17.10.25

Un sueño

Supongo que los soñé. Cuando mis ojos se abrieron (puesto que no los abrí yo) conté con mis dedos los años que estuvieron solos, sin contar el noviazgo, y la cuenta me dio seis años.

En el sueño ellos eran un matrimonio sin hijos que transitaba aquel periodo estéril con mucha alegría y sensualidad.

En el sueño yo los miraba sin existir y me daba cuenta de que mi llegada a sus vidas en nada contribuiría a la de ellos, así me desearan desde un inicio.

Es más, me daba cuenta de que apenas tendría tiempo de conocer a mi madre. Que llegaría a la existencia de aquella mujer joven pero de ya más de treinta años, que fumaba, que tenía su profesión y su talento, y que no precisaba de la maternidad para existir.

Ok, no era yo ni en el sueño ni fuera de él un correo no deseado, un spam ni uno de esos llamados que se reiteran y uno no los atiende y antes los corta.

Ok también: un abuelo, el materno, en su lecho de muerte, me supo anunciar cual paloma al oído de una virgen judía.

Conozco asimismo la historia donde mis padres se hacen análisis para saber qué pasa con sus fertilidades.

Sé del "milagro", de mi concepción sin pecado.

Pero el sueño.

En el sueño ellos vivían despreocupados, leves, con gracia. Y el matrimonio católico era la máscara perfecta para que nadie los imputara de fornicarios ni cosas parecidas.

Mis ojos se abrieron cuando entiendo que pretendí decirles desde mi inexistencia que no se reprodujeran, que continuaran en aquel limbo, que mi llegada les alteraría absoluta y totalmente todo.

Lo sostengo ahora que lo escribo.

Valía más aquella felicidad sensual de los años sin primogénito que la vida del primogénito ahora mismo, aturdido, sin saber cómo se vive huérfano, frente a una pantalla, escribiendo estas cosas.

Valía más todo aquello sin pañales ni berridos.

(A veces, y este fue un caso concreto, el correo deseado tiende a ser una trampa).

16.10.25

Bank Leu

No debo beber más alcohol, ni siquiera cerveza. Me dificulta las mañanas.

Regresé de lo que fue mi hogar (desde la mitad de la infancia hasta que me fui de ahí) llevado por uno de mis hijos y, tras despedirnos, me dirigí al chino, donde sólo hay dos o tres chinas. Compré:

Huevos.

Queso sin sal.

Dos latas grandes de Brahma.

En la cocina metí en el horno berenjenas con tomate, ajo, otros condimentos, salsa de tomate, el mentado queso, y a todo le eché un huevo. Ínterin bebí las latas de cerveza, tomé mis narcóticos, los narcóticos se fundieron con el alcohol, se hicieron las 3 AM y me levanté convencido de que no podría dormirme en lo sucesivo.

No obstante lo logré.

Pero con pesadillas:

1) Me quedo sin dinero. 

2) Llega el día de la madre y ya no tengo madre.

3) Corro desnudo en un campo y a nadie le importa.

4) Otra vez me quedo sin dinero ni libros que me encargan para escribir como un fantasma...

Ya puedo meter un etcétera.

Me traje de lo que fue mi hogar dos cajas de diapositivas. Vi en una a mi padre haciéndose el gracioso más joven que lo que hoy soy yo, pero como yo hasta ahora mismo suelo hacerme el gracioso, aunque más feliz, él.

Papá entre una amiga y mi madre, los tres jóvenes, calculo que en una casa de Mar del Plata que jamás conocí y que perteneció a la familia. Punta Mogotes.

Mamá ríe bajando la cabeza y mira su Agfa que ya está en poder de mi hija.

Papá algo les dice a los dos torciendo la cara.

La amiga de mamá también sonríe, es alemana. Llegó, clase 1939 o 1940, tras la segunda guerra mundial de la región del Mosela.

