29.10.23

Dos libros gratis editados por Pinos Alados, México


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1.6.23

De la serie "Conversaciones con mi hijo mayor", "El Dante me persigue"

1
 
(Pero el toro se muere despacio porque se muere peleando).
En parte sí.
Lo gastan.
Lo enojan.
Lo desangran.
Le mueven el capote y la muleta.
Y cuando está muy débil, cae.
Tiembla.
Convulsiona.
Y lo degüellan.
Esa parte es lenta.
Luego, con mulas lo sacan de la pista.
A la par que el torero se florea.
Y el toro va al desolladero, al que ves al salir de la pista a través de grandes vidrios: ya colgado el toro, despellejado. Entonces su sangre corre por el piso y olés la sangre y la pisás.
 
2
 
La sangre del toro.
Huele como a los puros que en la corrida fuman los espectadores.
Es todo dantesco y muy profundo a la vez.
Un ritual de muerte y estética.
Y una representación del cosmos.
A veces somos toros.
Otras, toreros.
El bien y el mal se mezclan.
El torero puede morir.
Pero el toro de lidia siempre muere.
Por una ficción: aquel trapo rojo.

3
 
Nada sé de tauromaquia. Pero vos sabés. Ya lo hizo Teseo. Y dios y el diablo tienden a ser toreros, a quienes con frecuencia imitamos, cuando no somos aquellos toros, aquellos tristes toros de lidia.
Una lección: no ser toro de lidia en la vida.
Supongo.
O no dejarse llevar por ilusiones ni por trapos rojos.
Yo soy toro de lidia y, a veces, sólo a veces, le doy al torero.
 
4
 
Tauro.
Hitler.
Vida o muerte.
El toro.
Su simbología.
El torero no existe si no hay toro.
Y no hay Teseo sin Minotauro.
Ni Hitler sin enemigos que se inventa y carga.
El toro está entre vida y muerte, pero yo no ando en esas, sino antes entre Eros y Tánatos, que es casi lo mismo.
 
5
 
En Las Ventas podés entender al universo y a la humanidad.
Y odiarlo todo.
O dejarte llevar y beber cerveza y fumar, que fue lo que hice. Para procurarme cierta catarsis. Porque la plaza de toros, como todo ritual, es una imitación de la dinámica humana y del universo.
Ni más ni menos.
 
6
 
Si me preguntás, solo frente al Dante o al Palacio Salvo (o en Las Ventas) pude relajar y tensarme a la vez. Luego fui un fantasma que miraba todo a través de su tristeza.
En aquellos otros escenarios mi tristeza infernal estaba fuera.
Ya escribiré algo cuando pueda
 
7
 
El Retiro es tan grande como Hyde Park, o como se escriba. No es fácil encontrar nada sin internet. Menos ahí.

8

Al toro, desde un caballo, a modo de lancero, un hombre con la pica le abre el cuero por el cogote -que ha de tener otro nombre-, para que le entre más tarde la eventual espada, que la cabeza le quede gacha y comience a desangrarse.
El cuero del toro es duro.
Al último torero le rebotaron tres espadas a pesar del picador; la última cayó en las gradas y casi mata a un hombre que fumaba un puro.
 
9
 
Los banderilleros lo desangran también. Creo que ya te lo he dicho.
No solamente es que el animal se cansa por su furia. Lo hacen cansar y enfurecer, ambas dos.
Los banderilleros tienen una misión casi suicida, clavarle de a dos banderillas por vez.
Lo desangran.
Lo cansan.
Lo vuelven loco.
(Como lo hace dios con nosotros).
(Como lo hace el diablo).
(Como lo ha hecho este día mi hermana).
(Como lo cometió la manchega en Madrid los días que me alojé en su casa).
Hasta que en un momento -el toro- se derrumba, después de que le clavan la espada, o a veces sin que se la claven siquiera.
 
