lo veo, con sus dos años, mirarme confiado. Si yo estuviera en su lugar estaría ya pidiendo auxilio. Pero él no. Tiene esa valentía que ya no tengo, esa entrega a los desconocidos y al mundo que en alguna parte me duele o me avergüenza. Me pide que juegue con él. Con eso parece que le alcanza. Come poco, se caga todavía en el pañal, juega. Y a veces llora o dice "no sé", que no sabe lo que está haciendo cuando me anda buscando y yo no puedo mirarlo porque estoy acá, encerrado.
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