20.3.21

20 de marzo

Hoy vacunan a Zeta. Mañana a Equis. Deberé otra vez viajar en colectivos donde la gente se come los mocos. Le dije a Zeta que a los gerontes les renacen muelas y colmillos tras la Sputnik pero en lugares errados. Ella dudó hasta que al final creo que sospechó que se trataba de una broma. Amo a esa mujer. Amo también a Equis.

Equis, hace unos días, me dio un like a una cita de Houellebecq, a quien nadie ha leído bien, menos yo. Equis tiene 80 años, es ultramontano, y está bien que sea ultramontano, miserables hijos de una gran esfera galáctica compuesta por un enorme sorete. Se indignaría (Equis) como yo de ver el video que me mandó un amigo de un otrora monseñor ya fallecido y tan homosexual, cuando el monseñor condenaba a los homosexuales siendo él, insisto, tan homosexual. (A propósito, conozco a varios homosexuales que trabajaron de homofóbicos antes de salir del closet, son los peores, elúdanlos).

La cita que Equis me laikeó reza:

En un sentido más general, el movimiento favorable a la liberación de las costumbres contó con éxitos importantes en 1974. El 20 de marzo se inauguró en París el primer club Vitatop, que tuvo un papel pionero en el ámbito de la forma física y el culto al cuerpo. El 5 de julio se adoptó la ley sobre la mayoría de edad civil a los dieciocho años, el 11 la del divorcio por consentimiento mutuo; el adulterio desapareció del Código Penal. Finalmente, el 28 de noviembre se aprobó la ley Veil que autorizaba el aborto, gracias al apoyo de la izquierda y tras un debate tumultuoso que la mayor parte de los comentaristas calificaron de «histórico». La antropología cristiana, mayoritaria durante mucho tiempo en los países occidentales, concedía una ilimitada importancia a la vida humana, desde la concepción hasta la muerte; esta importancia se relaciona con el hecho de que los cristianos creen que en el interior del cuerpo humano hay un alma, en principio inmortal, y destinada a reunirse finalmente con Dios. En los siglos XIX y XX , gracias a los avances de la biología, se desarrolló poco a poco una antropología materialista, basada en presupuestos radicalmente distintos y de recomendaciones éticas mucho más modestas. Por una parte al feto, pequeño amasijo de células en estado de diferenciación progresiva, no se le atribuía existencia individual autónoma hasta que no reuniese un cierto consenso social (ausencia de taras genéticas que la anularan, acuerdo de los padres). Por otra parte el anciano, amasijo de órganos en estado de continuo desmembramiento, sólo podía valerse de su derecho a sobrevivir a condición de una coordinación suficiente de sus funciones orgánicas: se introdujo el concepto de dignidad humana. Los problemas éticos planteados por las edades extremas de la vida (el aborto y, algunos años más tarde, la eutanasia) constituyeron desde entonces factores de oposición insuperables entre dos visiones del mundo, dos antropologías radicalmente opuestas en el fondo.

El agnosticismo por principio de la República Francesa facilitó el triunfo hipócrita, progresivo y hasta ligeramente insidioso de la antropología materialista. Los problemas de valores de la vida humana, de los que nunca se hablaba abiertamente, siguieron dando vueltas en todas las cabezas; se puede afirmar sin la menor duda que en parte contribuyeron, en el curso de las últimas décadas de la civilización occidental, al establecimiento de un clima general depresivo e incluso masoquista.

Releo a Houellebecq, toda su obra, por una cuestión de trabajo y también de placer. (Es eso o tener ganas de asesinar a Pedro Mairal). Como alguna vez releí a De Quincey. O como tengo pensado seguir releyendo a Onetti.

Luego, pueden irse todas a la mismísima mierda, que es el temor que le tienen a la muerte y es también el artificio que se fabrican para ficcionalizar que la eluden, día tras día, para no suicidarse. Están condenados. Desconocen el poder de un coñac vencido, la felicidad que obsequia.

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