Me traje esas dos cajas y por primera vez pensé en lo felices que aquellos ancianos que murieron este año harían el amor más de medio siglo atrás, noche tras noche, convencidos de que jamás podrían ser padres, puesto que aún no había llegado "el anunciado", "el primogénito", "el que debía hacer todas las cosas bien", "el que les falló".

Y también me traje un librito que, en verdad, es un brochure, pero tampoco eso. Se titula "Sobre leones y seres humanos", y tiene ya una falla, le ponen punto a este título, y en la portada hay un león macho con su melena peinada hacia atrás. Pero de lo que menos habla es del comportamiento que nos asocia con los leones.

Se trata de folletería comercial elegante, en resumidas cuentas, del Bank Leu, que ya no existe, que se fusionó creo que en la década de 1990, y que fue fundado en 1875. Datos anodinos. Que sobran.

Pero es que trato de buscar elementos que justifiquen este último hallazgo. De hecho, me traje este volumen pequeño, que creía haber perdido, creyendo que podría servirme y que, en tal caso, entrecruzaría con mi Diccionario de Símbolos de Chevalier y Gheerbrant, más aquel otro de la Biblia editado por Herder.

Trato de buscar conexiones para matar estos días donde me pongo triste. Estas mañanas de resaca, tras visitar tan seguido un lugar que es mi pasado y también el tren fantasma. Trato de vivir después de un año poco amigable.

Leo, y siento la frustración en cada palabra:

"Sobre el pasado, el presente y el futuro. Sobre el contacto humano y las conexiones globales. Sobre una percepción algo diferente en Banca Privada. Y sobre lo que usted puede esperar de nosotros. Bienvenido a Banca Privada. Bienvenido a Bank Leu".

Acaso lo más importante para contrastar con Chevalier y Gheerbrant sea esta frase cargada de algún adjetivo inútil:

"La irresistible atracción que ejerce el león sobre el hombre se ha venido manifestando de las más diversas formas. Allí donde se mire, los leones desempeñan papeles principales, ya sea como esfinge del Antiguo Egipto, simbolizado con cuerpo de león y cabeza humana, león alado veneciano de San Marcos -que sé por Carrère que era el secretario de Pedro-, símbolo de la ciudad de Zúrich (...). Quién sabe, quizás también le estamos poniendo en estos instantes sobre la pista del león; un nuevo y muy particular león del que está a punto de descubrir sus cualidades".

En la calle de Alcalá, recuerdo, se encuentra el edificio del Banco de España, y hay leones. Y también por ahí cerca el carro de Cibeles es tirado por dos leones.

Agrego: en muchas casas de Ingeniero Maschwitz (o, a lo menos, en una que ya tiraron abajo), disponer leones de material a la entrada de la propiedad suponía cierto prestigio.

Mi padre era de Leo. Pero es una coincidencia inútil.

Mi padre no devoró a sus cachorros para mantener en celo a mi madre. Tampoco la rechazó cuando ya estuvo estéril.

De chico miraba la serie Daktari, donde acaso el protagonista que más recuerdo es Clarence, el león bizco. Por ese defecto, mi vaga memoria lo hace un medio león, un león incompleto.

(En la medida en que crecí y fui sacando malas notas en el boletín de expectativas que armaron mis padres desde que nací, cada vez me sentí más Clarence, o dicho mejor, más poco hombre, ser humano a medias, bípedo con fallas de origen. Pero este mi yeite freudiano, uno de mis traumas, y no debo cargarlos a ellos, los difuntos, con todo; el pasado debe ser prendido fuego, y el fuego servir de perdón de cualquier daño que haya sido olvidado en un rincón de mi cabeza. Debo barrer con todo, es lo único que sé). 

En cuanto a "Leu", según veo en mi pobre investigación, leo que sí, que significa "león", pero en rumano (debería manejar idiomas) y, al parecer, es la moneda de Moldavia. Luego, sólo hay un tal Johann Jakob Leu (1689-1768), quien, en 1755, inició su actividad como banquero, "con un capital de 100.000 guiden -si leo mal, es mi presbicia-, donado por el Estado".