10
 
Enseguida se acerca el mismo torero con un puñal, la puntilla, para degollarlo y darle el corte final a la agonía.
Dicen que aquello es una variante de la piedad.
Yo mejor le llamaría "eutanasia taurina".
Como sea, hasta que no lo degüellan, el toro convulsiona, los ojos abiertos, la lengua a un costado.
Ves a un animal de 600 kilos de ese modo y es ver también la muerte de un dios o de un demonio, y ves aquel borde de la vida y ese final que es la muerte y que todos aplauden.
(También festejaron en la corrida al torero que casi muere por una cornada y que luego continuó su faena. Diego de Manuel o cosa por el estilo se llamaba, veintidós, veintitrés años).
 
11
 
Pero parece que nadie quedó a gusto.
Sin embargo.
(Escuché hablar de mejores toros en Sevilla).
Al cabo de las seis corridas (que sumaron ocho porque dos toros, por malos, fueron desechados), los espectadores tiraron sus cojines a la pista.
 
12
 
Una corrida de toros es como un caleidoscopio metafísico, alegórico e infernal.
Una forma de nuestras pasiones, de las altas y las bajas.
De absolutamente todo.
(Y además, lo sabés mejor que yo, no es algo que nació en España y no tiene que ver solamente con matar al toro, si bien está esa cueva ahí en España, creo que no sé si por Benalmádena, ahí donde pervive un toro pintado imagino que no como un dios, sino como una bestia a ser cazada).
(Y está también el circo romano, donde jugaban al mundo y sus leyes los romanos con cristianos y leones).
(Y en América, los sacrificios humanos).
(Podríamos seguir una eternidad con tales enumeraciones).
 
13
 
Andan los dioses y los demonios sueltos, todos los dioses y los demonios sueltos. Y los que fuman puros:
Unos disfrutan cómodamente sobre sus cojines mirando el espectáculo, y toman fotos y cerveza, gritando, de vez en vez, olé.
Mientras que los otros leen un poco al universo.
De eso tal vez sirva una corrida. Amén de para matar toros.
Seis toros, descontando a los otros dos "malos".
Un número imperfecto que, triplicado, es el número de la bestia.

14

En el Retiro, la puerta más cercana que tenía de donde me alojaba en lo de la manchega era la Puerta de Dante.
Tulipanes para Zamudio, si no me equivoco, inicia con un texto que se llama "Barolo", por aquel edificio, el Palacio Barolo, sobre Avenida de Mayo.
Construido por Mario Palanti, un arquitecto que quería traer los  restos del Dante desde Ravenna, Italia.
Nunca pudo.
Después cruzó el río y construyó el Palacio Salvo, en Montevideo. Que es una adaptación del Barolo.
Palanti, al edificarlo del otro lado del Río de la Plata, tuvo el mismo cometido.
Volvió a fracasar.
 
15
 
Cuando salí a caminar por la 18 de Julio sin dormir, tras viajar doce horas en avión y estar doce horas de espera en Barajas -la manchega me echó de la casa-, me volví a cruzar con el Dante, esta vez en Montevideo; allí hay una estatua.
Luego, seguí avanzando y llegué al Palacio Salvo.
Creo en las coincidencias, o en las casualidades significativas.
Así como en Dominicana una mujer morena me leyó por dentro, ahora el escenario se exteriorizó, manifestó lo que siento y resultó todo un espectáculo dantesco.
De una orilla y de otra del Atlántico.
Ya te conté la historia mil veces (y si la historia no es cierta, la soñé):
Mario Palanti, después de hacer el Palacio Salvo, se marchó a Italia y trabajó a las órdenes del Duce. Se hizo fascista.
Pertenecía a una logia, la logia de la Fede Santa. Y si me equivoco me importa un culo.
Palanti creía que el Dante había sido el inaugurador de tal logia.
Hay muchas pinturas del Dante donde está vestido como franciscano. 
 
