Hay dos frases que tiene mi viejo y que seguro no le pertenecen. Sin embargo sabe colocarlas lo que se dice bien cuando yo le hablo de X o de Y. Las dos frases son respuestas, definiciones de las personas a las que yo primero aludo, generalmente quejoso y molesto. La primera es "come salteado". La segunda, "pero de qué le sirvió, mirá dónde está".
No son intercambiables las respuestas de mi viejo, las frases que mi viejo dice. La primera se aplica a la gente mandaparte y mediopelo, en la Argentina está lleno de gente mandaparte y mediopelo que oculta como puede sus patologías evidentes, su soberbia, sus ganas de destacarse como Hitler cuando pintaba sus cositas, y que vive de las apariencias y que disimula la falta de un lugar, así sea un cuadradito de tierra, en donde pueda cómodamente caer muerta. Se trata de personas que ven en la falta de guita o en algún trastorno mental o en determinada carencia de aplomo y/o belleza algo lisa y llanamente oprobioso, tan oprobioso como el ostracismo, otra cosa que detestan, porque suponen haber nacido con condiciones únicas que las hacen únicas y distintas de la media, geniales, y que por ello el mundo debe darse cuenta.
La segunda –y más alargada— frase es para los que ya murieron y que algún tipo de felicidad material tuvieron en vida. Es ideal para fulanos que hicieron una fortuna o que transitaron el camino del mediopelo mandaparte hasta convertirse en el poronga titanesco de lo que se les ocurra (desde los negocios hasta la destreza musical, todas las opciones).
Consuelos que me da mi viejo, eso son esas frases, consuelos para cuando me le quejo de lo apretado que estoy (la guita es fundamental, joder) o de lo poco capaz que frecuentemente me siento para enfrentar ciertas cosas así de chiquitas.
(Capitán Vergas, esto se está volviendo el diario íntimo del travesti que llevo adentro).
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