vas a venir?
Podría comenzar así. Lo que me hace ruido es que el recurso del diálogo es trillado. Pero podría. Y con la sombra de Haydée Laverni al acecho, ese monumento al reviente, a la decadencia de las clases medias, al triunfo y la venganza de la modernidad contra sus hijos. Podría, entonces, dejarlo como una posibilidad. Y buscar los textos sobre Haydée Laverni. Luego, contagiar el rechazo que a Sala y a mí ella nos despierta.
Es decir: la novelita debería ser una novelita panfletaria. Bien panfletaria. Con moraleja y todo. Una novelita panfletaria y justiciera.
—¿Y vos esperás que te lean eso?
—No.
—¿Y a nadie le rompen el orto?
—Que yo sepa no. Y si pasa, es literatura.
—Me recontra cago en la literatura, entonces.
—Yo también me cago.
—No hubieras escrito ese otro librito que escribiste.
—Fue una necesidad.
—Exhibicionismo puro. Pasa que todavía querés ser famosa, putita.
—Para gobernar el mundo.
—Te hablo en serio.
—Yo también, cabrón. Soy una parte de esta modernidad que produce materia fecal.
—Entonces te lavás las manos.
—Quiero hacer esta novelita reaccionaria para lavarme la culpa.
—¿Y no puteás a la Iglesia como en el librito ése de los condones?
—Lo hacía un personaje de un cuento, no yo.
—¿Y no hay sexo oral, abortos, eutanasias y personajes forros que se creen con la verdad en la mano?
—No.
—Entonces ésa sería tu gran acción en defensa de la religión.
—Una manera de renunciar a lo secular, de mandar a todos al carajo.
—Está bueno. Yo podría bailar un malambo.
—Sala, dejame de romper las pelotas. No puedo ir, ya tengo pautadas las entrevistas.
—Bueno, dejame dormir, entonces, y escribí tu novelita reaccionaria, y mandame bien al frente, con nombre y apellido, que ya te conozco, ya sé qué vas a hacer conmigo, así los masones de mierda que hay en el poder judicial saben a quién tienen que denunciar en el Consejo de la Magistratura por facho.
—Vos no sos facho, Sala, estás un poco nervioso.
—Tan nervioso como vos y tan podrido como vos, pasa que yo me la banco, en cambio, vos, no.
—Ta bien, Sala.
—Agarrala y amasala.

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