11.3.21

11 de marzo

Creo que ya escribí que tengo nuevo celular regalado/prestado con el cristal algo roto, pero que zafa. Prácticamente lo empleo para leer libros bajados gratis de sitios donde alguna vez a cualquier escritor de verdad le gustaría estar. Que te busquen gratis, más allá de la pérdida de regalías, habla muy bien de un autor. No se transforma en epub a cualquiera.

Dejé de lado la expectativa de reencontrarme con aquella cajera de súper. Si no está, no está. Las conjeturas acerca de ella son varias. Algunas arrojé al voleo aquí. Fueron un simple pasatiempo.

Dejé también de lado un borrador inútil, inservible, irrecuperable, y me dediqué a la relectura de obras de Houellebecq en una breve pausa de otra relectura de ciertas novelas de Onetti con el fin práctico de acabar aquello que inicié por 2013, supongo, y que se inició en un cuaderno de tapas rojas que conservo, siguió en una revista cultural y continuó en un libro de una editorial de dudosa factura. A propósito de lo anterior, puedo sentirme aliviado por cuatro de mis libros, Tulipanes para Zamudio (que fue impreso en España sin que a nadie llamara pidiendo por favor tapas blandas) y Bonito / Yo soy aquel (que tras una autopublicación de emergencia, estaba a punto de perder la cabeza y creía que terminaría muerto, seis años después ganó un concurso y me permitió viajar a México y dormir en una cama king size en un cuatro estrellas de Tijuana). Los otros dos libros permanecen inéditos: uno fue el finalista de un certamen hace poco, el otro creo que está a la altura de Tulipanes o acaso un poco más arriba (todavía precisa de muchos ajustes, correcciones y reescrituras). Quedan dos libros más fuera de la lista, de los que a uno lo dejo en el infierno por meloso y sentimental, y al otro en un género que cruza lo testimonial con la ficción y que accedí a publicar por una necesidad de dejar registrada mi vida en el lapso en que perdí la cabeza. Luego hay alguna otra cosa, pero demasiado verde para decir que ya está.

Gran error acaso cometí más de diez años atrás cuando me ofrecieron codearme con la miel de la literatura porteña, tras la noticia de que a este loco lo publicaban en Europa. Pero no sé fingir ni celebrar chistes que no me hacen gracia.

Hace mucho tiempo, también, que pienso en una editorial decente, donde no se le exija al autor que pague medio peso, sino que envíe una obra de calidad, más bien breve, por una cuestión de tiempo, pero de calidad. No creo en las excusas de muchos editores que, por ser "independientes", solo especulan con cobrar en función de la neurosis que la mayoría de aspirantes a escritor sufren por publicar, por ser célebres por un rato.

Así como un asesinato posee tres móviles clásicos (el dinero, el sexo, La Maldad), la escritura cuenta con una tríada parecida (el dinero, el sexo y la venganza o el registro de lo vivido, así luego digan que se trata de ficción: nada es ficción, todo tiene su raíz en la realidad y en lo autobiográfico, así se escriba de alienígenas de múltiples vergas).

Para organizar a esa editorial requiero de almas nobles que se integren al equipo: un diseñador de epubs (no pretendo entrar en mayores gastos) y de un sitio, así sea blog, decoroso; un comercial que sepa cómo vender y prensear esos libros, un lector que me haga de filtro. Los ingresos por ventas, tras contratos pequeños y claros, quedarían en manos de ese grupo por un tiempo muy acotado, entre uno y dos años, y dejando en libertad a los autores para que prueben circular la misma obra por otras vías y otros formatos.

No se trata de un trabajo para hacerse millonario ni tan siquiera para llegar a fin de mes. Tampoco de una excusa para autopublicarse. Sino para formar un catálogo serio, pequeño, que cierto día posea un valor, un valor concreto.

Se trata de un pequeño sueño que postergo pero que siento que vez a vez más se me acerca. Porque sé lo difícil que es arrojar esas botellas al mar que son los libros y sé también, como dijera Feliciano Ortego, lo viles que suelen ser los editores independientes, salvando, valga el lugar común, honrosas excepciones.

Alguna vez logramos algo así con la revista de literatura y artes marciales Hermanocerdo. Todo era amor al arte. De esa revista luego surgieron grandes escritores, muchos consagrados. Nos faltó en esos tiempos ya lejanos pensar en un catálogo, en transformar a la caza de nuevas voces en una pequeña editorial.

Supongo que mientras me quede vida nada está perdido. Solo es necesario encontrar a otros dos que más o menos piensen como yo. A otros dos o a otros tres, vaya a saberse.

En esta hipótesis de trabajo, los libros a publicar, escasos por año, tendrían un solo móvil, o dos, quitado el factor dinerario del medio.

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