6.3.21

6 de marzo

En las últimas veinticuatro o cuarenta y ocho horas -desde que me robaron el teléfono me cuesta saber en qué día vivo y solo lo recuerdo cuando escribo estos diarios para nadie; aunque miento, mi hermana me trajo un muy buen celular usado y algo roto, pero que está bien, solo me falta el chip, de manera que no sé en qué día vivo por dispersión mental y recién lo descubro cuando me pregunto qué día es hoy-, contaba que en las últimas veinticuatro o cuarenta y ocho horas me llamó la madre de mis hijos para decirme que está triste, que se iría el fin de semana con el novio. Este último año y pico me convertí en alguien relativamente virtuoso.

Le aconsejé que evite los antidepresivos salvo el francés Valdoxan, creo que así se denomina, pues no causa efectos adversos. Le pregunté si continuaba saliendo a correr. Y me faltó decirle que un poco de amor no le haría mal. Pero ella no buscaba escucharme tan robot. Eludió mis consejos con evasivas comunes en ella: ver hasta qué punto podría relevarla. La salud de Equis y Zeta, mi cuidado de la casa y el jardín, mi propia salud mental variaron en cualquier orden como argumento. De todas maneras hoy o mañana estaré por Buenos Aires por Equis, por Zeta y también por mi larga descendencia. Solo unos días.

Espero no ser asaltado otra vez mientras voy camino a la ruta y el colectivo. Iré con luz de día y acaso preparado para matar a alguien.

Gracias a un amigo que no conozco -lo siento así-, mientras la madre de mis extensos hijos finalizaba la comunicación en un estado que le remarqué era natural, habida cuenta de una importante pérdida que sufrió, más el paso inexorable de los años que comienza a pegarle duro, cómo me disgrego, Dios mío, decía que gracias a un amigo que no conozco y que cierta vez, cuando yo profundizaba un estado de ánimo demoníaco, tradujo un texto mío al inglés que se publicó en Oceanía, redescubrí una novela que había abandonado y que terminé, también, en las últimas veinticuatro o cuarenta y ocho horas: solo me restan cuestiones de estilo y sumar algún epígrafe de suma importancia. Con ese borrador ya suman cinco libros inéditos y creo en ellos, uno ya fue finalista. Pero creo en ellos no tanto por sus posibilidades de ganar, sino porque de los cinco, tres me prometen -por sus defectos y sus exigencias de corrección y reescritura- llenarme los vacíos de este año, lo que no es poco.

No resulta un evento novedoso en mi vida: además de leer, inventar historias o ficcionalizar experiencias reales me entretiene. En buena medida esa es la razón por la que escribo (y asimismo por la que leo).

Ayer, creo que fue ayer, meditaba que quien escribe para gozar de cierto prestigio en vida, o quien lo hace para masturbarse con la celebración de su obra luego de muerto -algo estúpido desde donde se lo mire-, escribir de ese modo, con esas ínfulas, supone una expectativa tan contingente como inútil. Es como mostrar lo bien que tenés el living de tu casa, apenas un instante, antes de tu minuto final, en el mejor de los casos enchufado a distintas máquinas en un sanatorio.

Quien de verdad desea escribir lo hace para escapar de algo, así sea tan solo del tedio, y en el mejor de los casos para perseguir a una verdad. Lo peor en mi caso es cuando las posibilidades de anotar a mano o en un cuaderno se tornan impracticables, y cuando leer también lo es; nomás eso sucede, intervienen los profesionales de la salud, que son cada vez más caros.

Me pasó. Me pasó cuatro años la imposibilidad de leer y escribir, salvo tontas notas para mercaderes de la nada.

Tuve algunas relaciones y cuando llegué a la que fue mi última mujer -dos o tres años de relación, dos seguro de convivencia-, antes de reiniciar esta diversión, le advertí que nomás volvieran en mí las fuerzas para leer y escribir sería probable que nos separáramos. Los hechos demuestran que tuve razón. Yo le decía mirá que incluso antes de casarme, minutos antes de casarme, lo único que hacía era leer y escribir. Y mirá que incluso en la luna de miel, más allá del sexo, lo que hacía era lo mismo, por eso mi matrimonio de más de una década devino en desastre.

En fin.

De a ratos pienso en los dos chorritos que me robaron el teléfono. Recuerdo a la perfección al que me apuntó con el arma.

Unos de estos días que pasaron monté a mi bicicleta en su busca con intenciones asesinas o de verdugo. No lo encontré. Pero deseo encontrarlo. Al menos para que se relacione conmigo como un hombre. No sabe que no le temo a la muerte y que eso, sin armas, es lo peor que le puede ocurrir.

De a momentos también pienso que el ladrón era un pobre posadolescente, como su compinche, pero ya me cuesta la lástima o la conmiseración. Será que yo, como la madre de mis hijos, aunque unos años menor, cargo la edad que antes no cargaba, así me encuentre física y mentalmente mucho mejor que unos cuatro o cinco años atrás.

Con el teléfono obsequiado por mi hermana, ese teléfono usado y que presenta rasgada su pantalla, pensé en regresar a Onetti, pero me vi obligado a realizar una parada intermedia en la relectura de un libro de Houellebecq que para mí es fundamental como toda la obra de Houellebecq. (Houellebecq a mi modo de ver es mejor que Joyce, es mejor que Cheever, es mejor que Onetti). Ese libro de Michel es clave para que cierre mi borrador, ese que encontré gracias a ese amigo traductor que no conozco.

Por lo demás, compré hoy dos latas de cerveza Santa Fe y estoy por acabar un tinto barato pero soportable. Me alimento a base de zapallo, queso, frijoles, atún, merluza, arroz, no mucho más. Y abandoné hace ya casi un año los cigarrillos industriales. Descubrí que el armado de cigarros es por mucho más sano y varonil. Además, fumás menos.

Ayer llené las preliminares de un subsidio estatal donde debía responder a qué género mi identidad se correspondía. El formulario incluía el algo así como "no sé". No dudé en apuntarme como varón aunque un "no sé" no hubiese quedado mal: me gustan mucho las plantas y los pájaros. Ser varón, además, hoy es una brecha negativa, una circunstancia que puede quitarte un subsidio o una beca, pero no sé mentir, a menos que la trama lo exija.

Soy varón y muy conservador.

Ayer también me ocupé de la gestión de salud de Equis (más que de Zeta: este es otro tema a atacar en breve), de las cuentas de ambos y sus vencimientos, como lo hago desde hace tres meses. Y ayer y antes de ayer descubrí que mis cuatro libros publicados en puntos geográficos distantes comienzan a ser pirateados en páginas dudosas.

En este mundo, en esta década, que te pirateen -que es lo que me importa- comienza a ser un éxito distinto del de la celebridad en vida o post mortem. En México, un amigo, no sé si exagerando, dijo de un libro mío que ya se trataba, en círculos muy pequeños, de un libro de culto. No estuvo mal, solo sé que esa escritura fue uno de los hechos más honestos que realicé en vida.

No sé qué santo es hoy. Debo averiguarlo. Y persignarme cuando llegue el momento de caminar hacia la ruta para viajar a Buenos Aires.

Si tengo la gracia de cruzarme con mi último ladrón, esta vez desarmado, mi destino será un hospital, la tumba o el presidio. Ya no estoy con paciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario