24.6.25

Los días de junio

Recuerdo que hubo una película argentina con este título. Intuyo que mala.

Recuerdo que había un chiste en la secundaria a la que fui, donde "los días de junio" eran tiempos de pruebas, tiempos horribles donde te desaprobaban.

También aquí, en el sur del planeta, desde que tengo memoria, son los días de los primeros fríos de verdad.

Me aconsejan que no debo preguntar más "por qué". Que aquella formulación es mi forma de autoflagelarme, también mi inclinación natural desde que tengo memoria a no evitar mi propia temporada horrible de prueba y desaprobación de mí mismo y de lo que me rodea.

En estos días de junio alguien no termina de morir y duele. Duele mucho. Tortura.

En estos días de junio me llevé a dos de las personas que más quiero a las sierras y no paramos de trepar como caballos cimarrones o cabras. Lo que fuera. A mis instancias. Y ellos a sabiendas de que yo no podía parar.

En estos putos días de junio me castigo el físico para que duela un músculo y no mi adentro.

Y quiero matar a los obreros que trabajan por abajo, no sé si en la planta baja o en una casa vecina.

No me gusta últimamente mi trabajo.

No me gusto yo últimamente.

No me gusta escribir con adverbios.

No me gusta mi vida. 

Un médico me dice que es natural el proceso, que hay cuestiones externas que son inmanejables.

Mi terapeuta vuelve a la carga y me indica que no tengo mucha más salida que seguir provocando que el cuerpo me duela. La otra gran opción sería dedicarme a las drogas. Pero eso es caro, me mataría enseguida y no sería más que un camino corto, tan corto como el suicidio, que dejaría al único puñado de gente que me importa destrozada, y eso no sería justo.

La estética va de la mano de la ética. Siempre. 

Me piden con dulzura desde el teléfono que afloje, que sea yo, que me deje caer o que me relaje y disfrute. Lo dice alguien que supo verme con muy poco.

La entiendo.

Pero no es tan fácil.

En los días de junio, en estos días de junio, requiero de orden, disciplina y de cierto rigor de pabellón psiquiátrico o penitenciario, para evitar las ocasiones próximas de pecado.

Para no salir.

Para no buscar donde no debo. 

Para no escribir a quien no corresponde.

Cartas enviadas.

Conjuros contra brujerías que me realizaron. 

"Something Changed".

Pulp, eso suena ahora. 

Supongo que tiene algún sentido.

No lo sé.

Tal vez. 

Pero extraño demasiadas cosas.

Ojalá, tras la noche, llegue el día, y pueda confiar en tal cosa con mi espíritu enfermo y pesimista.

El resto es la canción de ahora. Y nada, la nada misma luego. 

I wrote the song two hours before we metI didn't know your name or what you looked like yetOh, I could have stayed at home and gone to bedI could have gone to see a film insteadYou might have changed your mind and seen your friendsLife could have been very different but thenSomething changed
Do you believe that there's someone up above?And does he have a timetable directing acts of love?Why did I write this song on that one day?Why did you touch my hand and softly say"Stop asking questions that don't matter anywayJust give us a kiss to celebrate here today"Something changed
When we woke up that morning we had no way of knowingThat in a matter of hours we'd change the way we were goingWhere would I be now, where would I be now if we'd never met?Would I be singing this song to someone else instead?I don't know but like you just saidSomething changed

 


 

9.6.25

30

Hoy es el primero de estos treinta días de duelo donde -quitando fines de semana u obligaciones impostergables- revolví no trabajar y (aun a cuenta del regreso de los antidepresivos) permití deprimirme, protegido por la compañía de I, mi hijo tal vez más dulce.

Me lo dicen mi terapeuta, mi psiquiatra, el chat gpt. Que ando con tres duelos superpuestos. El de la pérdida física de quien me trajo a este mundo, ni más ni menos. El de la proximidad de otro fin, el de mi padre, que yace bajo tortura divina postrado y con una sonda que le entra por la nariz y no se detiene hasta su estómago. Y el de mi cuerpo y mi psiquis, que perdieron el refugio que supieron agenciarse, no sin discusiones ni problemas, pero que era, al fin y al cabo, el único refugio posible, adulto y humano, puesto que los hijos pueden armar algún otro tipo de contención, pero siempre son hijos, y otras mujeres pueden abrazarme pero lo que hay suele ser solo abrazo y no ese otro sustantivo. Refugio. Búnker antibombas nucleares. Agujero donde esconderme. Protección donde sé que no me impacta ninguna esquirla. Etcétera.

Hoy es el primero y espero que el último día donde resuelvo no trabajar y me permito la depresión que silencio hasta con un novedoso psicotrópico de ultimísima generación cuya contraindicación principal es el suicidio.

Extraño demasiado a mi madre, pero no puedo empeorar todavía más las cosas. Se viene la muerte de mi padre y antes todavía se debe soportar toda la impiedad de este Dios que sí existe y que nos odia, o que por lo menos me odia a mí (tal vez a vos, papá, las cosas te impresionen de otro modo; tal vez le veas algún sentido a todo, incluso a Dios y a tu presidio dentro de esos huesos que no funcionan, no lo sé).

Como sea, no puedo ni debo abrirle un nuevo canal a la desgracia. Ya sabemos, al menos mi cabeza y yo, que a nada bueno nos dirigimos cada vez que nos ponemos mínimamente de acuerdo, sin considerar otras razones como las del corazón o las del cuerpo.

Me han dicho que debo creer que existe la piedad. La divina y la humana.

No puedo, ojalá fuera posible.

Me han hasta propuesto un retiro cuando se desconoce que ya el mero ingreso a una iglesia se me torna insostenible.

Hoy no creí que ya fuera junio, que ya todo este frío, hoy me sentí como todas las mañanas aterrado, dentro de una iglesia. Y no creo ni caigo aún que ella ya está enterrada, que realizó su última expiración un mes atrás, cuando todavía había un clima primaveral. No lo creo ahora mismo que sea este mes. Ni tampoco me quedan muchas razones para creer en nada.

Ni tampoco entiendo para qué escribo esto.

O sí, lo sé.

Lo hago para no lastimarme, para no tajearme un brazo, para no buscarme problemas.

Me dicen que tiene algún sentido vivir.

Puede ser.

Los hijos.

Pero ellos deben hacer sus cosas, forjar sus destinos.

No son una propiedad y, en esa dirección, no cargan de significado ya absolutamente nada de mi existencia. Poseen la misma entidad que la cría recién nacida de un par de gatos.

Me gustaría ver qué hay del otro lado.

No solo no trabajar y deprimirme hoy. Me gustaría estar muerto. Para comprobar que hay otra vida y que allá estás bien vos y que allá también lo estará ese pobre hombre que yace postrado a la espera de un final que nunca jamás llega.

Me gustaría estar muerto, sí, para encontrar un refugio real y definitivo.

También eso.

19.5.25

No sé

Dice M que te soñó. Que estaba el resto de mis hijos, sus hermanos, todos en el depto de Flores, y que vos explicabas cuestiones de la oxigenación, de cómo te habías marchado, y que me lo explicabas a mí o eso creí entender, porque era yo el que pedía explicaciones: ma, por qué te fuiste, por qué. M te pidió en el sueño que lo visitaras una vez a la semana. M me contó que dijo que vos por lo bajo, como solías hacer cuando se trataba de un asunto reservado, me contó M, escribía, que vos en el sueño por lo bajo le dijiste que sí, que lo harías, y él te preguntó por el abuelo, ese hombrecito reducido a sus ojos que todavía ahí está preocupándonos a todos. Según M, en el sueño, vos le decías que siempre estarías con él. Luego M contó que su sueño terminó en un local donde él se probaba unos anteojos de sol. Y yo le pedí al cielo que él también se vaya con vos, que seguro esa es su voluntad y no esta que no es suya de seguir encerrado en un cuerpo que ya no le responde.

Hoy te extrañé palmo a palmo, en el tren, en el subte, caminando por Varela, de regreso a Retiro haciendo el camino a la inversa. Hoy creí que ibas a mi lado cuando bajé del tren y pasé los molinetes ahí en la estación, y me dije estás loco, Javier, ella no está, no está más, se murió, y lo dije con signos de exclamación y la mañana estaba gris y sucia y me costó adivinar la punta del Kavanagh.

Y desde cuándo no estás.

Cada vez que recuerdo tu caricia medio deshilachada, la última, sobre mi pelo, ahí en la cama, cada vez que recuerdo también tu ojo izquierdo guiñándome, porque te dabas cuenta de que soy un cagón, de que siempre fui un cagón, cada vez que recuerdo eso me hago chiquito, se me va el lenguaje, me queda sólo este ahogo que no termina de ser un llanto porque temo llorar solo, porque no quiero hacerlo, porque si lo hago sé que voy a terminar arrodillado en el baño, descompuesto, con arcadas, y no, yo no sé si viste todas las cosas que pasaron y pasan alrededor, todas las que me pasaron, hasta apareció la culpable de tu caída a pedir dinero que no le corresponde, y quisiera que lances un rayo, que seas como para mí eras cuando yo tenía dos o tres años, y que me defiendas, o que entres a los gritos como cuando la profesora de inglés en primer grado no me dejó ir al baño y me pishé encima, y que le digas todo lo hija de puta que era por no permitir mear a una criatura.

