Me gustaría no solamente escribir mejor. Eso es lo básico. Me gustaría principalmente generar textos que, como los de San Juan de la Cruz, colaboraran con la causa de mi santidad y asimismo con las de otros. Tengo estos gustos inadaptados pero no es este el problema. El problema es que sé que no serán políticamente correctas mis historias llenas de miserias para esa beatificación que seguramente impulsarán mis bisnietos. A menos que algún teólogo vea en ellas una forma, por vía negativa, de probar la existencia no sé si de Di-s, pero sí de una moral, la occidental y cristiana, que hoy no figura en los rankings ni pasan por la radio.
Hablaba al respecto, pero sin ir del todo al grano, con un conocido una semana atrás, almorzando comida árabe, acostumbrando nuestros paladares a lo que ambos creemos será el alimento principal de los occidentales pudientes de aquí a cincuenta años, protestábamos porque sí, porque Occidente y su hedonismo se muerden la cola. Y él especialmente protestaba porque siendo liberal nada podía decirme frente a las serias e históricas fallas del liberalismo (como la teoría de la elección racional que sustenta al sistema democrático liberal).
Veíamos, mientras él avanzaba con una carne de cordero y yo con algo que tenía repollo y keppe crudo, que el repliegue de Occidente era un hecho; y él tan sólo se refugiaba en una esperanza tan enceguecida como racional para postular que los sistemas sociales tendían a redefinirse y perdurar, entre ellos, decía, el capitalismo. Entonces yo pensaba que no, que no sería esta vez así, y trataba de convencerme de que acaso exista alguna justificación a tanta palabra soez y tanta miseria en mis textitos, en la medida en que alguien vea que no hay apologías, sino más bien lo contrario.
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