Cuando camino por el centro me suelo acordar la historia de un tipo. Estoy seguro de que me lo contaron, pero no sé quién me lo contó, ya. La historia es sencilla. Hay un tipo que tenía una vida digamos que normal. Es decir, nada de militancia política, nada de preocupaciones más allá de saber a qué hora juega su equipo, nada que lo altere a no ser el mal funcionamiento del televisor. Y un día, algo tiene que ocurrir, claro, esto es una historia, y un día al tipo las cosas le empiezan a salir realmente mal. Se empieza a interesar por la política, su equipo deja de jugar en las grandes ligas y su televisor se rompe. Entonces el tipo pierde el trabajo y ya no tiene con qué pagar el alquiler. Sólo le queda su traje azul, su corbata y su maletín.
El tipo trabajaba, ¿entienden? Salía todas las mañanas, con su traje, y caminaba por el centro hasta su trabajo. Tenía su maletín, su peinado, su sueldo, su verano feliz y su aguinaldo. El tipo tenía dinero, amigos, el dinero suficiente para pagar su alquiler y pagarse un auto en cuotas y hasta para proponerle matrimonio a una chica medio gordita y buena. Y de repente, adiós a todo.
Es desde ese día, así me lo contaron, que el tipo, para no sufrir tanto, anda con su traje, de un lado al otro, por el centro, haciendo de cuenta que va o que viene de trabajar o que está haciendo trámites, y enfrenta la mirada de los incluídos sociales y se pregunta mientras los mira si ellos le están creyendo, si ellos realmente se dan cuenta desde dónde es que los mira, si desde ese pozo en que se ha convertido su realidad, o desde esas alturas que arma su mentira. (Lo confieso, a veces suelo preguntarme cosas parecidas.)
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