No se puede volver el tiempo atrás y ese es un lugar común, como también es un lugar común quejarse del tiempo, de las cronologías, pero me importa muy poco el estilo, tres carajos me importa y sabés que cuando estoy enojado estos súper triste, ma, y hago tiempo entre mis ejercicios antilocura para no enloquecer, y me preparo el cuarto de quetiapina para lo mismo y el vaso con agua para todos los casos, y hago más tiempo, otro tipo de tiempo o el mismo tiempo que todo lo mata, antes de regresar a terapia, donde haré todo lo improbablemente posible para llorar porque nunca me sentí tan solo pero no es tu culpa, esa es la biología y supongo que fue lo que mejor te podía pasar, con la suerte tan echada en tu contra.

No sé vivir. Y a veces, hoy, perdoname, quisiera estar muerto, irme a otro plano. Volver a estar con vos y olvidarme de toda esta mierda.

18.5.25

Cómo seguir

Me quedé con una de tus fotos sonriendo. Me la traje en un bolso con otras cosas. La casa. Despacio te prometo que la pondré en condiciones para cuando vuelva el hombre de los ojitos que cada vez se abren menos. Por acá las cosas van como suelen ir en este plano. Siempre hay un pero, sin embargo no me puedo quejar de los chicos. Ayer llevó L la guitarra, con B y mientras M miraba y lo acariciaba, le cantamos desde Luna Tucumana hasta La Distancia. Abrió un ojo cuando vino cada uno de ellos. Abrió otro, pero menos, cuando aparecí yo. S, que está desde hace dos días, estaba resignada. Le entró, con la lluvia, agua a su casa. No le pasaba desde 2013 o 2014, dijo, aquellos años que vos ya sabés, toda aquella parva de tiempo que es mejor dejar en el olvido. Le pregunté a B cómo fue verte ir. Le dije que nunca vi a nadie irse así tan de cerca, sino de un poco más lejos. B me dijo que es como ver a alguien que sostiene una garrafa y hace fuerza, hasta que no puede más y deja todo aquel peso que caiga contra el suelo, y ahí también es que va a parar quien hasta hacía segundos lo sostenía todo. Como un derrumbe, más le dije que le pregunté. Algo así, me dijo. Como un corte de luz. B no intentó mayores descripciones. No, dijo, como un corte de luz no. Es otra cosa.

Sabés que trato de escribir, de matar el tiempo, porque no es hora de bajar la guardia, porque está él aún, ahí, y están los chicos, lo sé, lo sé, pero ya no son chicos, ma, ya están grandes. ¿En qué momento resolví llamarte ma o mami y no mamá? Porque eso fue de chico y sé que no derivó de una imposición de tu parte.

Anoche con I encontramos un dispositivo de esos que no se encuentran más, un pasador portátil de diapositivas. Le dije guardalo, escondelo, ya cuando sea el tiempo de hallar las diapositivas de Salta, Jujuy, Bolivia y Perú, lo vamos a necesitar. El otro, el grande, creo que está en la baulera.

Qué se extraña, además de tu última caricia medio descoordinada sobre mi pelo. Qué si ya la cabeza te iba y venía, si los últimos años fueron una lucha continua entre vos y yo para ver cómo se lo cuidaba a él, si siempre por debajo me mandabas que ahí hacía falta un hombre. En la casa. Y lógico, que fuera yo. Qué se extraña. Te juro que todavía no lo quiero ni ver. Ya sabés, no puedo cancherear con los estados de ánimo. Pero supongo que se extraña aquello que ya no me podías dar los últimos años. Una palabra, un consejo, algún tipo de sosiego. Sí ahora mismo te digo extraño cuando te creías mis chistes, cuando como una criatura entrabas en cualquier barbaridad que te inventaba, era mi forma de hacer contacto. También me acuerdo cuando te conté lo que me pasó en octubre y que lo había callado. Temí que te murieras por mi culpa.