16
 
Te escribo y me suenan los Sparklehorse, inspirados en "Noche oscura del alma", de San Juan de la Cruz.
El que canta es David Lynch.
El líder de aquella banda se suicidó hace ya mucho tiempo.
 
17
 
(Diecisiete es "la desgracia").
No sé.
El primer día que llegué fui al Retiro y entré por la Puerta del Dante. Y los caminos me llevaron a la estatua del ángel caído, el diablo.
¿Por qué?
¿Casualidad?
No.
Ya escribiré algo de todo esto cuando pueda.
Creo que también ya te lo dije.
Aunque no lo sé.
Te paso la canción.
Advierto que es un poco siniestra.
 
18
 
(Dieciocho es "la sangre").


11.1.22

Un texto anarquista censurado (y corregido), para mi amigo Pablo

Los cuadernos de Gillespie, marzo de 2020 (o por ahí)



“Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, Juan José Paso, Mariano Moreno. Elija y gane. Tres de los nueve son súbitos de Su Graciosa Majestad británica”.

Así podría ser llamado esto. O:

“Lo dicen los cuadernos de Gillespie”.

Podría luego seguir la historia con un plagio. Primero, un epígrafe robado a Yeats:

“So the Platonic Year

Whirls out new right and wrong,

Whirls in the old instead;

All men are dancers and their tread

Goes to the barbarous clangour of a gong”,

traducido domésticamente:

“Entonces el Año Platónico

Gira un nuevo bien y mal

Gira en el viejo lugar

Todos los hombres son bailarines y sus huellas

Van al bárbaro estruendo de un gong”.

Y a continuación escribir:

“Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios) y del consejero áulico Leibniz (que inventó la armonía preestablecida), he imaginado este argumento, que escribiré tal vez y que ya de algún modo me justifica, en las tardes inútiles”.

*

“Una Argentina crómatica y musical”, también podría llamarse esto, alteración de una frase de Julio Carlos González, quien, en el tercer gobierno de Perón, fue director de Asuntos Jurídicos, más tarde secretario técnico y -agrego- enemigo y víctima ulterior de Luder (Ítalo Argentino), quien, en septiembre 1975 (¿apremiado por las tres fuerzas?), mientras María Estela, la ya viuda, andaba de licencia, firmó una serie de decretos con la intención, muy anglo-militar en su expresión, de “aniquilar” a los “elementos subversivos”.

Consumado pocos meses después el golpe de 1976, hay más hechos sobre González: pasó al cautiverio.

Según míster Wikipedia, el otrora funcionario resultó “el último preso político en recobrar la libertad antes del retorno de la democracia”. Añado también: González, lo escuché en alguna conferencia vía Youtube (en su vejez, agrego, es víctima de entrevistadores conspiranoicos e imbéciles), señala que los decretos de Luder jamás pasaron por su secretaría y que, en los hechos, ultimaron los mecanismos para emprender la represión de Estado que la tornó, desde 1975, en ilegal: sin jueces, abogados defensores, proceso judicial en términos generales, ni nada.

Escribe nuestro expreso político en La involución de Hispanoamérica (Ed. Docencia, Buenos Aires, 2010):

“Con sinceridad y con dolor debemos reconocer que la mentada ‘Independencia Argentina’ es tan solo cromática y musical. Cromática porque tiene una bandera, un escudo y una escarapela de colores. Musical porque tiene un himno”.

El libro al que aludo tiene casi 1000 páginas. Pero, como ya es 2020 y se cumplirán en breve 210 años de la Revolución de Mayo (que suele confundirse con la Independencia y hasta con la Navidad; y sí, este texto fue escrito en 2020 pero ahora ya es 2132 y vivo en Japón), y como es probable que otra vez se repita de forma escolar el “¡argentinitos, estamos frente a otro aniversario de la Patria; bailemos!”; y como también es obvia la estulticia de la clase política, que hablará de heroísmos varios y llenará sus redes sociales de “actos patrióticos” traducidos en placas también “patrióticas”, es bueno detenerse en 1810, aunque casi nada pueda sacarse en claro ni decir de nuevo, lo que no está mal, lo que debería empujarnos no solo a los argentinos, sino a Indoamérica, a darnos cuenta de que nuestra historia es un mito y que todavía está, en términos chilenos, harto viva.

No suelo leer nada como un acto de fe. Y menos los libros de Historia, que responden a sesgos ideológicos. Hecha la aclaración, González refiere, entre cientos de autores, a Atilio García Mellid como una de sus fuentes principales para escribir sobre 1810. Sobre AGM, el sociólogo Roberto Baschetti dice que “fue un acusador implacable de los sectores oligárquicos y liberales”, que nació en Buenos Aires en 1901, que “militó en la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA)” y que en 1945 adscribió al credo peronista.

Entre los libros de AGM, el ultra citado por González se llama Proceso al liberalismo, del que pude bajarme su segunda edición, de 1957, editado por Theoría, cuando ya su autor residía, exiliado, en Montevideo.

¿De qué va AGM en ese libro? De un tema a la Scalabrini Ortiz, digamos. Más exactamente, de los cuadernos de Gillespie o las asimismo llamadas “Memorias” del Mayor Alexander Gillespie. Pude verificar algunas de las (todavía escalofriantes) afirmaciones de AGM, ya supongo por algunos conocidas: hasta Rolando Hanglin (inspirado con cierto patetismo en Rodolfo Terragno y hasta en el más patético Felipe Pigna) ha escrito del tema en 2013; es decir, no es un asunto desconocido ni por el periodismo. Aunque sí suele caer en el olvido AGM, el historiador peronista, una omisión de la historiografía que me huele a artera. Pero antes, ¿quién fue Gillespie?

Para empezar, un muchacho rubio y de ojos celestes, o eso parece, que, en 1806, acompañó a Beresford y Popham en la primera incursión británica en el Río de la Plata, como Comisario de Prisioneros, naturalmente, de la invasión.

Además, gustaba escribir.

Y el dato no es menor.

Gillespie se las pasa escribiendo, especialmente los meses en que es prisionero de Liniers en Luján, San Antonio de Areco y calculo que hasta en Córdoba.

Esta necesidad de escribir, acaso fruto de la soledad y el tedio, ejerce impensadamente una reescritura de la historia oficial iniciada por Mitre para que un país desunido, con inmigrantes de todo el mundo, crea decimonónicamente en una mitología con aires griegos.

Gillespie, en 1818, ya de vuelta a sus islas de origen, publica sus mentadas “Memorias” sobre sus paseos por la hoy Argentina. El título de la obra es extenso, por eso lo ubico en un párrafo aparte:

Gleanings and remarks: collected during many months of residence at Buenos Ayres, and within the upper country; with a prefatory account of the expedition from England, until the surrender of the colony of the Cape of Good Hope, under the joint command of Sir D. Baird and Sir Home Popham by Major Alexander Gillespie. Illustrated with a map of South-America, and a chart of Rio de la Plata, with pilotage directions.

Para traducir semejante chorizo, y desconfiado tanto de mi pobre inglés como del Google Translate, recurrí a mi hija y a una amiga que vive en los Estados Unidos (lo propio ejercí en lo sucesivo, hasta donde pude). Más o menos, el extenso nombre del libro reza en castellano algo así:

Recopilaciones y observaciones: recolectadas durante muchos meses de residencia en Buenos Aires, y en la parte norte del país; con un relato preliminar de la expedición de Inglaterra, hasta la rendición de la colonia Cabo de Buena Esperanza, bajo el comando conjunto de Sir D. Baird y Sir Home Popham, por el Mayor Alexander Gillespie. Ilustrado con un mapa de América del Sur, y un gráfico (o carta de navegación) del Río de la Plata, con direcciones de pilotaje.

Bueno, ¿y qué?

