8.1.10

El problema

es que todos, absolutamente todos, tendemos a la desaparición. Y yo lo veo al menor y le pregunto a Di-s si el pecado original sigue rigiendo en él, si realmente así lo cree. El menor duerme con su chupete, en pañales, antes me estuvo mirando mientras yo le cantaba. Y trataba de hallar en él esa caída de la naturaleza, esa mancha que nos hace mortales. Y no la encontraba. Y no la encontraba. Entonces por qué. Por qué tendemos a la desaparición. Estoy en un lugar donde felizmente podría ultimarme. Estoy en un lugar donde cumplí mi primer año. Hay una casa, hay un jardín y una canilla mítica donde una vez me limpiaron el culo tras cagarme encima. Cumplía un año y me cagaba encima. Tampoco había maldad en mis ojos. Ni pecado. Y me ultimaría, sí. De no tener a nadie creo que lo haría. Y sería horrible. Sería el peor de mis pecados. Pero hay días como hoy en que no aguanto la tendencia a la desaparición de las personas, especialmente de las personas que quiero. (Ella tiene casi su diagnóstico, y su diagnóstico no es del todo bueno. Ella, si se llegara a ir, se iría un poco conmigo. Yo estuve en ella, yo fui parte de ella. Carne de su carne, sangre de su sangre. Si ella se va yo me voy a morir un poco bastante, y sólo voy a quedar en mis piernas y en mi cabeza, yendo de un lado para el otro sin saber bien qué hacer. Perdonen este post. Perdonen todo esto. Señ-r, necesito que me hables, necesito saber por qué es todo este lío de la desaparición. Sabés bien de mi abstinencia. Estoy tomando demasiado pero no para que creas que ya están todas las cartas echadas. Tomo para relajarme un poco. Será cuestión de unos días. Pero si tenés ganas, si tenés tiempo, me gustaría cenar un día con vos, y hablar de estas cosas).

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