De nada me sirve todo esto.

Como de nada beber alcohol.

Apenas todo me recuerda a un lugar común que supe decir sobre estos últimos cinco años referidos a mi padre:

Que era un león herido. 

Un león enfermo, peor que bizco.

Un animal feroz al que le habían arrancado las garras y los colmillos. 

(Lo de mi madre fue distinto, partió en muy pocos días, en demasiados pocos días).

Sin embargo, ni escribir de una sentada estas cosas me sustrae del desánimo.

Hay un león, hay diapositivas, hay dos ancianos que fueron jóvenes y desnudos se amaban. Y existe un milagro, el primogénito, un Cristo que hará todo al revés. Que cegará a los que ven, que postrará a los que caminan y que hará más putas a las putas.

Hay todo eso y la certidumbre de estar metido dentro de una vida equivocada.

14.10.25

Leones

Terminé El Adversario, de EC, quedará como el libro que leía mientras mi padre partía de este mundo. Este no debe ser un diario. Y no debo hablar de la muerte, que es un hecho privadísimo.

Un seguidor que no conozco y que supongo que puede ser mujer (y su nombre apócrifo) me envió por una red social una reflexión sobre la necesidad de la muerte entre los leones: dijo más o menos que los leones se comen a sus crías para mantener en celo a sus hembras, a las vez que descartan a aquellas que se hacen viejas (y estériles, agrego yo).

Un amigo me habló de la muerte en términos de reciclaje. Sería esta última una idea ecológica del final de todos, donde con el último suspiro se inicia un proceso de cambio inexorable donde todo muta hasta que aquel que expiró por última vez es olvidado para siempre. Lo que vendría a ser muy bueno para que el futuro exista y se conserve, como el celo de la leona joven.

Me veo muchas veces como un personaje de Mario Levrero en una de sus novelas, creo, de su Trilogía involuntaria, ese que vive de rentas.

¿Viviré de rentas en el futuro?

¿Dejaré de escribir no sólo afantasmado sino también los libros que aún guardo en computadoras, nubes, cuadernos, y todo aquello otro que aún no salió y que necesito sacar?

¿A quién le importa, llegado un punto, que yo escriba o deje de escribir?

Alguien más que prefiero dejar en la reserva me envió un video con un monólogo de Diane Keaton, que murió este 11 de octubre de 2025, donde la actriz, en tren de escritora, se encuentra trabada porque la idea de la muerte la ha invadido y ya nada, con la omnipresencia de la noción de ser mortal, tiene un sentido.

Es lo que trabajo en terapia, puesto que sufro de esa falta de negación sana, y es muy cierto, sólo escribo cuando me olvido un poco del apremio que supone que tarde o temprano me he de morir.

(Otra persona me reclamó un libro. Yo robo libros. Jamás los devuelvo).

En la tv estoy colgado del cable, la Selección le gana a Puerto Rico 3 a 0. Un embole. Es el primer partido de la Selección que miro sin mi padre en vida.

Ha habido en este año un sinfín de cosas que he hecho sin ya mis padres en vida. Sin madre y sin padre. Y es un poco inclasificable mirar hacia arriba y ya no tener a nadie.

Me repito, creo. Tengo unos cinco, seis libros, sin que hayan visto la luz. Como embriones congelados, maltrechos, acaso no aptos para progresar dentro de un útero.

Esto no debe ser un diario.

Había encontrado en estos días de tirar libros y papeles y fotos un libro sobre el comportamiento de los leones. Creí guardarlo. Lo busqué antes de sentarme a escribir esto. No lo encontré.

La Selección sigue ganando. Un león se devora a sus crías. Una leona vieja es descartada en la sabana.