Que lo que afirma Gillespie en su libro todavía es al menos omitido por la historia escolar donde Moreno bueno, Saavedra malo, que se sigue aprendiendo en la Argentina e incluso fuera de nuestras fronteras (donde Bolívar y San Martín son Batman y Robin). Un ocultamiento, en el siglo XXI, ya casi pornográfico. Pero antes de entrar en las oraciones que importan de Gillespie, un par de párrafos del peronista en el exilio AGM:

“Cuando Liniers mandó a Calamuchita una comisión militar para registrar sus pertenencias, el capitán [así lo llama] Gillespie evitó en toda forma el secuestro [de sus cuadernos], comentando: ‘Este incidente, insignificante en apariencia, podría, con el resultado opuesto, haber envuelto a muchas personas respetables de Buenos Aires, en destierro, calamidad y ruina. Ya se ha advertido que una promesa parcial y secreta de lealtad a nuestro gobierno se había puesto por escrito y firmado por algunos habitantes dirigentes de la ciudad de [Buenos Aires], durante la época que la poseímos. Estos testimonios estaban registrados oficialmente, de modo que si se hubiera caído en manos públicas, aquellos hombres hubieran merecido, cuando menos, confiscación de bienes, destierro de su país y, lo más probablemente, cuando se considera el fermento de aquellos tiempos, la masacre de sus hijos por la plebe desenfrenada’”.

La cita de AGM a los cuadernos de Gillespie es constatable. El libro de longitudinal nombre del británico los menciona y es fácilmente hallable. Editado en 1818, alude, por si aún no se dieron cuenta, a los 58 firmantes de fidelidad a la Corona Británica, en tiempos de usurpación en la Buenos Ayres que aún así se escribía en 1806. No se puede, creo, pensar las condiciones humanas en las que se dedicaron los “nuevos súbditos” a firmar: si respondieron a simple temor psicológico, si lo hicieron movidos por logias o en el nombre del amor, si avanzaron en sus juramentos por afanes independentistas (que no parece que existieran masivamente) o si lo realizaron todo por simple oportunismo comercial e influencia de la isla de Satán. 

Escribe Gillespie en su libro de nombre súper largo, que las dinastías porteñas, sin excepción:

“...reconocieron el dominio británico bajo pruebas de sus juramentos y promesas, igualmente vinculantes, consistentes con sus sentimientos públicos y privados, para preservar su neutralidad y continuar sujetos pacíficos bajo su reinado. Aunque esas transacciones son lejanas en cuanto al tiempo [es el año 1818 y las firmas fueron el año 1806], y aparentemente no están conectadas con la historia de América del Sur en cuanto a la era actual, todavía me llevo a la conclusión de que se descubrirá que tienen intimidad cercana, tras una revisión de las circunstancias de principio a fin, y que esas infracciones de honor que nos ejercieron las autoridades españolas en 1806 fueron las primeras piedras angulares del tejido revolucionario que se colocó en esa capital en 1810 (…) excitando un espíritu militar en los nativos, autodefensivo en su origen, pero vigorizado por el crecimiento y finalmente poderoso e iluminado lo suficiente para derribar a quienes los criaron y construir la independencia de su país sobre las ruinas”.

En menos palabras: Gillespie inicia algo que luego reiterarán historiadores de distinta ideología, la frase que más o menos sostiene que las invasiones inglesas dieron idea a los rioplatenses sobre su capacidad de organizarse.

Subsidiariamente (o no) también muestra que esa conciencia de autodefensa dinástica u oligárquica también contó, de manera parcial, con cierto encanto por todo lo que fuera inglés. De hecho, agrega más adelante:

“Durante la vigencia de esos eventos [por la invasión de 1806], sin embargo, parecía que teníamos algunos amigos latentes dentro; casi todas las noches, después del anochecer, uno o más ciudadanos criollos repararon en mi casa [dizque se hallaba en la hoy calle Balcarce, cerca de la plaza de la Alameda] para hacer una oferta voluntaria de su lealtad al Gobierno británico y para dar fe de sus nombres en un libro, a una obligación que se había redactado. El número finalmente ascendió a cincuenta y ocho, y la mayoría de ellos coincidió en decir que muchos otros estaban dispuestos a seguir su ejemplo, pero se mantuvieron alejados de la incertidumbre sobre el futuro, y no de ningún escrúpulo político o falta de apego hacia nosotros. Pero renunciaremos a este tema por el momento, hasta una ocasión más apropiada de circunstancias”.

