Desde el principio ya la suerte estaba echada: entré al colegio nuevo un mes después de que empezaran las clases. A un grado que no me correspondía (después de hacer una semana de tercero me pasé a cuarto en el colegio nuevo). Vivía demasiado lejos (del otro lado de Santa Fe y del otro lado de Pueyrredón) y a mis amigas no las traían a jugar a casa. En el colegio enseñaban alemán desde primer grado, y yo ni siquiera sabía que tenían esa materia. Todas habían hecho la primera comunión y yo ni siquiera creía que Dios estaba en la hostia. Cuando nos dieron el libro del Evangelio en una ceremonia muy linda, la chica que venía detrás mío se distrajo y me incendió el pelo. Esa misma tarde, como no soportaba a mi primito español, quise esquivar una de sus cachetadas de malcriado y terminó tendido en el piso con el labio cortado.
El resto, acá.
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