Carajo, estos días son los del inicio de otra historia y de otra vida, no entiendo muy bien ya de qué se trata nada. Se supone que a cierta edad uno debe tener todo más o menos en orden, digerido. Pero no. Mi cuerpo no es el del chico que andaba en bici por toda la manzana, no es tampoco el que vestías de escolar para ir al jardín ahí en Sucre, pero mi psiquis es más bien eso y, a la vez, anda aterrada por todos los hechos sucedidos que mira desde el pasado con el disfraz de un hombre grande. Allá en el pasado algunas cosas las llegué a imaginar, la muerte, por ejemplo. Pero no tantos puntos de giro, no tanto dolor y tanta sorpresa y justicia poética de vez en cuando y que, a la larga, no le reporta a nadie. El dolor de acá, de ahora, se resume en lo que acabo de escribir, sí. En mi psiquis de tres o cuatro años aterrada en el pasado por todos los hechos que le pasarán al hombre grande que todavía no soy ahí, en el barrio de Belgrano, pero que ya soy acá, disfrazado de una forma ridícula con esta cara y estas facciones, apurando esto que ya no sé para dónde se disparará y sólo sabiendo que tengo que terminar de escribir para tomar un mate y hacer de cuenta de que hoy comí, aunque la verdad es que no me pasaron más que dos galletas de agua, de esas sin sal, que ya sabés, son las que como, si las como.

Cómo seguir. No lo sé. ¿Alguien lo sabe? Supongo que no. Vos quedate tranquila que B hoy estuvo conmigo. Fuimos al chino. Fuimos a buscar unas zapatillas pero estaba todo cerrado. Volvimos. Le preparé de comer. Y en un rato viene I en auto, a buscarlo. Para cuando venga y se lo lleve prometo dormirme pronto. De verdad. Te quiero mucho, te lo dije, tuve suerte en eso. Igual tengo unas ganas de putear que no te las puedo describir.

15.5.25

Mensajes

Una chaqueña que una vez les pegó el covid a los viejos me escribe por whatsapp. Su imagen es un crespón negro que reza "la familia está de luto". Una paraguaya hace lo propio, recordándome que era "la paraguaya". Las dos se enteraron vaya Dios a saber por quién de las noticias. A la segunda le contesto que no puedo contestar, que me quedé sin palabras. A la primera la elimino. No fueron grandes personas ni grandes cuidadoras ni un carajo. Nada tengo contra ellas pero no por guaraníes o excluidas de ciertos derechos básicos como la educación o la salud debo yo cargarme con aquellas faltas y todavía sentir culpa y responder con elegancia. También llamó una prima de mi madre, que su marido andaba con presión alta, que le sangraba la nariz, que ella no sabía manejar y que cómo iría al sepelio que quedaba tan lejos si un uber le saldría algo así como cien mil pesos. Traté de buscarle alguna solución antes que pegar un grito, me prometió mi hermana que lo haría, se ve que no tuvo éxito. Y antes y después estuve y estoy metido dentro de una novela, no de la vida, donde actúo en función de lo que más o menos se debe o no hacer, y cuando descubro que soy una cáscara vacía tengo ganas de matar a la imbécil que me dijo cómo procesar el duelo, la otra que me indicó a quién abrazar y cuándo y la otra que procuró mear como un perro el territorio para dejar bien en claro que si Javier tuvo una mujer esa fue solamente ella. Extraño los días donde todavía apenas había la noción de la muerte, días muy tempranos, en Cramer entre Juramento y Echeverría, primero F, un sábado cualquiera, entre los dos, en la cama, ellos aún dormidos, yo mirando cómo ingresaban o flotaban o lo que fuera, a través de la luz de las hendijas de la persiana, las partículas de polvo. Extraño ese tipo de contemplación que era parte de los sábados o los domingos de mi infancia y que se rompieron de inmediato un mediodía con un muerto en Echeverría y Cramer y paulatinamente con más muertes y enfermos de la familia, más exilio definitivo a Flores a cuidar de una abuela que cada vez pensaba menos, a la vez que hablaba día tras día más pavadas. Extrañé todo aquello como ahora mismo hace unos días, el día del entierro, tras el entierro, tratando de comer lo que me habían elegido para comer y solo deseando fumar un largo cigarrillo y beber hasta la inconciencia, sería por Villa Urquiza o más o menos, tras todas las lágrimas que se pudieron y que no fueron todas y pensando que aún me queda el hombrecito que todo lo dice a través de sus ojos, que cada hora se abren un poco menos. Extrañé decía todo aquello (que fue un pequeño lapso en esta existencia rara) y extrañé todavía más a mi mamá y a mi papá cuando un contrahecho, un subnormal, vestido de Mario o más bien de Luigi, pues vestía de verde, se colocó en una esquina (almorzábamos en la vereda) e inició la típica musiquita de Nintendo que bien le habría valido terminar en instrumento de tortura. No sé qué hacer. Desde entonces procuro trabajar, subirme a la bici, hablar con hijos, visitar al hombrecito que sólo se expresa por los ojos, evitar el cigarrillo con chicles de nicotina. Y no sé siquiera si está bien escribir sobre este dolor que es un asunto privado y que no me tiene a mí de centro, sino a la ausencia que se creó con la vejez de mi madre y que terminó por armar este agujero ahora que ya no está, que la vi por última vez, que ya no la vi más.