5.5.10

La patria gorda


Foto afanada de eblog.com.ar

En 1810 un puñado de tipos, entre ellos militares, abogados, comerciantes, con la excusa de que El Deseado no volvía de su cautiverio vip en Francia, dijeron basta y formaron una junta de gobierno, en nombre de ese tal presidiario residente en un castillo. No pasaron muchos meses, creo que dos, que ya comenzaron los quilombos. Al otrora virrey Liniers, que de español no tenía nada y que había organizado la defensa de Buenos Aires contra los ingleses, lo fusilaron por orden de Moreno y mano dura de Castelli. Liniers se resistía al cambio radical que esos dos tíos, y también Belgrano, de Azcuénaga y no sé si alguno más, procuraba. Pero no era para tanto. Boletear a Liniers fue como ahora gusta decir un "error político", una guarrada. Por ahí lo tienen a un historiador tratando de justificar la ejecución de Liniers. A mí me hubiera temblado el pulso. Que Liniers seguía de ligue con los realistas, seguro. ¿Pero la Junta no decía hacer lo mismo? Liniers desenmascaró el plan patriótico. Contradictorio. Ese de integrar una junta filoibérica y de carajear por ella. A Moreno luego le agarró un soponcio en alta mar, dicen que lo envenenaron los saavedristas, no lo sé, la cosa es que reventó y que su mujer le escribió kilos de cartas creyendo que el tipo se había olvidado de ella, que andaba de gira por Europa probando rubias. Es una historia triste esa. Castelli finó por un mal en su lengua. Y al año, al año de aquella junta revolucionaria ya nada quedaba. La balcanización de la Argentina iniciaba su derrotero trágico. No pasarían diez años sin que al gran Artigas se lo traicionara una y mil veces desde Buenos Aires. No pasaría la misma cantidad de tiempo sin que uno de los perseguidores de Artigas (y hasta Cepeda miembro del club de fans del prócer oriental) terminara sin cabeza por obra de su ex compañero de la vecina montonera, don Estanislao López. No faltaría don Bernardino Rivadavia convirtiéndose en el perseguidor oculto de San Martín y en entregador de la Banda Oriental y del Alto Perú, hoy Uruguay y buena parte de Bolivia, respectivamente, a su suerte. Y de ahí hasta los últimos treinta años del siglo XX pura guerra civil, puro fraticidio especialmente promovido bajo las banderas de los diversos localismos. De ahí que no deba sorprender la portada de la revista Susana. ¿Qué querían? ¿Qué carajo querían?

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