Tras el punto seguido, Gillespie habla de felicidad, hospitalidad, muchachas (oh, el bello sexo alucinado con un inglés), tertulias, pianos y guitarras, y más muchachas (ah...). Verbigracia, y para que vean que la expresión no es mía, sino del marinero:

“El bello sexo es interesante, no tanto por su educación, como por un discurso agradable, una conversación graciosa y los ánimos más amables”.

Joder, "los ánimos más amables" supone todo un eufemismo que suda una prohibida sensualidad. Y perdón por dejar tan juntos al "sudar" con lo "sensual", pero convengamos que la materia lúbrica alterna vocales con consonantes como la ese.

Digresión aparte, y pido perdón, tras narrar todo lo bien que la pasaban los ingleses con las damas de la oligarquía porteña, Gillespie salta en el tiempo, regresa a las cuestiones geopolíticas, comenta:

“Apenas habían transcurrido dos años y medio desde nuestra llegada a Inglaterra, cuando estallaron las llamas de una revolución, que formará el tema final del presente volumen, en estas provincias de América del Sur que habíamos dejado tan recientemente, y fue al contemplar sus resultados futuros sobre los intereses políticos y comerciales de mi país [que] fui influenciado para dirigirme al Honorable Sr. Perceval, quien luego presidió sus consejos, sobre el tema de que yo fuera el depositario de un registro quizás de referencia útil al gobierno de Su Majestad, ya que contiene nombres que algún día podrían parecer llamativos (…)”.

Y retrocede enseguida a 1810 de este modo:

“Después de haber recibido las firmas de cincuenta y ocho respetables habitantes de Buenos Aires, expresivos de su lealtad y apego al Gobierno británico, en una crisis de peligro peculiar para ellos, y sin ninguna perspectiva de ventajas personales, fue una razón para concluir que eran las obras del corazón y que procedían de una estima confirmada por el carácter de nuestra nación. Si luego se atrevieron a demostrar algo tan marcado para nosotros, en tiempos tan peligrosos, su respeto debe ser igual, si no más fuerte, cuando podrían ofrecerlo con seguridad. Estos fueron los motivos por los cuales presenté mi oferta al Ministro, quien condescendió para responderme tres semanas después del 8 de agosto de 1810, que era la fecha de mi comunicación con él, y poco después me ordenó que presentara el instrumento al subsecretario del Departamento de Asuntos Exteriores, cuyo recibo es así atestiguado:

‘Foreign Office, 4 de septiembre de 1810. Recibido este día, de manos del Mayor Alexander Gillespie, de los Marinos Reales, un libro que contiene los juramentos de lealtad a su Majestad Británica, firmado en Buenos Aires en julio de 1806, por cincuenta y ocho habitantes de esa ciudad, junto con los grupos de oficiales españoles y criollos del ejército regular y provincial de Buenos Ayres, a partir del 1 de julio de 1806. Lo mismo se depositará en la Oficina del Reino Unido. Firmado: W. Hamilton’”.

Gillespie sigue:

“No pasó mucho tiempo antes de que tuviera el placer de comentar que la anticipación que había concebido se hizo realidad: de los seis miembros que constituyeron la Primera Junta revolucionaria de Buenos Aires [eran nueve, pero seis son los vocales y a ellos habrá de referirse nuestro amigo, esto es: Castelli, Belgrano, de Azcuénaga, Alberti, Matheu y Larrea], tres de ellos, registrados en esa lista (…) estarán listos para salir como celosos órganos y abogar por proclamar nuestros deseos mutuos y para promover los intereses recíprocos de Gran Bretaña y La Plata”.

