Un amigo que vive fuera del país hace un tiempo se preguntaba por la identidad de esta década que este año terminamos todos para empezar la del 10. Creo que encontraba alguna respuesta, pero no precisamente tan fuerte como la que hoy se puede encontrar si uno repasa qué fueron los 90, los 80, y así sucesivamente con todo el siglo XX. Nuestros nietos sin embargo y hasta nuestros hijos creo que hablarán de los 00, y mucho.
Tal vez sea apresurado decir que los 00 fueron el fin absoluto de una época y de una forma de ser Occidente, pero intuyo que por ahí va la identidad de estos 10 años que se cumplirán el 31 de diciembre. Y la muerte de Michael Jackson no es más que una pequeña aproximación a esa idea.
Me acuerdo cuando una mañana, la del 11 de septiembre de 2001, mientras desayunaba viendo un programa que conducía Víctor Hugo Morales, comenzó a pasar lo que todos sabemos en Estados Unidos. Me acuerdo que comencé a caer en la cuenta de lo que era Estados Unidos, con sus malas y sus buenas cosas, de la coherencia y la cohesión que nos daba el Imperio —nos gustara o no— a los occidentales; y me acuerdo también que algo había en el ambiente ya para ese inicio de década, algo con olor a culminación, a se acabó, a ahora se vienen otros tiempos y todo lo que hubo fue una mentira.
En estos diez años, y no estoy con lucidez ni tiempo para hacer un relevamiento, pero en estos diez últimos años han comenzado a morirse, y con una sucesión que espeluzna, un montón de íconos de diversas índoles, íconos que todavía daban alguna idea de esa coherencia y esa cohesión occidental, algo de esa identidad con lo que creíamos que éramos y hacíamos los occidentales, desde nuestras miserias hasta nuestros grandes gestos de humanidad. Y no hablo sólo de íconos humanos. Hablo también de la General Motors, de las ideas ilusorias sobre la democracia en el mundo, de las otras referidas al progreso de la humanidad, la libertad, la ciencia. No nos vestíamos como en las series futuristas del siglo anterior ni había vuelos intergalácticos, pero habíamos comenzado, al menos hasta septiembre 11 con todas esas ganas de seguir siendo lo que creíamos que éramos.
Ahora, nomás basta con mirar éste, el año de cierre de la década, con la crisis económica, con el imperio hecho por cowboys que ya no es lo que era en los 80, con las celebrities que parecían eternas pero que mueren (¡hace unos días también murió kung fu!), con esta pandemia y esta pobreza que abunda ya no sólo en el tercermundismo, porque la pobreza también es inmigrante, nomás basta con sacar una foto de 2009 para caer en la cuenta de que ésta ha sido la década, al menos, de la confirmación de la declinación de Occidente. La década en que Occidente no pudo ya disimularse.
Hay quienes incluso afirman que en veinte o treinta años Europa será cualquier cosa menos europea, y que Estados Unidos lo mismo, y paradójicamente el último refugio de lo que fue esta parte del mundo parece estar por esta parte del mundo, por la América que es latina, aquella parte del mundo que nunca terminó de ser del todo occidental, que siempre fue marginada por Occidente y antes que por Occidente por sí misma.
La década del 00 ha sido, todavía es, una década extraña. La década del desmoronamiento de lo que creímos ser o de lo que quisimos ser. La década del adiós final a las promesas y las realizaciones, el fin de la esperanza a la americana. No hubo democracia, jamás la hubo como nos la vendieron o como la compramos. Jamás hubo eternidad de nadie. Tampoco fueron reales los progresos del capitalismo a costa de la muerte preanunciada de los diversos socialismos. Hubo atentados, Irak, Guantánamo, pestes, hambrunas, más hambrunas y más pestes, prepotencia, inmigrantes ilegales y xenofobia, mujeres errantes en busca de sus destinos, ipods, internet y todo eso, y qué más. Ni los medios con su espíritu colonial e ilusionista han podido tapar tanto olor a mierda, tanto olor a muerte, tanta mentira. Nos moríamos, sí, y teníamos miedo, y nos engañábamos. Y de nada servía ser occidental, porque Occidente no tenía ya la respuesta.
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