9.10.25

Vacío

No tengo dónde escribir esto. Podría ser un Word de la computadora que fue de mis padres y que funciona en una versión vieja no paga. Pero no deseo guardar en discos rígidos este tipo de cosas y tampoco espero hacer de esto un ejercicio de estilismo y literatura. Menos en tiempos donde la literatura se ha vuelto un privilegio, un taller literario de "aprenda a escribir" en tres sesiones con el escritor mainstream que consumen los ricachones de importantes ciudades, etcétera. En menos de cinco meses se me fueron mis padres y hace once, mientras esto escribo en lo que pareciera un diario, aunque no deseo que lo sea, y hace once meses, decía, un infarto con suerte me quitó el tabaco y me instaló remedios, ejercicios diarios.

Muchas veces desde muy chico temí esta hora. Era mi infierno más temido. Supe de la muerte junto con mis dos primeras palabras, "mamá", "papá", pero no supe de la muerte como un adulto, la registré a mis dos o tres años como la desintegración, que por entonces naturalmente carecía de una palabra para definir aquella sensación de que todo desapareciera frente a la falta de alguno de ellos dos, y también de mi hermana, aunque en menor medida. Y no sólo era en sí la muerte. Era el no cumplir con un horario de regreso. Mis dos padres debían trabajar. Mi mamá nunca fue puntual. Anunciaba en tiempos donde ni línea fija teníamos, y lo hacía por la mañana, antes de que me buscara el micro escolar, que estaría en casa a las 7 de la tarde, pero siempre sucedía lo mismo, se hacían las 7, las 7.30, habían ya dejado de pasar El Zorro y El Chavo y debía la nodriza de turno bajarme a la avenida para que mi llanto me ahogara menos. Todo dejaba de existir. Quedaban solo las imágenes borrosas de la avenida y mi falta de aire, hasta que llegaba mi mamá llena de culpas, tras estacionar el auto, con chicles, caramelos, autitos de colección.

Esta vez con sus muertes lloré. Pero no fue lo mismo que cuando chico. Lloré. Punto. Luego, vacío. No un pozo. Vacío. Hay una parte de mí que escapó y hay otra que escapa aún con el cuerpo en todos los órdenes, desde los más sanos a los más perniciosos. Una vez tuve una depresión crónica. Salí de ella con pastas, pero por sobre todo con el cuerpo. Y entonces me levanto, hago mis cuentas, trabajo, tres veces por semana voy al depto que dejaron ellos, el tren fantasma, la máquina del tiempo, llámenlo como quieran, espero tasadores, limpio, ordeno, tiro, me aplasto y regreso o me desvío y luego regreso a casa y al día siguiente 20 kilómetros de bicicleta más calistenia más el placer compartido que mejor me venga para no regresar a la avenida a esperar a mi madre, que esta vez no llegará, como tampoco luego mi padre.

Ayer encontré un par de cartas privadas, de ella a él. Le hacía reclamos en el nombre del amor. No las leí, las recorrí de forma lateral. Creí que me iba a desmayar. Las dejé ahí. Tal vez mañana las rompa. Son cartas privadas de dos que fueron como yo pero acaso más monógamos, son cartas privadas donde se dicen cosas privadas, esos asuntos de los cuales los hijos quedan al margen, porque se habla hasta de sexo. Mañana debo volver. No me lea quien pretenda leerme. No hay mucho de bueno que leer por aquí.

19.9.25

Democracia + Sin nombre + etc.

Estoy desarmando un libro (acaso para armar otro) que supo ser finalista de algo y (a la vez) mezclándolo con textos que en medio de uno de los peores momentos de mi vida salen cuando tienen ganas, entre medio de otros que son una rotunda bosta y quedan destruidos o atascados en el escritorio de la pc.

Por el momento, y espero que siga así, los dos primeros se encuentran en este link de la revista Polvo. Uno cada sesenta días es mi objetivo.

Nada es casual. Ni los polvos bio-eventuales que procuran no eludir la quincena de distancia y con los que se obtura este presente umbrío, ni el nombre de la revista. Todo se alivia con una mujer y un polvo, aunque nunca nada cambie. (Por lo menos por ahora).