En sus conclusiones, el militar y escritor, marcando fecha de partida de Buenos Aires en 1807, se jacta de que España jamás sospechará de:

“...sujetos más leales [a la Corona Británica] dentro de sus extensos reinos”.

*

AGM, el peronista exiliado y olvidado por la historiografía oficial (y ojo, que Perón se morfó primero la ficción mitrista y, tras el 55, la locura revisionista que procura a un Juan Manuel de Rosas falto de mácula, lo que torna al mentado peronista exiliado de hombre más que valiente en términos intelectuales), decía que, AGM, por su parte, basado en una fuente que supongo es segura y que se hallará en Inglaterra, exactamente una “nota de Gillespie al marqués de Wellesley, ministro de Asuntos Extranjeros de Gran Bretaña”, del 3 de septiembre de 1810, subraya el nombre de Castelli, y solo ese nombre, de entre los tres sospechosos de la Junta apuntados de “súbditos” por Gillespie y que, en total, suman 58 en los cuadernos o como se los quiera llamar, esos cuadernos jamás hallados por Liniers.

Otros historiadores argentinos se animan a más imputaciones y señalamientos, tanto dentro como fuera de la Junta de Gobierno, y en el caso de González, el expreso político, creo que solo zafan de esta locura criollo-inglesa, en la historia inicial de las Provincias Unidas, Artigas, Liniers, Álzaga, Dorrego y hasta los controversiales Mariano Moreno (el envenenado) y Manuel Belgrano (aunque zafan más o menos, ¿eh?). Por lo demás, si acaso exagero u omito nombres, el error y la ignorancia son míos.

La fuente tomada por AGM le permite concluir por lo menos la razón, por cierto literaria y acaso veraz, del porqué del asesinato de Liniers, que andaba obsesionado por los cuadernos del marinero inglés, que había reprimido dos veces al invasor sin levas ni gente engrillada (como en la "emancipación americana") y que seguramente algo sospechaba de quiénes los habían firmado:

“Estos antecedentes [escribe AGM] aclaran la conducta de Castelli en la Junta de Mayo, su terrorista misión al interior, el fusilamiento de Liniers -héroe de la Reconquista- en Córdoba, la exaltación jacobina que sustenta en unión de Mariano Moreno y todas las transgresiones e iniquidades -al servicio de un país al que era muy afecto- que veremos más adelante”. [El más adelante es una oda inglesa a Castelli; para quien le interese, está el libro de AGM].

Valga añadir que en la otra obra, la de González, y según su lectura de AGM, a Castelli se le suma Saavedra. Es decir, si así fuera, en 1810 prácticamente la Primera Junta de Gobierno “patrio” no es más que el inicio de iure de la política británica en el Río de la Plata, palabras que darán nombre al libro -muy sospechosamente también silenciado por nuestra educación escolar- de Raúl Scalabrini Ortiz.

*

Habría que pinchar globos cada 25 del 5, mientras el sol de mayo venga asomando. Y habría, tal vez, que replantearse quiénes fueron nuestros héroes. Como lo escribió Bartolomé Hidalgo, hacia 1820, a la luz de los hechos:

“En diez años que llevamos

De nuestra revolución

Por sacudir las cadenas

De Fernando el baladrón

¿Qué ventaja hemos sacado?

Le diré con su perdón,

Robarnos unos a otros,

Aumentar la desunión

Querer todos gobernar,

Y de facción en facción

Andar sin saber que andamos,

Resultado en conclusión

Que hasta el nombre de paisanos,

Parece de mal sabor,

¡Y en su lugar yo lo veo

Sino un eterno rencor

Y una tropilla de pobres

Que metida en un rincón

Canta al son de su miseria

No es la miseria un mal son!”.